No le pusieron una pistola Makarov en la cabeza ni lo torturaron con la picana eléctrica. Llamémosle Josué (los nombres de esta historia han sido cambiados). Un tipo que viste jeans made in USA, en el iPhone 7 escucha jazz de Winston Marsalis y es fan incorregible al juego espectacular de LeBron James.
Trabajaba en una gasolinera y en un día malo ganaba el equivalente a 50 dólares, suficiente para beber cerveza con sus amigos en un bar de La Habana. “Uno de mis amigos era opositor y dos periodistas independientes. Para mí eso no era ningún problema. Los conocía hace años y eran personas decentes y de fiar. Hablábamos de política, pero cuando estábamos vacilando, por lo general charlábamos de deportes y de la vida cotidiana”, expresa Josué.
Una mañana cualquiera, dos oficiales del Departamento de Seguridad de Estado (DSE) vestidos de civil, conduciendo motos Suzuki, se presentaron en su domicilio. “Querían charlar conmigo ‘amigablemente’. Me pidieron colaborar con ellos. Que les informara sobre mis amistades disidentes. Me negué y me amenazaron con levantarme un expediente por malversación al Estado.
‘Sabemos que robas combustible. O trabajas para nosotros o te podemos encausar’, respondieron. Al principio acepté y les informaba mentiras o les decía que mis amigos no me contaban nada de su labor. Entonces me propusieron que ingresara en la disidencia. No acepté. Al final pedí la baja de la gasolinera. Así y todo, a cada rato me siguen molestando y por cualquier motivo me llevan detenido a la unidad policial”, confiesa Josué.
A Sheila, ingeniera, el modus operandi fue similar. “Primero intentaron chantajearme, acusándome de tener relaciones extramatrimoniales con un disidente. Cuando les dije, ‘adelante, háganlo’, cambiaron de estrategia y me dijeron que iban a procesarme por acosar a extranjeros y prostitución, pues tengo un novio europeo”.
Uno de los objetivos de los servicios especiales en Cuba es ‘cortocircuitar’ los vínculos que tanto opositores como periodistas sin mordaza puedan tener con fuentes oficiales. “Le tienen pánico a que la disidencia o el periodismo independiente tienda puentes y establezca una red de confianza con empleados o funcionarios de instituciones importantes del Estado. Y por eso intentan envenenar las relaciones de disidentes y periodistas con parientes, amigos y vecinos del barrio», afirma un académico que ha recibido advertencias del DSE.
Según este académico, «para cumplir su objetivo, el DSE utiliza cualquier arma, desde el chantaje emocional, la presión psicológica, el compromiso con el partido y la revolución, hasta amenazas con enviarte a prisión por un supuesto delito común, pues los que trabajan en ciertos sectores de la economía y los servicios, suelen ganar dinero defraudando al Estado. La Seguridad no necesita torturar a sus confidentes. Los mecanismos de doble moral del sistema, la corrupción imperante y el miedo ciudadano logran su objetivo: tratar de aislar al opositor de su círculo de amistades”.
Yusdel, chapistero ilegal, recuerda que un día un oficial del ‘aparato’ (Seguridad), le dijo “que si quería mantener mi negocio, debía informar sobre mi padrastro, que es activista de derechos humanos. Son unos cerdos. No les importa que tu delates a un familiar tuyo. Si te niegas, empezarás a ser asediado por la policía”.
Carlos tiene a la cárcel como su segunda casa. “Una vez, estando preso en el Combinado del Este, un seguroso me pidió que intimidara a un disidente encarcelado. Golpéalo, házle cualquier cosa, que no vas a tener problema. A cambio, me darían pases los fines de semana. Dije que no lo haría, pero hay reclusos comunes que se prestan a esa mierda”.
Cuando los opositores y periodistas alternativos son novatos, las presiones para que se conviertan en ‘chivatientes’ son mayores. Al estar constituida la disidencia por grupos pacíficos y con métodos abiertos, para la contrainteligencia es muy fácil infiltrar soplones o chantajear a opositores que ante la presión psicológica fácilmente se rompan o se rajen.
Con 18 años en la prensa libre, un colega que conoció a falsos periodistas independientes, como el difunto Néstor Baguer y Carlos Serpa Maceira, dice que terminaron convirtiéndose en delatores “por la presión que sobre ellos ejerció la Seguridad del Estado ”.
Un profesor de historia, que ha sufrido el acoso del ‘aparato’ opina que “ese discurso de revolución-contrarrevolución calaba en los primeros años de la llegada al poder del Fidel Castro, cuando los que apoyaban el proceso revolucionario era mayoría. Ahora, los que colaboran no lo hacen por lealtad ni por ideología, lo hacen por miedo. Y eso los convierte en ciudadanos vulnerables y poco fiables. Sin contar que la profesionalidad de los actuales oficiales del DSE deja mucho que desear. Algunos agentes parecen marginales e intelectualmente son muy endebles”.
Para lograr su objetivo, la contrainteligencia cubana recurre a la extorsión de sus futuros confidentes. Y en el caso de la oposición, a la violencia física. Si lo dudan, pregúntenle a las Damas de Blanco.
Iván García
Martí Noticias, 4 de abril de 2017.