El 17 de marzo por la noche mi cabeza estaba en otra parte. No tenía un centavo en el bolsillo y debía comprar un complejo lácteo vitaminado, que entonces costaba 4 dólares, a mi hija Melany, de apenas mes y medio de nacida. El desmesurado apetito de la bebita, había obligado a la pediatra a indicar que complementaran el vitaminado lácteo con el pecho materno.
En ese entonces, era periodista independiente de la agencia Cuba Press dirigida por el poeta y periodista Raúl Rivero. Escribía para un sitio digital de la Sociedad Interamericana de Prensa y crónicas e historias para Encuentro en la Red, web que hacían cubanos emigrados en España, que por ese tiempo era de lo mejor, periodísticamente hablando, que se promovía fuera de Cuba.
Pero el pago a los artículos llegaba cada dos o tres meses. Y el día antes de que el gobierno desatara la razia contra 75 opositores y periodistas libres, yo estaba pidiendo el agua por señas. Era un marzo caliente. La invasión a Irak por parte de tropas norteamericanas era inminente. La noche antes, había hablado con mi esposa la posibilidad de vender algunas ropas mías y un reloj, para poder comprarle el alimento a la niña.
Esa madrugada me quedé a dormir en la casa de la niña, para ayudar a la madre que estaba extenuada con la costumbre de la pequeña Melany, de despertarse en plena noche y quedarse dormida hasta el amanecer.
Al filo de la medianoche, del martes 18 de marzo, regresé a mi hogar, en el barrio de La Víbora, donde vivía con mi madre, mi hermana y una sobrina. Con un cansancio de siglos y unas ojeras por el piso.
En el balcón vi a mi madre, Tania Quintero, también periodista independiente, haciéndome unas señas incomprensibles. Cuando llegué, me contó que se habían llevado detenido a varios periodistas y disidentes.
El sueño que tenía se me quitó de golpe. Ahí no paraban las malas noticias. Se estaba produciendo detenciones masivas en toda la isla. Al día siguiente, nos enteraríamos que a casi un centenar de personas las habían detenido y de forma minuciosa registrado sus domicilios.
Mi madre y yo esperábamos en cualquier momento nuestra detención. Andábamos con un cepillo de dientes y una cuchara. Hablé con mi esposa y de forma tétrica le dije que en cualquier momento podrían venir por mí.
Estábamos con el corazón en un puño. Fueron días cargados de espanto. No entendía las razones del gobierno para encarcelar a un grupo de personas que se oponían de forma pacífica o escribían sin mandato.
Amigos periodistas como Raúl Rivero, Ricardo González, Jorge Olivera y Pablo Pacheco, por decreto estatal, dormían en celdas tapiadas de de la policía política. Escuchaba radio por la onda corta y la denuncia del mundo era espectacular. Castro, en su calculada estrategia, creía que con la guerra de Irak, iba a desviar la atención sobre el asunto. No fue así.
Con el paso de los días, se desató una poderosa ráfaga de ataques en los medios cubanos contra la oposición. Y comenzó el circo. Juicios sin garantías y una serie de topos infiltrados en la disidencia y el periodismo salieron a la luz. Con horror recuerdo que había 7 peticiones fiscales de penas de muertes.
El delito era disentir y escribir artículos que no eran favorables al gobierno. Como “pruebas contundentes”, la fiscalía presentaba máquinas de escribir, radios portátiles, libros, hojas blancas de papel y dinero. No se ocupó ni una sola arma de fuego o material explosivo.
«Castro ha enloquecido», pensé. Mientras más analizaba diferentes variantes, menos lógicas me parecías las conclusiones. Es cierto: el gobierno había preparado el golpe con meticulosidad.
El Proyecto Varela, del opositor Oswaldo Payá Sardiñas tenía a Fidel Castro más arriba de los cojones. Cualquier mandatario democrático de paso por La Habana, le pedía que cumpliera con las leyes de su propia Constitución, que autorizaba a realizar reformas de leyes cuando se habían recogido 10 mil firmas.
Y eso era lo que había hecho el movimiento de Payá. Incluso, el propio ex presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, en un discurso en el aula magna de la Universidad de La Habana y ante el propio Castro, le había exigido cumplir los requerimientos jurídicos.
Esto acabó por exasperar a Castro, quien desde 1998 tenía encarcelado a 5 espíasn de una red de 12, desarticulada en Estados Unidos. Y ninguna maniobra jurídica había hecho posible la condonación de la sanción. Y se decidió a jugar fuerte.
Hizo reformas a la carrera en la Constitución, para perpetuar su sistema político. Y lanzó la tenebrosa Ley 88, conocida como ley mordaza, que te podía llevar a prisión por más de 20 años, sólo por disentir o escribir, bajo la acusación de estar al servicio de una potencia extranjera.
Las condiciones estaban creadas para desatar la razia contra la oposición. La guerra de Irak fue la cortina de humo que Castro usó para que se evaporara la noticia.
Ningún opositor o periodista estuvo seguro de su situación en los meses posteriores. Mi madre y mi familia se vieron forzados a partir al exilio. Yo preferí ver crecer a mi hija. Me sentí con todo el derecho del mundo a estar a su lado y verla decir sus primeras palabras en el país ella donde ella nació y donde nacieron sus padres y sus abuelos. Eso no me lo iba impedir Fidel Castro. Incluso, a riesgo de ir a prisión.
A 7 años de la fatídica Primavera Negra, poco ha cambiado en Cuba. Fidel Castro espera la muerte en una cama escribiendo sus memorias y una letanía de reflexiones personales sobre cualquier acontecimiento en el planeta.
Su hermano Raúl, sin grandes cambios, ha seguido su misma política represiva contra quienes se les oponen. Los sigue descalificando y despreciando. En el aire de la República sigue flotando la intimidante Ley 88. Cuando el gobierno considere, puede llevar a la cárcel a los que disienten. Sin ninguna contemplación.
A estas alturas de la revolución y la lógica erosión del poder, los Castro están decididos a perpetuarse hasta la muerte. Nadie les va a hacer cambiar de ideas. Ni la presión internacional. Ni la plática franca de los líderes de países que desean que Cuba se sume al conjunto de naciones democráticas.
Han pasado 7 años de la encarcelación de 75 opositores. Y la vida por estos lares sigue igual. Nada ha cambiado.
Iván García
Foto: La Víbora, barrio perteneciente al municipio 10 de Octubre, el más poblado de la Ciudad de La Habana.