Desde La Habana

Crónica de viaje: de Hong Kong a Pekín (II y final)

Lamentablemente, muchos ‘laowai’ (expatriados occidentales, la palabra es tan peyorativa como ‘gringo’) no tienen idea de lo que sucede a su alrededor o callan por alguna razón que no se han dedicado a explicarme. La mayoría trabaja para empresas de sus países, o vienen a enseñar su idioma natal, o en un programa de intercambio a aprender chino. Dicen ser apolíticos. Es decir, no tienen el menor interés en la vida real de China.

También están los ‘herederos de izquierda’, ésos que viajan con un dineral inagotable heredado de sus muy capitalistas familias, y a éstos se les puede ver comprando viejas medallas maoístas y textos del ‘gran líder’ en la Academia Chen, uno de los pocos edificios históricos junto al templo de Guang Xiao, que se conservan en la ciudad y que no tienen una carga maoísta, pero que han revestido de una carga nacionalista impresionante. Hay una tercera clase, los aventureros de negocios que creen que cada chino necesita un montón de productos americanos y que tienen dinero para comprarlos, y están también los que vienen a China para no pagar impuestos en sus países o casados con una nativa y se aplatanan en la realidad sin plátanos de Cantón.

Otra comunidad importante son los comerciantes musulmanes y sus extensas parentelas. Además de los tratos comerciales con africanos para exportar teléfonos celulares y electrodomésticos a esos países, también tienen el negocio de llevar mujeres chinas de religión musulmana a sus países, como esposas. Son muy apreciadas por su tez de porcelana. Como capítulo aparte, se destacan en el negocio del hachís.

Los japoneses también son una comunidad económica muy importante en Guangzhou, con propiedades que van desde tiendas hasta fábricas,  edificios y restaurantes. La relación con Japón es de amor y odio, ya que quieren emular a Japón en todo, pero les odian por las crueldades y salvajismo del ejército imperial nipón durante las guerras sino-japonesas. En septiembre de 2012, Japón anunció que compraría las islas Daiyou que son objeto de una disputa territorial con China y la ocasión fue aprovechada por la facción nacionalista del partido para instigar una serie de manifestaciones anti japonesas que llevaron al ataque y destrucción de consulado japonés en Guangzhou, quema de fábricas japonesas en las afueras de la ciudad, vandalismo contra comercios japoneses y la destrucción de cuanto auto de fabricación japonesa encontraran en la vía pública.

El restaurante japonés Furusato, del Garden Hotel, fue reducido a escombros y el lobby  arrasado por los manifestantes, lo cual demuestra el control que aún tiene el partido sobre las masas y el poder de movilización sobre la población, que con mucha facilidad puede ser enardecida con un discurso nacionalista. Un buen contraste cuando se ven las colas en los consulados occidentales, incluido el japonés, muy bien nutridas de chinos que desean emigrar y uno se pregunta cuántos no habrían participado en esos mismos disturbios hace unos meses y ahora están ahí, junto a personas que sinceramente quieren dejar la pesadilla detrás.

El mercado de las perlas y el jade en Guangzhou, en la Plaza Liwan, es en realidad el mercado del estraperlo (contrabando), con comerciantes que tratan de inflar el precio si el posible comprador es americano. Se trata de un centro comercial de los 80, sucio y abarrotado de pequeños espacios llenos de sacos de perlas y cajones de jade, con productos semi elaborados y terminados, que parecen ser mucho más baratos que lo que su precio indica, es decir, cuando se molestan en decirle al comprador cuánto quieren por algo. No es el lugar indicado para buscar una obra de arte, ni una joya bien hecha, ni una buena obra de orfebrería. El mal gusto y la vulgaridad tienen un templo en este mercado de falsedades, que si estas perlas fuesen auténticas serían custodiadas por guardias bien armados. Sin embargo, el lugar carece de toda protección y seguridad. Típica trampa para turistas occidentales.

El Río de las Perlas es la arteria fluvial de la ciudad, y todos hablan de la belleza de la vista urbana desde la cubierta de un barco de paseo. El barco se llena pronto, de turistas y lugareños, que al grito de «a comer» proferido por un empleado, se lanzan desaforadamente sobre una escasa cena de pobre aspecto y peor olor. Finalmente, la luz del día decae y el río se ve negro en lugar de sucio y comienza el espectáculo de luces de la ciudad Potemkin: se iluminan los edificios de las grandes compañías nacionales y extranjeras que se alinean a lo largo de las riberas y se iluminan también los paseos a ambos lados del río. Edificios de oficinas, apartamentos para nuevos ricos políticamente integrados y correctos, la torre de Cantón, imponente, todo iluminado. Unos metros más allá, tierra adentro, la ciudad se mantiene  tan a oscuras como siempre. Todo muy siniestro.

