Humberto, 74 años, siempre tuvo espíritu de empresario. También de marrullero. Ahora mismo, se siente relajado y feliz, con ganas de hablar y beber cerveza Heineken sin tener que mirar el reloj.
Y es lo que hace. En el bar contiguo al restaurante La Torre, en el piso 29 del edificio Focsa, Humberto disfruta de una cerveza bien fría y mientras pica dados de queso Gouda y jamón Serrano, observa la ciudad.
A 121 metros de altura, La Habana parece una maqueta. Se divisa el azul intenso del mar y la sensación es que el bar flota en medio del Océano Atlántico.
Desde allá arriba las cosas se ven diferentes. No se percibe el mal estado de las calles e inmuebles. Ni el ajetreo de miles de habaneros en busca de alimentos en los agromercados, para poder preparar una comida decente.
Humberto sabe lo dura que está la vida en Cuba. “Pero me gusta disfrutar de los placeres. Y gastar mi dinero en comer bien, salir con buenas hembras y tomar bebidas de calidad”, dice.
Es una mezcla de pícaro tropical y tipo con olfato para los negocios. Viste un pulóver Lacoste y unos mocasines náuticos Timberland. Un reloj suizo Tissot que le costó 600 dólares en un aeropuerto internacional libre de impuestos.
“El dinero no te da salud, ni felicidad. Pero te hace sentir bien, diferente. Saber que tienes plata en la cartera y no te falta comida es bastante en este país. Luego, si vives en una buena casa y posees un auto, puedes darte ciertos lujos, como tomar whisky escocés o acostarte con chicas jóvenes sin tener que chivatear a la policía o ser un alto funcionario del régimen. Esa solvencia te eleva la autoestima”, apunta Humberto, quien desde joven siempre quiso ser negociante.
“Cuando triunfó la revolución, ya era propietario de un apartamento de alto estándar en el Vedado. Con la llegada del comunismo aprendí, como todos, a fingir. Nunca fui miliciano ni militante y el gobierno inventó mil tretas para que yo cediera mi apartamento. Me lo querían cambiar por un piso infame en Alamar, ni que estuviera loco. A esta gente -dice haciendo un gesto con la mano imitando una barba- les encanta hablar en nombre de los pobres, pero les gusta vivir como burgueses”, acota Humberto.
“En el edificio donde vivo residen militares y dirigentes. Cuando existía la URSS, también vivieron técnicos soviéticos, alemanes del este y norcoreanos. No he conocido gente más ‘bisnera’ que los ‘camaradas del campo socialista’. Compraban y vendían de todo. Hasta monté un banco de bolita”, comenta con una sonrisa.
No siempre las cosas le han ido bien. En los años 80 estuvo preso, acusado de actividad económica ilícita. “Al salir de la cárcel tuve que barrer parques. Cuando mis hijos crecieron los saqué del país. Hace tiempo que residen fuera. Mis nietos son extranjeros. Si no me quedo es porque me gusta más vivir en La Habana, la ciudad donde nací”, dice Humberto.
En los años duros del ‘período especial’, en la década del 90, entre otros negocios, Humberto comenzó a alquilar su piso a extranjeros. “Casi todos los negocios eran ilegales. Lo mismo era marchante de arte que compraba y vendía casas o autos. Pero después que en 2010 el gobierno amplió el trabajo particular, saqué licencia de hospedaje”.
Vive con su esposa en otra casa y renta su apartamento. “Los precios varían. Depende el tiempo de estadía del cliente y la temporada. En la alta, lo alquilo por 60 cuc diarios. Mi apartamento tiene cuatro habitaciones, todas climatizadas, una amplia sala, cocina moderna y baños remodelados con agua fría y caliente”, subraya Humberto.
Por los general, solo alquila a parejas, mujeres y hombres mayores. “No me gusta alquilarle a hombres jóvenes y solteros, te convierten la casa en un bayú. A los cubanos no les rento, porque además de descuidados, se llevan lo que encuentren a mano. Me han robado hasta los tomacorrientes. Por eso nada más alquilo a extranjero”.
Humberto se considera buen amigo, mejor padre y pésimo esposo. “Nunca he sido tacaño. Me ocupo de mis parientes pobres. Y de manera discreta he ayudado a familiares y amigos que son disidentes. Mientras exista este régimen, quienes tenemos negocios, siempre seremos sospechosos y delincuentes potenciales. Para ser un auténtico pequeño empresario se debe vivir en un clima de democracia”.
Ya la noche ha envuelto a La Habana. Desde el bar del restaurante La Torre la vista es espectacular. Ves todas las luces, pero no las muchas penurias.
Iván García
Video: Vistas de La Habana desde el restaurante La Torre, donde Iván conversó con Humberto. El video fue realizado por Winston Smith y subido a You Tube en julio de 2013.