Mi curriculum laboral se había iniciado en agosto de 1959, como mecanógrafa a las órdenes de Blas Roca, secretario general del Partido Socialista Popular, a quien puede verse en la foto tomada en 1945 por Ed Clark, de la revista Life.
O sea, que en 2002, cuando hice este relato para un periodista argentino, tenía 43 años de trabajo, que se tiraron por la borda y nunca me reconocieron. En Cuba no cobré un centavo por concepto de jubilación, no tuve ni un derecho social ni sindical ni nada.
Estuve ocho años en el periodismo independiente. Escribí todo lo que se me ocurrió, critiqué al gobierno y a veces también a la disidencia y al periodismo independiente, porque es la libertad que uno se ha ganado. Una corresponsal en La Habana del Sun Sentinel, que era puertorriqueña, un día me dijo que ella no entendía eso que decían los disidentes cubanos, que «habían conquistado un espacio». Y le respondí:
-Mira, hemos conquistado un espacio porque yo misma he estado detenida, me han hecho un acto de repudio frente a mi casa, han registrado mi domicilio, me ha visitado la Seguridad del Estado, me han amenazado, me han cortado el teléfono, me han vigilado y continuo escribiendo.
Como en el capítulo anterior mencioné, en 1991 mi hijo, Iván García Quintero, fue detenido por la Seguridad del Estado. Estuvo dos semanas en Villa Marista, cuartel general del Departamento de Seguridad del Estado. Para que no fuera enjuiciado mediaron Enrique Román, entonces presidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), y Carlos Aldana, jefe del Departamento Ideológico del partido comunista y en ese momento considerado el número tres del régimen, detrás de Fidel Y Raúl Castro.
La detención de Iván en Villa Marista va a provocar que yo, a la larga, perdiera mi trabajo en la televisión: había dejado de ser una periodista «confiable». A Iván lo habían detenido el 8 de marzo de 1991, junto con tres muchachos más del barrio, estaba ajena a todo, la Seguridad pudo probar que yo estaba al margen de sus andanzas. Me dijeron que ellos pintaban carteles antigubernamentales, todavía a ciencia cierta no sé qué hacían.
En la Seguridad del Estado me interrogaron y me enseñaron varias pancartas y al oficial le dije: «Eso no lo hizo mi hijo, porque él tiene faltas de ortografía y, ademas, ésa no es su letra. No lo estoy defendiendo, simplemente le estoy diciendo la verdad». Bueno, la cuestión es que no lo enjuiciaron, ni a él ni a los otros tres.
Iván se hizo periodista independiente cuando en diciembre de 1995 se incorporó a Cuba Press. Yo me había incorporado antes, en el mes de septiembre, pero a mí no me expulsan del ICRT hasta el 4 de abril de 1996. Había consultado con un abogado y me había dicho: «No, no, tu vas todos los meses a cobrar tu salario, ellos son los que tienen que decirte que no puedes cobrar más o qué va a pasar contigo».
Recuerdo que en marzo del 96 a mí se me hacía muy dificil ir a cobrar, porque hablaba por Radio Martí, públicamente disentía e iba a cobrar mi salario, algo que en cualquier país democrático no es un delito, pero en Cuba sí. Pero el abogado había insistido en que no dejara de ir, que fueran ellos quienes me lo negaran.
Cuando uno da ese paso de disentir, empieza a tener situaciones con vecinos, amigos, familiares, personas que parecían ser muy allegadas y te encuentras que de pronto cogen miedo y te dan la espalda. Pero también descubres personas que tu no considerabas tan cercanas, con quienes no te unían grandes vínculos y se te acercan y te dan la mano. Pasar de creer en la revolución a dejar de creer en ella es un proceso y lo primero que uno tiene que hacer es canalizarlo interiormente. Porque si uno psíquicamente no está preparado, es muy difícil.
Como periodista, siempre traté de estar bien informada de la actualidad mundial y también de lo que ocurría dentro de Cuba y en las filas de la disidencia. Me limitaba a visitar a las personas que no temían recibirme, personas que me ayudaban, que sabían que no tenía un centavo y me daban dinero o un poco de comida, porque estaban sensibilizadas con mi situación.
