Desde La Habana

Comer pan es un lujo en Cuba

Comer pan es un lujo en Cuba

Mientras en la bocina portátil se escucha un reguetón de moda, cuatro jóvenes panaderos, sin camisa y sudando a chorros, amasan a velocidad alucinante pequeñas bolas de pan encima de una mesa metálica. La vieja estufa de ladrillos refractarios desprende un calor denso. El hornero introduce con una larga paleta varias bandejas de pan situadas en varios carros. Cuando terminan con el último carro, los cuatro jóvenes salen a tomar un poco de aire fresco en el exterior del local. Son las tres de la madrugada.

A cada rato, vecinos del barrio tocan la puerta de la panadería para intentar comprar pan recién salido del horno. “Hoy no tenemos pan para vender por la izquierda. No nos alcanzó la harina”, le dice el maestro panadero a un señor que le ofrece 20 pesos por cada panecillo. “Cualquier cantidad de pan que hagamos, por muy malo que esté, la gente lo compra. Cada noche vienen personas a ver si les podemos vender pan”.

Richard, con siete años de experiencia en la elaboración de panes y dulces, cuenta que “nosotros hacemos el pan de la cuota (un panecillo que debiera pesar 80 gramos, pero casi siempre pesa menos y es el que distribuye por la libreta de racionamiento, a uno per cápita) para tres panaderías que actualmente están cerradas. Con la harina que sobra hacemos la tirada del pan y la galleta que vendemos a los dueños de cafeterías y panaderías particulares”, explica y añade:

“En este negocio todo el mundo se empapa. El administrador se lleva una buena tajada de dinero, igual que el jefe de almacén. Antes de esta crisis económica, un maestro panadero en una noche se buscaba 600 o 700 pesos vendiendo por fuera pan, harina y aceite. Ahora, con la inflación, puede ganar 3 mil pesos. El único freno que tiene es que escasea la harina. Hace dos años, una barra de pan bien elaborada costaba 10 o 15 pesos, pero ahora una bolsa de galletas mal cocinadas las compran por cantidades a 150 pesos cada una y luego las revenden en panaderías particulares a 250 pesos. Los pizzeros y dulceros nos caen atrás para que la vendamos harina. La libra está costando entre 120 y 150 pesos, pero no es negocio venderla. Se le saca más haciendo panes”.

El administrador de una panadería al sur de La Habana confiesa que “están haciendo milagros para producir el pan de la libreta. La materia prima que nos entrega el Estado es de pésima calidad, por eso el sabor ácido tan desagradable del pan. He recibido levadura echada a perder. Y como todo el mundo vive del robo es mejor callarse. Cuando no hay harina de trigo se hace el pan con harina de maíz, yuca y otros extensores. Da pena ver como la gente hace cola por la mañana para comprar ese bodrio”.

El martes 23 de agosto, una nota del Ministerio del Comercio Interior intentaba acallar los rumores de que iban a dejar de elaborar pan. Según la nota, «no hay afectaciones en la producción del pan de la canasta familiar normada y de la Cadena del Pan». Sin mencionar las consecuencias de la invasión de Rusia a Ucrania, guerra que ya cumplió el sexto mes y que ha afectado el abastecimiento mundial de cereales, en particular porque Rusia ha estado bloqueando los puertos ucranianos desde los cuales se exporta trigo a decenas de países, el MINCIN argumentaba que las dificultades para la importación de trigo, eran «debido al impacto de la política de bloqueo económico del Gobierno de Estados Unidos contra Cuba, la actual crisis logística internacional y las limitacidones financieras del país, lo que ha incidido en la disponibilidad de esta materia prima».

