Hace medio siglo, el 19 de octubre de 1960, Eisenhower decretó el inicio del embargo de mercancías destinadas a la isla. Apenas dos meses
después, el 3 de enero de 1961, Cuba y Estados Unidos rompieron relaciones diplomáticas. Un año más tarde, el 3 de febrero de 1962, Kennedy firmó el documento que oficializó y extendió el embargo comercial y económico a Cuba.
Es el resumen cronológico de dos países que en los primeros 59 años del siglo veinte, habían mantenido buenas relaciones, siempre con una presencia estadounidense fuerte en todas las esferas de la vida nacional.
Cincuenta años después, de la Cuba gobernada por dos ancianos autoritarios que nunca se han adaptado al fin de la guerra fría, no se pueden esperar milagros.
Por su propia inspiración, los Castro nunca harán una reforma política o económica profunda. Se han convertido en un par de dinosaurios, que en las palabras democracia, internet y globalización ven un engendro imperialista.
Y a cualquiera que se les opongan, les hacen sospechosos de estar pagados por el oro de Washington. Romper la inercia y crear un clima de diálogo y confianza con su gobierno no es fácil. Son paranoicos de libros de texto.
Pero habrá que intentarlo. La atomizada oposición interna, además de tener las manos amarradas por el régimen, está más para grescas, cotilleos y proyectos desmesurados, que para presentar ideas válidas.
Si los tanques pensantes de Estados Unidos se babean con la idea que en Cuba la gente se tirará a las calles ante las duras medidas económicas implementadas, se pueden llevar un chasco.
Difícilmente suceda. Lo que sí pudiera ocurrir, de recrudecerse la situación interna, es que de forma masiva y desorganizada, miles de cubanos se tiren al mar en cualquier objeto que flote rumbo a las costas de la Florida.
Una estampida que no desean los americanos. Entonces, se han buscado otras variantes para soltar presión y evitar que la olla explote. Madrid lo ha intentado con su canciller Moratinos, buscando una brecha en el muro de la desconfianza y el temor de los Castro. Hasta la fecha, ha sacado en limpio la liberación de 52 presos políticos. Que no es poca cosa.
Pero a quien los hermanos quieren como compañero de diálogo es a Estados Unidos. Por razones históricas, geográficas y de política real. Obama sigue haciéndose el sordo.
Golpeado por una feroz crisis, que le tiene atenazados los bolsillos a los consumidores, una economía que no despega, el número de parados que sigue en rojo, unas elecciones en noviembre donde los demócratas se juegan bastante y un Medio Oriente díscolo y peligroso, es natural que el mandatario norteño no le preste atención a los deseos de pláticas de los exguerrilleros.
Al inquilino de la Casa Blanca apenas le interesa el problema de Cuba. Pero debiera prestarle atención. Es un caso más simple que otros conflictos en su agenda. No tiene ni que coger el teléfono para charlar con ellos. Puede seguir ninguneándolos. Pero sólo con la tramitación del levantamiento del embargo y la derogación de la Ley de Ajuste cubano, puede provocar el inicio del fin de la dictadura verde olivo.
El embargo, por la sencilla razón de que es el pretexto manido del castrismo para justificar su precario desempeño económico y pasarle la factura del mal funcionamiento del país al añejo “bloqueo”.
Abolir la Ley de Ajuste, que otorga automáticamente la residencia a ciudadanos cubanos que toquen suelo norteamericano, sería una movida estratégica para impedir un éxodo masivo.
Cuando Estados Unidos deje de ser el «enemigo», entonces el régimen tiene dos opciones: abrirse y hacer cambios necesarios y urgentes, o quitarse la careta y continuar su gobierno personal, sin libertades, concesiones a los opositores ni elecciones presidenciales.
A ratos, la política es más sencilla de lo que parece. Entre los dos países no hay odios seculares ni se han producido guerras sangrientas. Sólo apetencias imperiales en el siglo 19 y a partir del 20, una diplomacia torpe y casi siempre descabellada.
La Casa Blanca tiene en sus manos las posibilidades para estimular un paquete de reformas políticas y económicas profundas en Cuba. De momento, la llave sigue en una gaveta del Despacho Oval. Por ahora, Obama prefiere dejarla ahí.
Iván García
Foto: Pete Souza, fotógrafo oficial de la Casa Blanca. Obama endereza un cuadro en el Despacho Oval, el 10 de mayo de 2010. Tomada de The White House’s Photostream en Flickr.