Al regreso, por callejuelas laterales sin importancia, se ven gentes que cargan enormes bultos de baratijas sin vender, otros que comen en mesas que los restaurantes locales ponen en la acera, en medio de la inmundicia y con pobres perros callejeros que hurgan a su alrededor. Es lo que sucede en las sombras en la vida del chino de a pie, mientras que la China de los nuevos ricos partidistas, los empresarios y el turista crédulo, vende el espectáculo de luz y color como algo auténtico. O sea, auténticamente falso.

El moderno aeropuerto de Guangzhou  -diseñado por una estrella de la arquitectura europea-  no se caracteriza por su eficiencia y limpieza. En medio de la modernidad el único toque de tradición china lo dan los inodoros: son placas cerámicas sobre las cuales el cagante se acuclilla y toma puntería para colar su carga a través de un hueco. Los pisos del aeropuerto distan bastante de estar limpios, los pasajeros resuelven sus diferencias con los empleados de las aerolíneas a gritos y manotazos. El avión rumbo a Pekín se pierde en la nube tóxica que cubre a la ciudad de Guangzhou, mientras deja detrás la vista de algunos caseríos campesinos premaoistas. Al menos, tienen un encanto antiguo y rural.

Desde el aire, Pekín se percibe como un conglomerado de edificios que sobresale de una nube tóxica gigante, rodeada por varias copias de los campos de golf europeos o americanos, con villas de lujo a su alrededor. Desde tierra, Pekín demuestra que Ceauscescu era un alumno mediocre y desaventajado del camarada Mao, que fue un ‘verdadero maestro’ de la arquitectura y urbanismo de la represión. Ni siquiera con los grandes proyectos de arquitectura de los Juegos Olímpicos de 2008 y de las grandes empresas comerciales, la mediocridad gris de la represión de diseño puede atenuarse. Tian An Men tiene esa luminosidad siniestra de los lugares donde el crimen masivo es una rutina, el encanto de los jardines que la rodean se destruye por la presencia de ese monumento a la represión.

Hay  muchos monumentos, templos y jardines antiguos preservados en Pekín. Todos esos sitios carecen de otro significado que no sea el ideológico.  Entristece ver el Gran Templo Celestial, que una vez fue el complejo budista más grande del mundo,  convertido en una gigantesca máquina de recaudar dinero, sin el menor asomo de actividad espiritual (lo primero que hizo Mao fue sacar a los monjes por la fuerza). La religión del neocomunismo chino es el dinero.

No se puede decir que Pekín sea una ciudad con encantos: es antiséptica y sin alma. Sólo en algunos de los vecindarios que rodean a la ciudad prohibida aún subsiste algo de la tradición de China. El pekinés se ve mejor vestido y mejor alimentado que el cantonés, y la comida en Pekín es mucho mejor. Incluso la comida cantonesa que se sirve en esta ciudad es mejor que la servida en Cantón. Los mercados están mejor surtidos y la cantidad de boutiques y concesionarios de autos de lujo es impresionante. Abundancia sin libertad.

Se puede conducir un Maserati de último modelo, portar un Rolex, vestir de Saville Row, hacerse acompañar de una dama vestida de Valentino con un collar de perlas de Mikimoto y vivir en una lujosa villa,  pero hay que o ser miembro del partido o callar. Ahora que el partido no es masivo sino una casta, la gente prefiere callar. No todos, naturalmente. Un adolescente me pide hacerse una foto conmigo, en el parque cercano a Tian An Men, buscaba retratarse con un occidental para presumir ante sus amigos. La burla es que los pekineses flacos son en realidad policías que importan de las provincias.

No sólo hay lujo, hay verdaderos recintos amurallados que datan de varias décadas y que ocultan viviendas insalubres donde se albergan miles y miles de chinos en la miseria, muy cerca del turista, pero muy lejos de su mirada, en el mismo centro de Pekín. La mirada indiscreta del viajero las descubre. La diferencia entre viajero y turista es que el viajero se aventura en esos sitios, mientras el turista se dedica a visitar solamente los lugares sugeridos por las guías y el partido, donde ve al sector de mediana edad de la población de Pekín participar en bailes masivos, al parecer una actividad recreativa permitida por el régimen, a juzgar por su omnipresencia en todos los grandes parques, bailan para no pensar y para no quejarse. El baile es como una lobotomía a gran escala en esta ciudad.

Los jóvenes descontentos han perdido toda esperanza de cambio, y no creen en los disidentes  permitidos. Aquí los verdaderos disidentes y los verdaderos artistas contestarios no son publicados o tolerados ni por el régimen ni por los disidentes permitidos, la amenaza de ambos se siente como un peso insoportable y es aún más tóxica que la nube de polución que se cierne sobre Pekín. Estos jóvenes sueñan con Australia, Canadá y los Estados Unidos, porque saben que aquí no tienen cabida.

