Desde La Habana

Confesiones de una periodista (2)

Los periodistas cubanos no podíamos hacer determinadas preguntas y mucho menos criticar al gobierno y a sus dirigentes. Pero los extranjeros sí. Ellos tenían carta blanca. Una de las entrevistas más sonadas fue la que Barbara Walters le hiciera a Fidel Castro en 1977 (foto).

Yo había comenzado a escribir para Bohemia en 1975, pero ocupaba una plaza de secretaria. Al mes me pagaban 163 pesos (menos de 7 dólares al cambio actual). A pesar de ello, logré buenos trabajos, escribí para las páginas económicas, culturales, nacionales e históricas, entre otras. En 1978 hice un serial sobre la presencia de  alemanes antifascistas en Cuba, en los años 40, trabajo que me valió una invitación a la República Democrática Alemana (RDA).

En junio de 1979 estuve tres semanas en la RDA, invitada por el ministerio de relaciones exteriores de ese país. Poco después de mi visita, del ministerio dijeron que yo había sido la periodista más productiva que los había visitado. Solamente de ese viaje en Bohemia publiqué 50 páginas (pueden ir a los archivos de la revista o a la Biblioteca Nacional y contarlas).

Junto con el elogio me gané una crítica: «Parecía mentira que fuera una periodista socialista, porque me había comportado como una capitalista». Ellos no podían entender que me había comportado en la RDA como me comportaba en Cuba. Por ejemplo, no publiqué ni una palabra de la visita que hice a una fábrica de Berlín llamada Rosa Luxemburgo, porque yo quería hablar con los obreros y con quien quisiera, pero unas personas a nombre del partido, el sindicato y la administración me recibieron de una manera muy formal, en una oficina con café y galleticas dulces.

Al día siguiente, a la señora del ministerio de exteriores que me atendía, le dije que eso no era lo que yo quería y, por lo tanto, no iba a publicar nada. También tuve una discusión muy fuerte con esa misma funcionaria, porque sin consultar con ella, me entrevisté con el hombre que en ese momento era el presidente de la asociación de judíos alemanes-orientales. Y ése no era un tema que a la RDA le interesara divulgar. Con la periodista Cathérine Gittis fui al cementerio de los judíos en Berlín y los del departamento de prensa volvieron a disgustarse, dijeron que esa visita estaba fuera del programa.

En Bohemia publiqué un primer serial titulado «El país de los cochecitos», algo bastante novedoso y ameno. Era la primera vez que salía de la isla y a mí me impactó ver a las madres con niños en cochecitos por todas partes. En la Cuba de 1979, encontrar a una mujer con su bebé en un coche era como encontrar un cosmonauta por la calle. Ese serial salió en cuatro partes y en él describía cómo era la gente, cómo vestía, el transporte y las carnicerías llenas de carnes, salchichas y quesos.

Comparada con Cuba, la RDA tenía mucho más desarrollo, aunque también era un Estado totalitario. Ellos tenían la cuestión ideológica ésa tan fuerte con la Alemania Federal y me dí cuenta que había un mal de fondo, pero no tuve una idea más exacta hasta que no leí libros como «La gran estafa», del peruano Eudocio Ravines. Ese tipo de literatura me abrió bastante las entendederas, porque yo estaba en el bosque y no veía los árboles.

En 1982 pasé a la televisión cubana. Ya tenía 40 años y hubo quien pensó que a esa edad no iba a poder adaptarme a un medio tan diferente, con otras normas y estilos. Empecé atendiendo la sección cultural de la Revista de la Mañana; luego fui guionista en la Redacción de Países Amigos y de Conversando, entre otros programas, y reportera del Noticiero Nacional de Televisión. Mi último trabajo fue como realizadora de un espacio que se llamaba Puntos de Vista, de encuestas en la calle, un programa de debate y opinión que salió al aire entre 1986 y 1992. Hasta hoy, ha sido el programa más polémico que ha tenido la televisión cubana.

Después, estuve cuatro años cobrando mi salario sin trabajar, no me daban contenido de trabajo porque mi hijo, Iván García Quintero, en marzo de 1991 había sido detenido por la Seguridad del Estado, acusado de «propaganda enemiga». Sin saberlo, había pasado a una lista negra y en la televisión prefirieron que yo cobrara mi salario sin hacer nada.

Entonces en septiembre de 1995, cuando Raúl Rivero crea la agencia de periodismo independiente Cuba Press, prácticamente no tenía nada que perder, a no ser el salario: 250 pesos, unos 10 dólares al cambio actual. Tenía 57 años, me faltaban tres años para jubilarme y decidí dar ese paso y arriesgarme como periodista independiente.

Tania Quintero

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