Como disidente, siempre tuve un olfato especial para poder mantener alejados a todos los informantes, colaboradores y agentes infiltrados por la Seguridad del Estado. Por eso andaba sola y no quería a nadie en mi casa ni alrededor mío. Porque las reuniones y tertulias disidentes son caldo de cultivo para la Seguridad infiltrar a sus agentes y colaboradores. Yo boté de mi casa a una supuesta amiga, pues me di cuenta que la mandaba la Seguridad, para saber cómo vivíamos, quién nos visitaba, cualquier cosa, para después ir a informarlo.
Es muy difícil, sobre todo cuando uno sabe que dentro de los grupos de la disidencia y el periodismo independiente hay muchos infiltrados de la Seguridad. Pero eso no lo hacen solamente en Cuba, también en Estados Unidos, España y todos los países donde viven exiliados cubanos.
La gente en mi barrio me respetaba. Pongo un ejemplo: en 1997 la Seguridad del Estado pidió a los vecinos que escupieran cuando yo pasara. Y a mí no sólo no me escupieron, sino que vinieron a decírmelo. También me dijeron que habían mandado a algunos vecinos de la cuadra a vigilarme, porque decían que yo tenía una computadora en la casa. Mucha gente ha ido perdiendo el miedo, pero les falta ese arranque final de valor.
Es comprensible, todavía el régimen es poderoso y constantemente está haciendo demostraciones de fuerza y tiene todos los recursos para movilizar a las masas. Y muchos no se deciden a disentir porque sopesan y dicen «no, no puedo arriesgarme a quedarme sin trabajo, no tengo a nadie que me respalde, no tengo familia afuera que me ayude si un día me pasa algo». Saben que si a uno lo encarcelan, lo llevan a una prisión en el otro extremo de la isla. Cuando en Cuba condenan a alguien, condenan también a la familia.
Siempre me comunicaba anónimamente, como una ama de casa más, vestida como cualquier mujer simple, sin alardear que era periodista ni nada. Sin llamar la atención. A cada rato me veía obligada a coger autos de alquiler de diez pesos, porque el transporte público era pésimo, y ahí solían echar pestes del gobierno. Y yo, callada, escuchando. A veces alguien decía: «En Cuba todo el mundo habla, pero nadie hace nada. Hablan y después se van a la Plaza y todo el mundo va a votar y ése es el problema que tenemos los cubanos, que hablamos aquí en los carros y en las casas, pero no hacemos nada».
Entonces yo saltaba y decía: «Un momentico, eh, eso será con ustedes, no conmigo. Me llamo Tania Quintero Antúnez, nací en La Habana el 10 de noviembre de 1942, toda mi familia fue comunista, era periodista del gobierno y desde 1995 soy periodista independiente, hablo por Radio Martí y otras emisoras internacionales, me llaman del Canal 23 y recibo en mi casa a toda clase de periodistas extranjeros, así que eso no va conmigo».
Nadie contestaba, todos se quedaban callados. En el barrio todos sabían quién era y por eso, cuando alguien en una cola se ponía a hablar mal del gobierno, en voz alta decía: «Comentarios no, por favor, hagan las cosas como hay que hacerlas, porque las cosas hay que decirlas de frente y sin miedo». Y daba media vuelta y me iba.
Mi nieta Yania me decía: «Abuela, tu siempre estás hablando con la gente en la calle». Y era verdad, siempre quería saber la opinión de las personas. A cada rato visitaba a amigos que a su vez tenían conocidos en el gobierno y así me enteraba de muchas cosas. O que vivían en lugares céntricos o trabajaban en empresas importantes y también por ahí obtenía información. Andaba mucho por las calles, a veces tarde en la noche, por ello pude escribir sobre los travestis. Hacía tiempo que no andaba a esas horas por La Rampa y me dí cuenta cómo había cambiado la ciudad, con tantas jineteras, homosexuales, trasvestis y pingueros.
En ocasiones venían personas a mi casa y me contaban cosas, porque por teléfono tenían miedo contármelas. Siempre me consideré una mujer libre e independiente. Por eso nunca fui militante del partido ni de la juventud comunista. Tampoco tuve ese conflicto interno, de tragar bilis todos los días, esa impotencia de callar y de aguantar, por miedo.
A fin de cuentas, todos queremos cambios pacíficos y no lo que hizo Fidel Castro para llegar al poder, de coger las armas y atacar un cuartel. Tengo la esperanza, y estoy segura, que mis dos nietas, Yania y Melany, podrán disfrutar de otra Cuba, tolerante, libre y democrática.
Tania Quintero