Dentro de doce meses, los sueldos seguirán siendo una broma de mal gusto en Cuba. Se mantendrá la inflación depredadora que provoca la doble moneda. Aumentará el desabastecimiento de alimentos en los mercados estatales. El transporte público se agravará. Las calles necesitarán ser asfaltadas. Continuarán los salideros de agua. Miles de edificios multifamiliares, destrozados y sin pintar sus fachadas, correrán el riesgo de derrumbarse.
Si en Venezuela cae el dictador Nicolás Maduro, habrá apagones programados. Disminuirá el combustible. El precio de la comida se disparará. El Estado continuará viendo como delincuentes a los emprendedores privados que ganen mucho dinero. Si una persona necesita hacerse un chequeo tendrá que sobornar con regalos a los médicos. El déficit de medicamentos en las farmacias será alarmante. Y los trabajadores del Estado tendrán tres opciones de vacaciones: ver la tele en casa, ir a la playa o jugar dominó: los hoteles destinados a turistas no estarán al alcance de sus bolsillos.
Con el vergonzoso salario que paga el gobierno, los cubanos que votaron Sí no podrán comprarse muebles de calidad, electrodomésticos modernos o un televisor de cincuenta pulgadas. Tampoco un aire acondicionado para escapar del calor tropical, almorzar en una paladar por el cumpleaños de un hijo o un aniversario de boda.
Las familias tendrán que seguir recurriendo a parientes y amigos en el extranjero -los antiguos gusanos-, para que ellos les sigan enviando medicinas, ropa, calzado o un teléfono inteligente que les permita acceder más rápido a la red. Y pedirles de favor que les recarguen la cuenta mensual de su celular o de internet.
En 2020, en el plano de la microeconomía, las cosas en Cuba seguirán igual o peor.
La nueva Constitución no permite que los cubanos inviertan en su país ni que los residentes en el exterior puedan aspirar a un cargo público. La autocracia verde olivo seguirá cobrando un impuesto de lujo a los pasaportes de los compatriotas que deseen visitar a los suyos en la Isla. Y mantendrá su política de apartheid, al no permitir que los profesionales que quedarse en otros países, tengan que esperar ocho años para entrar a su patria.
Las producciones de azúcar, arroz y papas, entre otras, seguirán cuesta abajo. La carne de res, el pescado y los mariscos continuarán siendo platos exóticos, prohibidos para la mayoría de la población. ¿Qué tendremos entonces? Más de lo mismo. Viviendas sin construir, calles por asfaltar, bodegas y agromercados vacíos… Sueños rotos, anhelos sin cumplir. El futuro seguirá siendo una mala palabra. Pero si algo abundará serán las promesas y consignas oficiales.
La futura Carta Magna no garantiza prosperidad, libertad económica ni democracia. Es un texto jurídico que afianza de por vida el ineficaz sistema instaurado por Fidel Castro. Un castigo. Aunque el neocastrismo tal vez intente lavarse la cara autorizando el matrimonio homosexual o redactando un código de familia acorde a los nuevos tiempos.
Ese lavado de rostro no impediría que la pobreza se generalice y que dos comidas calientes al día sigan siendo un lujo en un alto porcentaje de las familias cubanas. Los servicios públicos seguirían siendo caóticos. Mientras la corrupción, el robo, el descontrol y la burocracia continuarían echando raíces de un extremo a otro del territorio insular.
La ‘victoria abrumadora’ del Sí tiene más de una lectura. La respuesta ciudadana al manicomio económico nacional se ha ido manifestando lentamente. En 2003, el 6,13% de los electores dejaron la boleta en blanco o la anularon. En 2017, la cifra ascendió a 21,12% y en el referendo constitucional del 24 de febrero de 2019, fue de 26,69%.
Pero los gobiernos totalitarios dejan muy poco margen al error. Los partidarios del NO y del abstencionismo, no pudieron hacer campaña en los medios estatales y nunca tuvieron un espacio público donde presentar y defender sus posiciones. Todo lo contrario. Recibieron patadas, bofetones, represión… En esas condiciones, a pesar de las trampas y presuntos fraudes, que casi dos millones y medio cubanos residentes en la Isla, abiertamente no respaldaron o tuvieron dudas sobre la nueva Constitución, se puede considerar una victoria política.
En el artículo Un triunfo que no sorprende (Cubanet, 27 de febrero de 2019), el periodista independiente Luis Cino escribía: «Algo positivo deja este referendo: indica que cada vez son más los cubanos que se atreven a mostrar su desacuerdo con el régimen. Esas personas que lograron vencer el miedo a las represalias y se atrevieron a contrariar los designios oficiales, mejoraron su autoestima, dejaron de sentirse como trapos. Ahora ya no se sienten con mansos bueyes de labranza, sino dignos, en paz con su conciencia. Y más ligeros, porque no hay dudas de que la mentira y la simulación pesan demasiado en el alma».
El Partido Comunista de Cuba «cuenta con unos 720 mil militantes y la Unión de Jóvenes Comunistas con unos 450 mil, pero Cuba tiene 11,2 millones de habiantes. Nueve de cada diez cubanos no son comunistas en una nación comunista», afirmaba Roberto Álvarez Quiñones en La dictadura elitista del PCC (Diario de Cuba, 19 febrero de 2016). Si tenemos en cuenta esos datos, los casi dos millones y medio de personas que votaron NO, dejaron las boletas en blanco, las anularon o no fueron a votar, representan una cantidad superior al total de militantes de las dos únicas organizaciones políticas autorizadas en el país.
No hace falta consenso entre los ‘desafectos’, para por ejemplo, recoger 50 mil firmas y presentar iniciativas ciudadanas que permitan realizar enmiendas al mamotreto jurídico. El régimen tendría que canalizar la demanda o quedaría en evidencia, como hasta ahora, que ha infringido olímpicamente su propia Constitución.
Cuando entre en vigor la Carta Magna, refrendada con un 86,85% de votos afirmativos, se podrían presentar iniciativas ciudadanas diversas, como fundar medios digitales privados, grupos políticos y organizaciones no gubernamentales.
Hoy somos dos millones y medio los que reclamamos cambios auténticos. El mejor aliado que tenemos es el errático desempeño del gobierno. Cada año que pase, miles de adeptos se sumarán a las filas de los descontentos. Porque está comprobado que la revolución iniciada por los Castro hace seis décadas no ha funcionado ni funcionará.
«Esta Constitución recoge el espíritu ideológico del postcastrismo. Hay un interés genuino de una casta de funcionarios y herederos militares del régimen por disfrazar el creciente capitalismo de Estado bajo el ropaje retórico de los manuales socialistas. Hay una mayor inversión de empresas extranjeras en sectores como la hotelería y el turismo, pero las libertades civiles y la autonomía individual siguen secuestradas por el autoritarismo político», expresaba el periodista y escritor Carlos Manuel Álvarez en El mapa de una Cuba posible (The New York Times en Español, 27 febrero de 2019).
No podemos ni debemos desalentarnos. La indiferencia ciudadana y la emigración no son la solución a los problemas de Cuba. Hay que plantar batalla. Aquí y ahora. Los escépticos seguirán poniendo palos en la rueda.
La propaganda del régimen nos llamará mercenarios. Pero no queda otra. La democracia nunca fue un camino fácil.
Iván García
Foto: Tomada de Noticias SIN.