China y Vietnam son patrones palpables que la economía de mercado funciona en naciones donde el control social y político es ejercido por un partido comunista. En ambos países se restringen derechos políticos y reprimen a los opositores.
En 1986, un año antes de que Mijaíl Gorbachov iniciara la Perestroika en la otrora meca del comunismo mundial, el gobierno de Hanoi comenzó su reforma económica llamada Doi Moi.
China, en 1978, dos años después de la muerte de Mao, Deng Xiaoping inició gradualmente una transformación que sacudió las estructuras económicas del país.
Tanto en China como en Vietnam, se vulneran libertades esenciales de las democracias occidentales. Pero la economía, bajo el control del régimen, ha tenido crecimientos sin precedentes, reduciendo la pobreza y aumentando el consumo.
La economía china es la segunda más grande del mundo. Pero los salarios y niveles de vida no son comparables con las 25 naciones más prósperas y estables del planeta.
Desde luego se vive mejor que en la etapa de hambruna y delirio ideológico de Mao, cuando su perturbada política del Gran Salto Adelante. La lista de millonarios, aupados por el Estado y el Ejército, crece todos los años.
Hay tantos rascacielos como en Nueva York. Internet, con algunos candados, llega a todos. Y los chinos hacen colas para comprar bolsos Louis Vuitton o el último modelo de iPhone.
Pero sus libertades restringidas la condenan a perecer o transformarse políticamente. Lo dijo Lincoln, no se puede engañar a un pueblo (o maniatar) todo el tiempo.
Cuando el general Raúl Castro llegó al poder, elegido a dedo por su hermano Fidel en el verano de 2006, guardaba en una gaveta de su escritorio un estudio detallado de los modelos vietnamita y chino.
Raúl y un grupo de sus asesores militares vienen dirigiendo la economía en Cuba desde mediados de los años 90. Después de la caída del Muro de Berlín, sin dinero para sufragar las campañas en África o la subversión en America Latina, las fuerzas armadas, auténtico ejército pretoriano del régimen, comenzó a manejar negocios y fundar corporaciones y sociedades anónimas.
Hoy controlan el 80% de los negocios de Cuba. Los principales asesores económicos proceden de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias). «Antes de estudiar los modelos chino y vietnamita, estudiaron las estructuras empresariales de Japón», dice una periodista que conoció a personas que en los 80 se empaparon a fondo del Know-How nipón.
«Por esa época, en las altas esferas fueron muy leídos los libros Made in Japan, de Akio Morita, fundador de la Sony, y Iacocca: una autobiografía y Hablando claro, de Lee Iacocca, uno de los empresarios más representativos de la industria del autómovil en los Estados Unidos», recuerda la periodista.
Desde 2006, Raúl y sus asesores militares, pudieron aplicar una economía de mercado y descentralizar la economía. ¿Por qué no lo hicieron? Estados Unidos era el problema. Cuando lanzaron sus reformas, tanto China como Vietnam, contaron con el visto bueno de Washington.
El embargo estadounidense es una piedra en el zapato para una apertura extensa. Es cierto que pueden negociar con el resto de los países del planeta, pero las grandes empresas capitalistas no van a comerciar con Cuba sabiendo de antemano que podrían perder al mayor y mejor mercado del mundo.
¿Es el embargo culpable del naufragio económico en Cuba? Por supuesto que no. El desastre tiene nombres y apellidos, Fidel y Raúl Castro Ruz. La catástrofe es sistémica.
Los discursos antiimperialistas no producen valor agregado, ni elevan la producción de alimentos o destraban la voluminosa burocracia estatal. Las reformas en Cuba están atascadas por dos cosas: el temor del gobierno a perder el control de los cambios y las estrafalarias estructuras jurídicas e institucionales.
Los Castro confunden democracia con lealtad personal. Pero no son tontos. Raúl Castro, el chico menos listo de su clase, sabe escuchar y sus asesores han diseccionado cabalmente la inviable economía cubana.
Recuperarla es una tarea monumental. Habrá que comenzar desde los cimientos. La reforma real en Cuba se va iniciar cuando Raúl Castro traspase el poder en 2018.
Lo que viene aconteciendo tiene más de fuegos artificiales que de relevancia practica. Las cosechas no aumentan o crecen poco. El vaso de leche sigue sin aterrizar en la mesa de los cubanos.
En 2014, 123 empresas del sector estatal tuvieron pérdidas por 829 millones de pesos. El Estado gasta más de 2 mil millones de dólares para comprar alimentos: la agricultura es un caos y miles de reses cada año se mueren de hambre.
La población cubana envejece. Los profesionales más calificados preparan sus maletas y en la sociedad existe un bache notorio, con varias generaciones que optan por emigrar para escapar del manicomio ideológico del castrismo.
La primera fase de las cacareadas reformas fue abolir normas absurdas que certificaban que Cuba era una autocracia anacrónica. Y se autorizó a los ciudadanos alojarse en hoteles, acceder a la telefonía móvil, viajar al extranjero, comprar o vender casas y adquirir automóviles.
Se liberalizaron algunos negocios y emprendimientos privados, una especie de colchón para amortiguar al millón y medio de trabajadores que el Estado planificaba dejar sin empleo.
Lastrados por la cuchilla fiscal y las normas gubernamentales, que no permiten la acumulación de grandes capitales, el medio millón de propietarios privados poco puede aportar al crecimiento económico. Excepto las cooperativas autorizadas por el régimen, los emprendedores particulares no pueden invertir, importar o acceder a créditos extranjeros.
La segunda fase de la reforma era clave. Negociar con Estados Unidos un trato favorable que a corto plazo pueda permitir una profusión de inversiones foráneas, preferentemente tecnología punta de USA, es la guinda del pastel.
La tercera fase será cuando la añeja nomenclatura se aparte del poder. Raúl Castro no se jubilará en 2018 por un repentino impulso democrático. Es decisivo que el apellido Castro se vaya diluyendo en el panorama político para apaciguar al exilio de Miami y a un sector del Congreso estadounidense que no se traga las fintas de supuesta apertura.
Está por ver cuál será la próxima jugada del neo castrismo después de 2018. Por ahora no han apostado al modelo chino o vietnamita. Si algo ha demostrado el régimen de Raúl Castro es ser creativo y audaz en política exterior.
Son varias las opciones: mantener el autoritarismo sutil, una junta militar detrás del telón o, en último caso, una apertura democrática. Cualquier escenario es posible.
Iván García
Foto: En julio de 2012, Raúl Castro visitó China por primera vez. Entre otros, se reunió con el entonces presidente Hu Jintao y primer ministro Wen Jiabao. Desde noviembre de 2012, el presidente de la República Popular China es Xi Jinping y desde marzo de 2013 el premier es Li Keqiang. Tomada de Zimbio.
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