Cuando un gobierno tiene las finanzas en números rojos todo es prisa. Las recetas ya se saben. Se suele recurrir a la tijera impositiva y efectuar recortes de carnicero al abultado gasto público.
Pero si lo que se persigue es cazar dólares estadounidenses, euros o cualquier divisa fuerte, entonces las reformas pasan por seducir a probables inversores extranjeros o exiliados cubanos forrados de billetes, da igual.
Las urgencias apremian. Venezuela, la teta que nos cede el petróleo, es una pira de violencia criminal, política y un caos económico. China es un socio ideológico, un banquero que presta dinero si obtiene beneficios.
El margen de maniobra del régimen cubano no es muy amplio. La solución ha sido abrirse un poco, no del todo. Excepto en materia de salud, educación o defensa, Cuba está en venta.
Los expertos en propaganda política del Partido Comunista intentan dorar la píldora de cara a la galería local. En los últimos meses, funcionarios del gobierno se han encargado de prometer al capital foráneo un papel más importante en la economía cubana.
«Los recursos extranjeros trascenderían ahora el papel de complemento a los esfuerzos inversionistas de la Isla y ocuparían un papel importante, incluso en áreas como la agricultura, donde no es frecuente la inversión foránea», afirmó en enero Pedro San Jorge, director de Política Económica del Ministerio de Comercio Exterior y la Inversión Extranjera.
Entrevistado por el diario Granma, José Luis Toledo Santander, presidente de la Comisión permanente de la Asamblea Nacional del Poder Popular para Asuntos Constitucionales y Jurídico, el 17 de marzo dijo que la nueva ley «permitirá además el establecimiento de una carpeta de inversiones, de modo que quienes deseen podrán conocer las áreas de interés para el país».
«Esta carpeta conllevará también un adelanto en cuanto a la documentación que se requiere para acometer la inversión, de modo que el proceso sea más ágil», añadió el funcionario, haciendo referencia a otra de las quejas habituales de los empresarios: la excesiva y lenta burocracia cubana.
Toledo Santander aclaró que la nueva ley «contempla también bonificaciones impositivas y excepciones totales en determinadas circunstancias, así como flexibilización en materia aduanal, para potenciar la inversión».
Y subrayó que «el proceso de inversión extranjera se lleva adelante sin que el país renuncie a su soberanía y al sistema político social escogido: el socialismo. Esta nueva Ley permitirá orientar mejor la inversión extranjera de modo que responda a los mejores intereses del desarrollo nacional, pero no hay concesiones ni retrocesos».
El sábado 29 de marzo, pasada la una de la tarde, el noticiero nacional de televisión informó que de manera unánime el monocorde parlamento cubano había aprobado una nueva Ley de Inversión Extranjera, sin aportar más detalles
Quedaba derogada la Ley aprobada en 1995, donde se asignaba al capital extranjero un papel de «complemento» a las inversiones estatales cubanas, cuyas acciones de capital foráneo debían rondar el 50% en cada empresa mixta creada.
Solamente por un marcado interés de la autocracia verde olivo, cuando se trataba de negocios que aportaban tecnologías y mercados, esa proporción fue superior. Entre los años 1996 y 2003 en Cuba se crearon alrededor de 400 firmas con capital foráneo en sectores de la minería, hostelería, alimentación, automotriz e inmobiliaria.
Todo a pequeña escala y fiscalizado con lupa por las autoridades. Ahora es una opción de vida o muerte. La revolución de Fidel Castro generó muchas promesas y discursos, pero éstos no repercutieron en el desarrollo económico que el país ha necesitado.
En Cuba se importa desde cepillos de diente hasta bolígrafos. Extensas áreas de tierras cultivables están repletas de marabú, no producen o producen poco. En 2013, el gobierno importó casi 2 mil millones de dólares en alimentos.
Desde 1959 los gobernantes no se cansan de prometer abundantes cosechas de malanga, papa, naranja, café o un vaso diario de leche per cápita. Pero la ineficacia del sistema frena cualquier proyecto racional.
Entonces se sacó la última carta bajo la manga. Abrir las puertas, con generosas excepciones fiscales, a inversores extranjeros. Incluyendo a cubanos residentes en Estados Unidos y Europa.
Pero no a los feroces anticastristas cubanoamericanos de la Florida. Si moderan el discurso, tal vez Alfonso Fanjul, Carlos Saladrigas y compañía, pudieran ser tomados en cuenta.
Por supuesto, todo no es coser y cantar. El embargo de Estados Unidos es un freno poderoso a cualquier aventura empresarial en la isla. Y los hermanos Castro no son socios serios.
Al contrario. Según los vaivenes políticos, han cambiado o corregido el rumbo a placer. De 400 firmas extranjeras que existían en 1998, en la primavera de 2014 quedan alrededor de 200.
Varios empresarios extranjeros, entre ellos canadienses, fueron sancionados con la cárcel y otros, como el chileno Max Marambio, tiene una orden de captura por parte de la fiscalía cubana.
Raúl Castro, quien heredó el poder en 2006 por decreto de su hermano Fidel, ha intentado maquillar las instituciones y establecer un orden de cosas coherentes, aboliendo leyes absurdas que impedían al cubano alojarse en un hotel, tener un teléfono móvil y vender su casa o su coche.
En enero de 2013 se aprobó una nueva ley migratoria que facilita los viajes al extranjeros de los cubanos, incluidos los disidentes. A precios de escándalo se comercializa internet y se venden autos Peugeot como si fuesen Lamborghinis.
Para muchos políticos de Europa y América, Cuba está entrando en la modernidad y se le deben perdonar sus pecados del pasado, la falta de democracia y de libertad de expresión. Otros opinan que solo es una estratagema para ganar tiempo.
El cubano de a pie, ese que desayuna café sin leche, hace una sola comida caliente al día y demora dos horas para ir y venir del trabajo a su casa, debido al ineficiente trasporte público, apenas se favorece con las cacareadas aperturas.
En la isla pueden evadir la tormenta aquéllos que abren paladares y los que reciben remesas del extranjero. Quienes trabajan para el Estado, la mayoría, son los que peor la están pasando.
Aunque el régimen intente camuflar sus nuevas políticas con diferentes piruetas ideológicas, la gente en la calle reconoce que la realidad cubana de estos tiempos es un auténtico capitalismo de Estado barnizado de color rojo.
Para ese segmento amplio de cubanos de a pie, la nueva Ley de Inversiones es un eco en la distancia. Aún está por ver si les traerá beneficios.
Iván García
Foto: Barco cargado de contenedores entrando a la bahía habanera. Cuando el puerto del Mariel esté plenamente operativo, desplazará al Puerto de La Habana. Tomada de Martí Noticias.