Si a usted le dijeran que recibirá un salario de 350 pesos, el equivalente a 15 dólares, por ser custodio nocturno en una desvencijada escuela, en un país donde no existe el crédito y debe pagar en moneda dura -la que no paga el Estado- para comprar carne de res, pescado o leche en polvo y un electrodoméstico representa el equivalente a seis salarios mensuales, probablemente pensará que su interlocutor es un mentiroso compulsivo, un charlatán de ocasión o simplemente indagará cómo llegan a fin de mes esas atribuladas personas.
Ese país existe. Se llama Cuba. Una nación que, para bien o para mal, se ha idealizado. Algunos adoran a Fidel Castro solo para apuntalar su desprecio hacia Estados Unidos.
Airean las cifras positivas del régimen (que cada vez son menos), y como loros amaestrados repiten los éxitos de una cobertura universal de salud y educación para todos.
Es cierto, en Cuba nadie te pregunta si eres disidente o revolucionarios a la hora de recibir atención médica. Aunque hay diferencias. Mientras los ministros y generales acuden a hospitales que nada tienen que envidiar a clínicas privadas del primer mundo, la mayoría de la población debe madrugar para sacar un turno con un especialista, muchos hospitales piden a gritos ser reparados y escasean equipos y medicamentos avanzados.
La educación es un tema controvertido. Todos los cubanos sabemos leer, escribir y utilizar los múltiplos básicos. Pero al tener el alumnado un alto componente ideológico, los estudiantes de bachillerato aprenden más rápido a desarmar un fusil AKM que reglas de urbanidad como decir buenos días.
Si vas estudiar una carrera universitaria debes camuflar tu manera de pensar. Para un disidente público, es casi imposible estudiar periodismo o relaciones internacionales, donde la ideología y la lealtad al régimen es determinante.
Pero después que enumeran los éxitos en sanidad y educación, destacan el deporte, la cultura y el tesón de haberle plantado cara al ‘imperialismo yanqui’ a 90 millas de sus costas, los aduladores de los Castro se quedan sin argumentos sólidos.
¿Y los derechos políticos no valen? ¿Por qué no podemos convocar una huelga para reclamar mejoras salariales o para obligar al gobierno que acabe de implentar la unificación de la moneda, baje el precio de combustible, de los electrodomésticos y de los autos?
Esas preguntas tienen espinas para los defensores del régimen. Pero volvamos al principio, e intentemos describirle a un forastero despistado cómo llegan a fin de mes los cubanos.
Reinier es custodio de una escuela secundaria en la barriada habanera de La Víbora. Hace guardia en noches alternas y recibe un salario de 352 pesos al mes.
En realidad, su trabajo de custodio es un tape. “Tenía al jefe de sector (policía del barrio) arriba de mí para que empezara a trabajar. Ya tenía dos actas de advertencia por peligrosidad social. Cuando esas actas se acumulan, te pueden sancionar hasta con dos años de cárcel por peligrosidad. Comencé a trabajar de custodio para guardar las apariencias”, dice Reinier.
Y cuenta que va a la guardia a dormir. “Debo velar para que no se roben los televisores, los tubos de luz de fría y unas viejas computadoras. Si no hubiese custodios se los robarían. También que ninguna pareja, sea de heterosexuales u homosexuales, entren al patio del colegio y se pongan a hacer el amor. Después de un par de rondas, sobre las dos de la madrugada me tiro a dormir encima de una mesa hasta el filo del amanecer”, confiesa.
¿Cómo puedes estirar hasta fin de mes tu salario?, le pregunto. “El salario en Cuba es una burla. Me busco la vida como recogedor de bolita (lotería ilegal). Recojo dos veces al día. Gano entre 250 y 400 pesos diarios”, responde.
Se pudiera pensar que Reinier es una excepción. Pero cuando usted le pregunta a la mayoría de los cubanos, el 90% suele buscarse un dinero extra por debajo de la mesa y al margen de la ley.
Yolanda, ingeniera, vende café y jugo de frutas en su trabajo. Y piensa expandir el negocio. “Próximamente ofertaré comidas y dulces. Gano 512 pesos al mes (21 dólares). Vendiendo jugo y café gano el triple”.
Reinier y Yolanda no pagan impuestos por su labor. Otros, para vivir con desahogo, meten la mano en la caja de caudales del Estado o se roban cualquier cosa de valor que se encuentre a su alcance.
Sixto, economista de una empresa, tiene como misión principal justificar el robo de sus jefes. “En los papeles todo tiene que cuadrar, en caso de auditoría. Los trucos y la ingeniería financiera son habituales en muchas empresas para camuflar los robos. Me pagan entre 5 y 10 pesos convertibles diarios por mi labor. Además de una cesta de comida cada vez que la necesito”.
Rogelio, chofer de ómnibus urbanos, dice que como único puede llegar a fin de mes, “es llevándome cada día de 200 a 300 pesos de la recaudación del pasaje. Unos se llevan más, otros menos, pero todos los choferes lo hacen”.
Cuba funciona así. Con leyes no escritas. Con robos, fraudes y desfalcos a empresas estatales. La realidad subyace debajo de una capa de mojigatería. La gente come, se divierte o compra con moneda dura gracias a las remesas enviadas por sus familiares desde el extranjero. O lucrando con los recursos del Estado.
Esa masa anónima de cubanos, con sus triquiñuelas para sobrevivir en un país donde el salario promedio es de 20 dólares y un televisor de plasma cuesta 800 y un Peugeot 508 vale 300 mil dólares, espera por un editorial del New York Times que los reconozca. Ahora que Cuba está de moda.
Iván García
Foto: En Sagua la Grande, municipio de Villa Clara a unos 300 kilómetros al este de La Habana, un lugareño decidió buscarse la vida en un triciclo adaptado para la venta callejera de viandas, verduras y frutas. Tomada de NBC News.