La Habana, viernes 6 de mayo. El reloj marcaba más de las diez de la mañana cuando el camión cisterna matrícula B187578, que transportaba 12.300 litros de gas GLP (mezcla de butano y propano), conducido por Orlando Vargas Bring, 58 años, después de transitar por la calle Zulueta, se estacionó a un costado de la puerta de servicios del Hotel Saratoga, situado en la esquina de Prado y Dragones, en el corazón de la ciudad.
Saúl, dependiente de un agromercado, recuerda perfectamente el camión, «pues yo estaba en un almendrón (auto antiguo utilizado como taxi colectivo) y tuvimos que esperar detrás de la pipa de gas hasta que se parqueara. Cuando llegué a la casa me enteré que había ocurrido una explosión en el Saratoga. Me salvé en tablitas”.
Noemí, ama de casa, se persigna antes de hablar y besa la cruz de un rosario blanco que lleva en el cuello. “Acababa de salir de una tienda de artículos religiosos que hay en la Asociación Cultural Yoruba, ubicada en Prado, en la misma acera del Hotel Saratoga. Iba caminando rumbo al Parque de la Fraternidad cuando sentí la explosión. Mi primera reacción, y la de muchísimas personas, fue correr hacia un lugar seguro. Cuando llegué al portal de la tienda Isla de Cuba y miré pa’atrás no podía creer lo que veían mis ojos. Una nube de polvo se esparcía por todo el lugar. Parecía que al Saratoga lo habían bombardeado. Enseguida la gente empezó a brindar primeros auxilios. ‘Cuidado, no vayan pa’llá’, gritaba un custodio de la tienda. Decía que a lo mejor explotaba otra bomba y se desplomaba el hotel», rememora Noemí.
Según los vecinos, la explosión ocurrió alrededor de las diez y cincuenta de la mañana. Ese trozo de la geografía habanera comprendido desde el Parque de La Fraternidad hasta el Parque Central, cuenta con una de las densidades poblacionales más altas del país. Hasta cuatro generaciones diferentes viven en extrema pobreza, apiñadas en cuarterías inmundas y edificios en peligro de derrumbe, a pesar de ser uno de los sitios más céntricos y con la mayor cantidad de establecimientos comerciales de la capital.
En el lenguaje coloquial, es una tradición decir «voy de compras a La Habana», en particular a esa zona, una demarcación por donde siempre pasaban rutas de ómnibus que facilitaban la movilidad entre los municipios habaneros, sin contar las piqueras de taxis. Ahora, aunque con menos transporte, sigue siendo un sitio por el cual a diario transita un elevado número de habitantes de la capital y el resto de provincias. Actualmente en la zona cohabitan negocios privados, hoteles, instituciones estatales, tiendas y personas que sin licencia, sentados en los portales, revenden pacotillas importadas de Panamá, Cancún o Miami. También pululan pícaros y estafadores. Cuando cae la noche, se convierte en una pasarela de vendedores de drogas y de prostitución, con jóvenes dedicados a prácticas sexuales por quinientos o mil pesos la media hora.
Ese viernes, la afluencia de transeúntes era elevada. Cristóbal, dueño de un Cadillac descapotable que renta a turistas, “estaba merendando en una cafetería privada en Monte y Prado cuando estalló el hotel. Pensé que era un ataque terrorista. Dejé el pan con jamón y el refresco en el mostrador, me monté en el carro y salí volando de allí. Jamás en mi vida había escuchado una explosión tan violenta”.
El edificio con el número 609, aledaño al Saratoga, donde la mayoría de las familias residen en condiciones deplorables, sufrió serias afectaciones. “Estaba preparándole algo de comer a mi nieto cuando escuché el estruendo. Pensé que el edificio se estaba derrumbando. Los dos salimos corriendo. Cuando llegamos a la calle vimos, que el Saratoga había explotado. Nos dijeron que de manera provisional nos iban a alojar en un hotel de la Villa Panamericana, en Cojimar”, dijo una vecina del inmueble. Posteriormente, por un familiar, supimos que a ella y a otros que perdieron sus casas, los albergaron en el Palacio Central de Computación, en Reina y Amistad, cercano a su destruido edificio.