La luminaria disidencial con visos de celebridad local que se gastan por estos lares no respondió a mi llamada para tener una buena conversación. Su oficina dijo que no podían atenderme, porque están muy ocupados. Así es, la disidencia permitida tiene oficinas y atienden sólo si uno tiene la suerte de obtener cita. Curiosamente, en esa oficina trabajan algunos extranjeros. Sorprendente ¿no es cierto? Es una  disidencia de cara al mundo, de exportación, a la cual no interesan ni los jóvenes artistas, ni los escritores underground, ni los rockeros, por no hablar de pensadores y artistas de mediana edad que jamás han comulgado con el régimen.

Para ser disidente permitido, y aceptado en el exterior, me aseguran que se tiene que haber estado de algún modo comprometido con el régimen en algún momento. A la disidencia permitida le interesa sólo la disidencia permitida, y son los primeros en denunciar a los verdaderos disidentes, cosa muy familiar.

En Pekín, al extranjero se le trata aún con más desconfianza que en Cantón. Si la referencia en Cantón es Hong Kong, por la cercanía y la presencia de exiliados cantoneses en la ex colonia, en Pekín la referencia es Seúl y Tokio, donde se han exiliado personas de estas áreas del país. La relación con el exiliado es la misma que en Cantón, no saben si les aman, si les odian o si les tienen envidia, lo que sí saben es que tienen dinero que le viene muy bien para disfrutar de una relativa abundancia en silencio político. El conformismo está generalizado, y los únicos actos de «rebelión» son tratar de timar al turista, y manejar como locos.

Hoy en día, el régimen chino se percibe como extremadamente autoritario, y no hay política alguna a nivel de la población, sólo imposiciones, que no se discuten ya que por designio «supremo» estas órdenes son órdenes y no se discuten. A cambio del comercio y la abundancia, los mandarines han prescrito una dieta de silencio, y casi todos los chinos se han acostumbrado a que en boca cerrada no entran moscas… y sólo la abren para comer. Como en el libro Rebelión en la granja, los cerdos se han vestido con las ropas del granjero, y su comportamiento viene a ser muy similar. Estos cerdos del partido son más iguales que el resto y sobre los otros han impuesto absoluta obediencia. Los correctivos no son nada benévolos para quienes se atrevan a tener una opinión diferente.

Internet en China está muy controlada, y mucho del contenido a que estamos acostumbrados en el mundo libre está férreamente censurado, como Google, Twitter, blogs, y cualquier página que los mandarines a cargo del tinglado consideren pertinente bloquear o censurar. Prácticamente los filtros de e-mail cancelan cualquier tipo de mensaje que no se ajuste a las palabras claves predeterminadas por los censores y existen sustitutos locales para Twitter, con mucho control sobre el contenido de los mensajes. El control resulta más severo en Pekín que en Cantón, y se detecta un cierto conformismo o fatalismo con respecto a estos controles.

Pensamientos al vuelo

La diferencia con el chino (generalmente cantonés) emprendedor que se veía en La Habana antes de 1959 es abismal. Tal parece que hubiera una intención manifiesta de negar la imagen del chino trabajador, industrioso y respetuoso de la ley, que progresaba donde quiera que se asentaba y que se integraba a la sociedad, no sólo en el Barrio Chino o en la calle Dragones, sino en todas las facetas de la vida habanera, o de cualquier gran ciudad o pequeño pueblo de cualquier lugar del mundo con un barrio chino. Eso ya no existe aquí.

Quien piense que los cambios llegan automáticamente al instalar grandes compañías americanas o europeas en un lugar atenazado por una dictadura comunista se equivoca groseramente: lo que viene es el esclavismo de estado, un nuevo feudalismo, donde los cabecillas del partido hacen las veces de señores y la totalidad  de la población está en el más abyecto vasallaje. China es prueba de ello.

La desidia, el desprecio por el cliente extranjero -rayano con el racismo y el chauvinismo- son patentes hasta en los restaurantes de comida rápida americana. Lo mismo se puede decir de otros negocios. La industria parece salida de una pesadilla orwelliana y la contaminación ambiental pesa sobre las cabezas de los habitantes de Pekín. El dinero es la única religión y el individualismo creativo no existe, sólo el egoísmo despiadado. Mientras la marca Made in Hong Kong garantiza que el producto tiene calidad y precisión, la marca Made in China es sólo indicador de que el producto es una baratija, como las que se encuentran en el mercado mayorista pekinés, donde los letreros están escritos en chino, árabe e inglés.

China también tiene pueblos cancerosos, donde por la contaminación ambiental y la contaminación de los alimentos y el agua hay una altísima incidencia de cáncer y malformaciones congénitas. La más reciente crisis occidental provocó el cierre de infinidad de fábricas y el aumento desmedido del desempleo. Y numerosas ciudades construidas alrededor de estas fábricas se convirtieron en ciudades fantasmas.

Mucho cuidado con los proponentes de las maravillas del ‘modelo chino’.

Charlie Bravo

Foto: Tomada de El Periódico de Catalunya.

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