Desde La Habana

Cerca de Haití

Descendientes de haitianos y de aborígenes cubanos, durante una fiesta para turistas en Baracoa, el municipio más oriental de Cuba y geográficamente el más cerano a Haití.

Los cubanos de la calle y el campo -los de la cárcel portátil-, la mayoría silenciosa y pobre, padecen la tragedia de sus vecinos de Haití con un sentimiento en el que prevalece la consternación, la piedad y el azoro. Y en el que no falta un porcentaje significativo de impotencia y rabia porque hasta la solidaridad es en esa isla un privilegio del Estado totalitario.

Es que se trata de una nación con la que hay relaciones y acercamientos que vienen de un pasado remoto, impreciso, de un tiempo en el que el mar Caribe se atravesaba sólo en canoas esbeltas y frágiles. Un país que dejó, después de dos emigraciones importantes, la presencia de lazos familiares, la riqueza de su música y sus danzas, en las regiones más orientales de Cuba.

A las antiguas provincias de Oriente y de Camagüey llegaron, primero, los colonos y sus dotaciones de esclavos fieles derrotados por la revolución haitiana (1791-1804). Más tarde, a principios del siglo XX, con el esplendor de la industria azucarera cubana, miles de jornaleros hicieron el viaje para trabajar como macheteros en los cortes de caña.

Se establecieron, entonces, en esos territorios, asentamientos haitianos que, aunque vivieron largas temporadas encerrados en sus costumbres y en su cultura, salieron después de los barracones de las inmediaciones de los ingenios donde estaban hacinados y se mezclaron, poco a poco, con los criollos, para integrarse definitivamente y con naturalidad al país de adopción.

Así es que para los cubanos la vecindad con Haití, tierra de altas montañas en la lengua arawak, es mucho más que un asunto de la geografía. Esos vínculos y la dimensión de la catástrofe del terremoto producen en las personas normales la necesidad de hacer algo. De dar una mano que lleve la impronta de la soberanía individual o de la familia para sentirse más cerca de las víctimas y mejor como ser humano. Ésa es la reacción que se ha visto en el mundo entero.

Allá no. Allá hay que esperar el gesto del Gobierno. Hay que soportar con paciencia los titulares del envío de unas brigadas sanitarias. Las reseñas de las bondades de la colaboración estatal con toda el área de las Antillas.

Los cubanos tienen que dominar su impulso de compartir algo de lo poco que tienen con Haití. Y asistir en silencio a otro festín de propaganda sobre un sistema de salud que acaba de dejar morir de frío a 26 ancianos en un hospital de La Habana, pero no abandona su empeño en politizar el dolor y la aspirina.

Raúl Rivero

Foto: Peter Werbe. Descendientes de haitianos y de aborígenes cubanos, durante una fiesta para turistas en Baracoa, el municipio más oriental de Cuba y geográficamente el más cerano a Haití.

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