Al final del comunicado, se explicaba que el Grupo Temporal de Trabajo en La Habana había analizado la producción del pan en la capital y explicado que debido a los «atrasos con el arribo del trigo y la harina y los altos precios que tienen hoy en el mercado los servicios marítimos, conllevaron a que se redujera el consumo de harina en la provincia», pero que se garantizaba el suministro a la canasta familiar normada, la población penal, una cantidad para Salud Pública así como para los niños sin amparo familiar, hogares de ancianos, hospitales psiquiátricos y la Cadena Cubana del Pan, de oferta liberada.

Pese a todas esas justificaciones, un funcionario gubernamental dijo que “en varias provincias se ha dejado de elaborar el pan de la libreta por déficit de harina. Y desde hace un año y medio las panaderías de la Cadena Cubana del Pan han racionado la venta. Fuera de La Habana, el 70 por ciento de las panaderías de la Cadena están paradas por falta de harina. Y en la capital hay entre seis y siete cerradas panaderías de la Cadena por falta de insumos. La reserva de harina que tenemos en los almacenes alcanza para un mes. Si no llega un barco con harina el problema va a ser gordo”.

Vivian, profesora, dice que “desde hace dos semanas es imposible conseguir pan o galleta en los establecimientos particulares. Ni queédecir de los precios, que no paran de subir. Un nailon con ocho panecitos que parecen para bocaditos de cumpleaños que antes valía 70 pesos ahora vale 150. De verdad, no sé dónde vamos a parar”.

Alfredo, jubilado, desde hace seis días no consigue pan. “El de la libreta es un asco, no hay quien se lo coma. En las panaderías de la Cadena las colas son interminables y se arman broncas tremendas. El lunes, para organizar la cola en la panadería del Mónaco -en la barriada de la Víbora- habían boinas negras y policías”.

El déficit de harina está afectando a las cafeterías y pizzerías privadas. En una panadería particular en la calle Hospital esquina Jovellar, Centro Habana, el pan se suele acabar enseguida pues no todos pueden gastar 350 pesos por un paquete de palitroques . Magda, arquitecta, gastó 960 pesos “en doce panes de medianoche, un pan de molde y un pan suave con olor a mantequilla en una panadería privada que vende a domicilio por WhatsApp. Ni teniendo dinero encuentras quien venda pan de calidad”.

Para Olivia, madre de dos niños, “el problema de la comida en Cuba se agrava por día. Además de los elevados precios, la calidad de los productos es malísima. En el agro, las viandas y frutas están llenas de tierra y las están arrancando de las matas sin madurar. Estamos comiendo cualquier mierda como si fuéramos cerdos”.

En una encuesta exprés, a 12 personas le preguntamos si desayunaban y cuántas comidas calientes hacían. Diez respondieron solo desayunan café, porque el pan que les toca por la libreta se los dan a sus hijos o nietos. Dos contestaron que de vez en cuando desayunan. Uno dijo que si tiene pan, se lo come con mayonesa, tomate o aguacate. El otro dijo que «cuando llegan los fulas de Miami, tomo un vaso de leche en polvo fría». Ninguno de los 12 almuerza en sus casas y caliente suelen comer por la tarde o por la noche. Sergio, chofer de ómnibus, almorzaba una pizza por la calle, «pero ahora ni eso hay. Por la tarde, en mi casa, como bastante arroz y frijoles para llenarme”.

Hugo, jubilado, dice que puede almorzar y comer con decencia «gracias a los dólares que me envían mis hijos desde Estados Unidos. Hay adolescentes que jamás han comido arroz con leche, han visto un anón o tomado una champola de guanábana. La carne de res, los camarones y el jugo de naranja son prohibitivos para la mayoría de los cubanos”.

Delia, ama de casa, piensa que “los campesinos, ganaderos y pescadores debieran producir sin la interferencia del gobierno. De lo contrario vamos caminos de una hambruna”. Y es que comer, incluso un simple pan, se ha convertido en un lujo para muchos en Cuba.

Iván García

Foto: Cola para comprar pan por la libreta de racionamiento en La Habana. Tomada de CubaNet.

Salir de la versión móvil