Al ex ministro de cultura, Abel Enrique Prieto Jiménez, nacido en 1950 en la provincia de Pinar del Río, a poco más de 175 kilómetros al oeste de La Habana, le gusta presentarse como un destacado intelectual cubano. Mide más de seis pies, su barba desatendida ya está canosa, ysuele vestir jeans empercudidos. Aunque ha escrito un par de relatos soporíferos, Los bitongos y los guapos (1980) y Noche de sábado (1989), además de la novela Vuelo del gato, publicada en 1999, su aporte a la literatura nacional es nulo.
“Le encanta el postureo y aparentar que es un tipo brillante, de reflexiones profundas y frases para enmarcar. Los tracatanes de su entorno lo venden como un tipo rebelde y con criterios propios. Pero no es cierto. Es un aparachik obediente con un barniz de formación cultural que lo hace destacar por encima de los burócratas del partido que brillan por su mediocridad. Cuando fue ministro de cultura, autorizó la ‘emigración rosa’. Me explico: había un sector de la intelectualidad que fingía amor al socialismo y a Fidel Castro, pero querían residir en el extranjero, lejos de las colas y los apagones. El éxito más sonado de Abel Prieto fue lograr que en un parque del Vedado pusieran una estatua de John Lennon. Ha estado en primera fila para reprimir a escritores y poetas cubanos críticos con el gobierno. Por lo demás es un baboso”, revela un poeta habanero.
Después haber sido ministro de cultura durante 15 años (1997-2013), después asesor del dictador Raúl Castro y actualmente director de la Casa de las Américas, Abel Prieto es quien está al frente de una campaña de corte norcoreana, orquestada por el departamento ideológico del partido comunista, para intentar “reforzar el compromiso” de los niños y jóvenes con la revolución fidelista.
El plan de Prieto no es novedoso. Ha rescatado de sus archivos un proyecto intelectual donde la palabra ‘descolonización’ era un concepto de moda en la década de 1980. Pero totalmente obsoleto en tiempos de internet, redes sociales y nuevas tecnologías de la información.
Sureima, profesora de secundaria, aclara que el nuevo programa «no va encaminado a la enseñanza, sino a fortalecer el trabajo político-ideológico entre los alumnos. Es muy difícil en este siglo XXI hablarle a los estudiantes de políticas que fracasaron en el antiguo campo socialista de Europa. Esas tesis cualquier alumno la puede desmontar con una rápida navegación por internet. Pretender que las actuales generaciones rebatan en las redes sociales a los que critican al proceso, no tiene sentido. El 90 por ciento de los alumnos y sus familiares ya no creen en la revolución ni en el socialismo”.
Para el curso escolar 2024-25, el ministerio de educación ha distribuido un mamotreto de tufillo surrealista escrito por Abel Prieto. Se titula «Sembrar ideas, sembrar conciencias». El texto, redactado en tono belicoso, se lanza en primer lugar contra “la figura del influencer”, que se mueve “bajo la lógica del show”, en una alusión velada a youtubers como Alexander Otaola, Juan Juan Almeida y Eliécer Ávila, calificados de ‘terroristas’ por la dictadura verde olivo. Según Prieto, los cubanos, en especial los adolescentes y jóvenes, están expuestos a las “influencias” de internet, por lo cual pide un ‘urgente movimiento descolonizador’.
Un funcionario municipal del partido comunista cuenta que «este año se han celebrado reuniones con diversos factores (organismos) provinciales. Quieren recuperar los operativos contras las antenas ilegales de televisión por cable. También, investigar a las personas que trabajan en la distribución del Paquete. Se han propuesto diversas estrategias encaminadas a influir en los gustos juveniles, sobre todo frenar los contenidos audiovisuales que idealizan a la sociedad estadounidense. El Paquete era el primer objetivo a eliminar. Luego se echaron para atrás, debido a la tremenda repercusión que tiene el Parquete en la ciudadanía. Enseguida llegaron informes de que si se quitaba el Paquete, aumentaría aún más el descontento. Un estudio presentado por el ICRT reconoce que los programas de la televisión cubana no superan la franja del 30 por ciento en la población. Sin embargo, la antena, el Paquete, las redes sociales y otros medios audiovisuales alternativos superan el 70 por ciento».