Según funcionarios del régimen, la explosión afectó a 23 edificios de la manzana comprendida entre Prado, Dragones, Zulueta y Monte, 17 de ellos de viviendas. Los más graves fueron el edificio de Prado 609, donde colapsaron 15 apartamentos y el de Zulueta 510, con 10 apartamentos desplomados y daños estructurales de consideración.
Un trabajador de ETECSA que se encontraba en el cuarto piso de la sede de la empresa, en Águila y Dragones, a dos cuadras del Hotel Saratoga, relata que «cuando se escuchó el potente estruendo, cundió el pánico. La gente salió despavorida para la calle. Yo pensé que era un terremoto. Luego, cuando vi cómo quedó el hotel, creo que esa explosión no pudo ser de una fuga de gas”. Diversas teorías conspirativas circulan entre los ciudadanos de a pie. Evelio, cuentapropista, afirma “que el gobierno no dice que fue un sabotaje para no alarmar al turismo. ¿Cuándo tú has visto una explosión de gas en que apenas hay fuego y al camión del gas no le pasó nada?”.
Sergio, especialista en prevención de incendios, asegura que es “normal que se inventen cosas. Pero es perfectamente creíble la versión de una explosión por fuga de gas. Ese tipo de explosiones lo puede originar cualquier chispa, al prender un interruptor o incluso el uso de un teléfono móvil. Donde no estoy de acuerdo es en la politización del gobierno, que se ha centrado en destacar la solidaridad, rápida asistencia médica y ardua labora de rescatistas y bomberos, algo muy meritorio, minimizando que las causas del accidente fueron la negligencia y el incumpliento de las estrictas normas de seguridad cuando se trasvasa gas GLP”.
El experto considera que “en los últimos tiempos en Cuba se han producido incendios en empresas del Estado, algunos sospechosos o con indicios de ser premeditados, como los tres ómnibus incendiados en Santa Marta, Matanzas, en octubre de 2021, y los cinco ómnibus quemados en un parqueo de transporte escolar en la Habana del Este, en marzo de 2022. O los incendios en las centrales telefónicas de Santa Clara, en junio de 2018, y de Las Tunas, en diciembre de 2021. En febrero de 2022 cogió candela una fábrica de tabaco en San Antonio de los Baños. Siete de cada diez empresas e instituciones estatales no cumplen las medidas de seguridad contra incendios. Los extintores suelen estar vacíos o rotos y descompuestos los aspersores de agua. Existe demasiada negligencia en el personal que manipulan el gas y otros combustibles. A veces la tecnología no es la adecuada y los obreros suelen carecer de trajes de protección. Por mi experiencia, aseguro que fue la irresponsabilidad la que provocó ese lamentable accidente”.
Un empleado del hotel Saratoga aclaró que después de dos años cerrados por la pandemia, “no se le había dado mantenimiento a las tuberías de gas. Cuando estabas en la cocina, se sentía un fuerte olor a gas. Había salideros. Tampoco se le daba mantenimiento adecuado a los aires acondicionados ni a la red hidráulica. El hotel iba a reabrir el martes 10 de mayo con una cena a los participantes de una feria de turismo en Varadero. Esa mañana no fui a trabajar. El viernes 6 de mayo volví a nacer”.
Hasta la fecha, se reportaban 43 fallecidos, entre ellos una embarazada, cuatro menores y una turista española que caminaba por las inmediaciones, al menos tres personas continuaban desaparecidas y 97 lesionados de diversa gravedad. Si en algo coinciden los habaneros consultados es que fue una tragedia que se pudo evitar.
Iván García
Foto: Cuando aún salía humo por la explosión, decenas de curiosos fueron a ver de cerca lo ocurrido en el Hotel Saratoga. Unos cuantos haciendo fotos con sus celulares, otros, los más solidarios, enseguida empezaron a rescatar de los escombros a personas heridas y fallecidas. Y no faltaron los que trataron de aprovechar el caos inicial, a ver qué se podían robar. A pesar de quedar cerca el Comando 1, la principal estación de bomberos de La Habana, éstos demoraron en llegar, igual que las ambulancias. Hasta que no llegó la policía, el público no fue desalojado y el área fue acordonada. Los últimos en hacer acto de presencia fueron las autoridades. Tomada de El País.