En algún momento del verano de 1987, mi madre Tania Quintero Antúnez, 81 años, por esa fecha periodista del sistema informativo de la televisión estatal, se reunió en una oficina del Comité Central del Partido Comunista con el ideólogo Carlos Aldana Escalante, al frente del Departamento de Orientación Revolucionaria, encargado de venderle al mundo una idílica narrativa de Fidel Castro y su autocracia verde olivo.
A Tania, como a la mayoría de los cubanos, solo le llegaba un eco lejano y distorsionado del incipiente movimiento disidente en la Isla. El régimen, bajo las directrices de Aldana, sobrino de un viejo comunista depuesto por los hermanos Castro durante la microfacción de 1968, controlaba con puño de hierro las noticias que circulaban en el país. Cada libro, revista o película que llegaba a Cuba pasaba por el filtro de la censura.
Solo se conocía la versión gubernamental. No se vendía prensa extranjera ni se veían canales foráneos de televisión. A lo más que se podía acceder era a comprar un radio de onda corta y escuchar Radio Martí, la VOA o la BBC en tono muy bajo en un rincón del cuartogre. Si un vecino del barrio se enteraba, podía denunciarte. Internet todavía no era una herramienta global, no existían las redes sociales y la telefonía móvil andaba en pañales.
Recuerdo que esa tarde, luego de reunirse con Aldana, mi madre, escéptica por naturaleza, creyó que el gobierno diseñaba una nueva política informativa con mayor autonomía para los reporteros. Eran los tiempos de Gorbachov, la glasnost y la perestroika en la antigua URSS. Todos los fines de semana hacíamos una cola de media hora en un estanquillo y comprábamos el magazine Novedades de Moscú y la revista Sputnik.
En los corrillos de la prensa oficial se pensaba que los aires de cambio llegarían a Cuba. La gente de mi generación era más pesimista. En esa etapa hubo un alevoso compás de espera. Los más ingenuos aseguraban que “el Caballo (Fidel) estaba tomando nota de las reformas en la URSS y que su hermano Raúl era un ‘perestroiko’ convencido”. Tenía 22 años y me reunía con un grupo variopinto de amistades con inclinaciones políticas y artísticas que ya habían sido advertidos o reprimidos, por actitudes que el castrismo consideraba ‘contrarrevolucionarias’.
Ese tiempo muerto que suele producirse en las dictaduras, sean de izquierda o derecha, donde se vislumbra un oasis de esperanza, como sucedió 37 años más tarde con las doctrinas de Obama y el restablecimiento de relaciones diplomáticas de Estados Unidos con Cuba, es como la trampa con el queso que le tienden al ratón para atraparlo.
En las reuniones con la prensa, Carlos Aldana y otros funcionarios del DOR, pedían a los periodistas que fueran más creativos y atrevidos en su trabajo. Quienes se lo creyeron como Luis Manuel García, de la revista Somos Jóvenes, con su reportaje sobre una jinetera titulado El caso Sandra; Reinaldo Escobar con sus explosivas columnas en el periódico Juventud Rebelde o mi madre Tania Quintero, realizadora de un audiovisual con entrevistas callejeras acerca de los derechos humanos, tiempo después se quedaron sin empleo.
Entonces yo laboraba como asistente de producción de Puntos de Vista, un espacio de media hora que semanalmente se transmitía por el Canal Tele Rebelde, con opiniones de ciudadanos y especialistas sobre determinado tema. El jefe de esa redacción, Roberto Romay, era un buen tipo. Cuando mi madre le explicó sobre el programa que pretendía hacer, a tono con la votación de condena al régimen en Ginebra, en 1988, por violar los derechos humanos, él pensó que sería un programa de unanimidad política y apoyo al ‘comandante’, lo acostumbrado en los medios oficiales.
Con antelación, yo había conversado con dos personas que me aseguraron que iban a denunciar en cámara las golpizas y malos tratos que habían sufrido en las duras cárceles de la Cuba profunda. También criticaron la falta de libertades políticas. Fue algo inédito en aquellos tiempos. Cuando Romay vio el video, por poco le da una apoplejía. Por su supuesto, el programa no salió al aire. Al mes siguiente me cerraron el contrato.
A fines de 1988 el régimen prohibió la venta de Novedades de Moscú y Sputnik. Y en las alcantarillas del poder, donde nombraban al Kremlin como el Espíritu Santo, comenzaron a llamar a Gorbachov prostituta, traidor y agente de Washington.
Como ocurrió en los años 70, cuando Fidel Castro condenó las reformas económicas de Deng Xiaoping en China, la breve pausa de incertidumbre terminó. Comenzó la cacería de brujas y la intransigencia. Se reactivaron los actos de repudio a los cubanos que pensaban diferente. Y el disenso era castigado con severidad aunque las personas se disculparan públicamente.
El 29 de octubre de 1987, durante una reunión de la plana mayor del régimen con estudiantes de periodismo, en el anfiteatro Enrique José Varona, el eco de una frase rebotó en la acústica del lugar. “Usted es mi papá”. Una pausa. Y antes de que el estudiante Alexis Triana iniciara su exposición, fue interrumpido de manera grosera por Fidel Castro. Alexis no se amedrentó. “No me interrumpa, déjeme terminar”.
Y sin que se le quebrara la voz, desarrolló su intervención en la cual mencionó el culto de la personalidad y citando a Julio Antonio Mella, pidió autonomía universitaria. Fidel le lanzó una mirada amenazadora a Triana. Se acarició lentamente su barba y dijo: “Patético”. Durante dos horas, Castro habló sin parar y convenció a los estudiantes. O al menos eso aparentaron los jóvenes.
Casi cuatro décadas después, la mayoría de los muchachos que participaron en aquel encuentro se han marchado de Cuba. Alexis Triana fue enviado a la provincia de Holguín a pasar su servicio social, probablemente como castigo por su rebeldía e impertinencia. En su biografía de EcuRed, una especie de Wikipedia local, no se menciona el suceso.
Alexis Triana, recién nombrado presidente del ICAIC, apoya el estrafalario modelo de gobierno en Cuba. Tania Quintero se inició como periodista oficial en 1974 en la revista Bohemia y en 1995 se convirtió en periodista independiente de Cuba Press, agencia fundada por Raúl Rivero. Desde 2003, a raíz de la Primavera Negra, reside en Suiza con el status de refugiada política.
La dictadura cubana no es original. Repite sus actos, según el contexto y la ocasión. En 1959, Fidel Castro juró ante los medios internacionales que no era comunista, que restituiría la Constitución de 1940 y realizaría elecciones libres. Mintió públicamente. Nunca cumplió su juramento.
En estos 65 años, las autoridades han utilizado el discurso del cambio como un señuelo en un intento por apaciguar el descontento popular. Posteriormente trazan su hoja de ruta con falsas reformas. En el neocastrismo, excepto Raúl Castro, Ramiro Valdés, Machado Ventura y Guillermo García, el resto de los dirigentes y funcionarios son desechables.
Cambiar de muebles es muy fácil. Se quitan unos y se ponen otros. Cuando uno renueva el mobiliario de su casa o lo cambia de lugar, trata de dar una perspectiva nueva. El régimen cubano hace lo mismo. Mueve algunas fichas. Pero todo sigue igual. 65 años de inmovilismo.
Iván García
Foto: Tres ancianos juegan ajedrez en el Paseo del Prado de La Habana. Imagen de Idania Cárdenas tomada de Havana Times.