Llamémosle Eduardo. Dirige un equipo que confecciona y distribuye el Paquete, «un compendio de información digital, que permite a los cubanos sin suscripciones acceder a las últimas producciones de servicios internacionales de trasmisión de audiovisuales como Neflix, Amazon Prime, HBO o Apple TV surgió en 2008. En aquellos años la persecución era tremendo. La policía realizaba constantes operativos para confiscar las antenas satelitales creyendo que eran nuestros principales proveedores de contenido. Estaban equivocados. El Paquete tenía y tiene diversas formas de gestión y distribución. Entre cuatro o cinco mil personas trabajan en el negocio. Este se divide por partes: proveedores-matrices-distribuidores de primera mano, pequeños distribuidores y consumidores”, explica y amplia:
“Entre 2008 y 2014, cuando el acceso a internet era limitado, lento y muy caro (una hora costaba entre cinco y diez dólares en un hotel), era imposible descargar material audiovisual. ¿Cómo conseguíamos el contenido? Gracias a las pocas instituciones del Estado que contaban con banda ancha y conexiones decentes como la UCI (Universidad de Ciencias Informáticas), la antena satelital de Jaruco, el ICRT y empresas de turismo, que nos vendían contenidos. En la calle enganchó muy rápido, todas las semanas la gente podía seguir los capítulos de sus novelas o series favoritas y ver así las mejores películas del momento. Surgió un pacto no escrito con el gobierno: no estábamos autorizados, pero tampoco nos prohibían. Nos convertimos en alegales. Se nos dejaba hacer mientras no difundiéramos audiovisuales ‘contrarios a la moral socialista’ ni contenidos ‘contrarrevolucionarios’. En la distribución del Paquete participaban hasta choferes de ómnibus interprovinciales que los distribuían en toda la isla. A pie, en bicicletas, caballos o mulos, el Paquete llegaba a la regiones rurales y montañosas de la Cuba profunda”.
Las casas matrices estaban ubicadas en La Habana. En un principio, el contenido del Paquete completo, un terabyte, costaba el equivalente a dos o tres dólares. Otra forma era copiar en punto de ventas de discos compactos determinada serie o novela. Los cubanos siempre han buscado opciones fuera del monopolio informativo estatal para informase y disfrutar de audiovisuales de Estados Unidos, Europa y Asia, prohibidos por el castrismo.
Antes del Paquete, en los primeroros años de la década de 1990, florecieron las antenas caseras, que eran capaces de captar la señal que desde los hoteles, trasmitían contenidos exclusivos a los turistas extranjeros. «Era algo muy rudimentario. Le decíamos ‘la lata’. Se enfocaba en dirección al hotel Habana Libre de donde se salía la señal. De esa forma fue que vimos los noticieros de la televisión de Miami, series americanas y cuando Liván Hernández ganó la Serie Mundial con los Marlins. Esas antenas llegaron a costar 200 dólares. Tenías que cuidarlas muy bien porque había bandas de ladrones que las robaban de las azoteas. Sin contar que los chivatones te podían denunciar a la policía. A mí me hicieron un operativo, me decomisaron la antena y me sancionaron a tres años de cárcel por difusión de propaganda enemiga”, rememora Osvaldo, hoy residente en la Florida.
Eduardo, distribuidor del Paquete, señala que «en la primavera de 2014, cuando los cubanos pudieron acceder a internet, mejoró la velocidad de descarga de los contenidos. Pero el Paquete no perdió popularidad. La hora de conexión era muy cara. Y mucha gente prefería recibir en su domicilio un disco con un amplio contenido de series, novelas, filmes, música y deportes. Incluso ahora, con miles de personas conectadas a internet en sus casas y la mayoría tiene datos en sus teléfonos, el Paquete mantiene su vigencia. Hasta 2019 costaba alquilarlo 25 pesos, equivalente a un dólar. Luego con la inflación subió a 250 pesos. Pero con esta campaña del gobierno para sacarnos de circulación, a partir del lunes 16 de septiembre, costará 300 pesos el servicio (poco menos de un dólar, cuya cotización en el mercado informal es de 320 pesos)”.
Eduardo considera que en 2024 no tiene sentido prohibir el Paquete. “Hay un montón de personas que tienen televisores inteligentes y conexión a internet las 24 horas, lo que les permite ver You Tube y alquilar una cuenta pirata de Neflix u otra compañía”.
De todos modos, Eduardo, y otros gestores del Paquete, no se confían. Saben que en un país como Cuba, donde la distribución de contenido audiovisual, aunque sea solo para entretener, te convierte en un sospechoso habitual de la policía política. “Es la naturaleza de este gobierno”, dice.
Iván García
Foto: Tomada de Tulane University.