Mientras en Caracas la oposición al gobierno autoritario de Nicolás Maduro protagoniza enérgicas protestas en las calles condenando el autogolpe de Estado contra el parlamento decretado por el Tribunal Supremo, la inflación no toca fondo y comer dos veces al día es un lujo para segmento amplio de venezolanos, la onda expansiva del terremoto sudamericano impacta en La Habana.
La crisis política, social y económica que afecta a Venezuela, una especie de protectorado ideológico diseñado por Fidel Castro con el consentimiento del fallecido mandatario Hugo Chávez y con amplia presencia cubana en sectores estratégicos, el verano pasado provocó un recorte del 40% en la entrega de petróleo a la Isla.
De alrededor de 105 mil barriles diarios a 55 mil en la actualidad. Esa reducción incidió en el retroceso de la economía cubana que decreció un 2% según los cálculos previstos a pesar del restablecimiento de relaciones con Estados Unidos y el crecimiento del turismo que superó los cuatro millones de visitantes.
Un funcionario estatal dice que “aunque la generación de electricidad se hace con diesel cubano, el recorte de combustible venezolano está incidiendo en varios programas de desarrollo económico que, o están parados o funcionan a medias. Cuba exportaba un tercio de ese petróleo en el mercado internacional, lo que representaba divisas frescas para las finanzas del Estado. Sin combustible para refinar en la planta de Cienfuegos, un negocio mixto con PDVSA, las autoridades han tenido que comprar gasolina y aditivos en Angola. Por esa razón el gobierno raciona la gasolina premium, que solo se venderá al sector del turismo. Es posible que este verano se sucedan nuevos recortes de combustible en diferentes áreas económicas. El Estado intentará proteger el sector residencial. Regresar a los apagones es casi un suicidio político a las puertas del retiro de Raúl Castro. La mala situación financiera, el estancamiento económico y la crisis en Venezuela, que puede llegar a deponer a Maduro, nos ha colocado en una situación de extrema emergencia”.
A la caída en la entrega de crudo venezolano, añádase una emigración creciente que en los últimos cuatro años, por vía legal o irregular, provocó que más de 200 mil cubanos se marcharan de su patria, el acelerado envejecimiento poblacional -dentro de ocho años el 30% de la población será mayor de 60 años- y el desgaste de poder de un gobierno que en casi seis décadas no ha sido capaz de erigir una economía funcional.
Los cubanos están al límite. En un país donde la revolución de Fidel Castro siempre fue más ideológica que racional, más política que económica y sostenida de una forma u otra por bolsillos ajenos, cualquier crisis en la nación que les provee recursos vitales provoca un caos en la frágil economía local.
Sucedió con absoluta rudeza tras la caída del comunismo soviético, en la primera mitad de los años 90 del siglo XX, cuando se vivió una etapa de indigencia productiva, apagones de doce horas diarias y un sector de la población comenzó a sufrir enfermedades debido a la pésima alimentación.
Hugo Chávez fue un salvavidas. La inteligencia política de Fidel Castro, hábil manipulador, permitió adoctrinar al paracaidista de Barina mezclando elogios, ideología y promesas grandilocuentes. Nunca en la historia de la humanidad un país pobre, con unas fuerzas armadas dotadas de antiguallas y un PIB cuatro veces inferior, pudo conquistar a otra nación sin disparar un tiro.
Castro lo logró. Al estilo de un astuto Rasputín, le soplaba consejos al oído del ególatra Chávez y los servicios especiales cubanos llegaron a controlar mecanismos sensibles de control como las cédulas electorales y los pasaportes, además de ejercer considerable influencia entre la alta jerarquía militar y la inteligencia venezolanas.
Pero el mapa actual ha cambiado. Los dos gobiernos, debido a sus ineficaces modelos económicos, burocracia, corrupción y polarización de la sociedad van rumbo al fracaso, y en el caso de Venezuela, a una implosión social de incalculables consecuencias.
Raúl Castro, pitcher relevo designado a dedo por su hermano, lo sabe. Y negoció una ventana de salida con Estados Unidos, lo que le permitiría perpetuar un neo castrismo disfrazado después de su jubilación política, programada para dentro de diez meses.
Pero contra todos los pronósticos, Donald Trump llegó a la Casa Blanca. Un tipo que utiliza como un arma de fuego portátil el twitter de su teléfono móvil. Y no es muy fiable en política exterior.
En el asunto venezolano, Trump ya se decantó por apoyar a la oposición. Pero en el caso cubano, mantiene un silencio sepulcral que pone a temblar a los mandarines del Palacio de la Revolución.
En Cuba, el racionamiento de la gasolina especial, nuevas restricciones que pudieran llegar el próximo verano y la recesión de la economía pasan por Caracas, pero terminan en Washington.
Castro II le ha enviado misivas a Putin para iniciar un convenio petrolero. Ha recibido la callada por respuesta. El déficit petrolero es la razón principal para que la autocracia verde olivo intente negociar con su histórico enemigo ideológico, sin desmontar el sistema comunista, prohibiendo la disidencia y la prensa libre.
Cómo va a terminar la historia, no se sabe. Venezuela tiene el tiempo cumplido. Cuba juega a la asunción al poder de un cubano sin apellido Castro, a ver qué pesca en el río revuelto del norte.
Iván García
Diario Las Américas, 2 de marzo de 2017.
Foto: Choferes en una gasolinera de La Habana. Tomada de Diario Las Américas.
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