Diana, 25 años, ha visto cientos de veces el mismo video en su televisor chino. Y se emociona cuando en un Cadillac descapotable de 1957, recorría las calles de La Habana vestida de blanco al lado de su futuro esposo.
«Fue el momento más feliz de su vida. La entrada al palacio de los matrimonios, el notario declarándonos marido y mujer y los presentes pidiéndonos que nos besáramos», recuerda Diana.
El modesto hotel donde pasaron la luna de miel no les impidió hacer sexo a toda hora. Unos meses después, el casamiento se convirtió en una pesadilla. El dinero escaseaba y su marido le sugirió que jineteara discretamente. “Cariño, me dijo, no podemos vivir en una realidad virtual».
Diana estaba muy enamorada. Y se fue a la guerra. Su batalla era acostarse con amigos de su marido que con lujuria la miraban y estaban dispuestos a pagar 50 pesos convertibles por una noche. Luego aparecieron extranjeros que pagaban mejor.
En lo material, las cosas fueron viento en popa, pero su amor se fue a bolina. “Dije hasta aquí cuando un ruso me ofreció 120 dólares por follar conmigo delante de mi esposo. Lo peor es que él aceptó», dice indignada. Diana ha seguido jineteando, ahora por su cuenta.
Carlos, sociólogo, considera que uno de los grandes daños provocados en cinco décadas de revolución ha sido la pérdida de conceptos tradicionales acerca de la familia y el matrimonio y la ausencia de códigos éticos y morales.
«En los primeros años, el discurso revolucionario era muy anticatólico. Y en el afán de darle más espacio a la mujer en la sociedad, propició la promiscuidad, con albergues en el campo y escuelas de internados, lejos de los suyos desde muy corta edad. Eso creó un sentimiento frívolo hacia la institución del matrimonio», apunta el sociólogo.
Ricardo, notario, concuerda con el sociólogo. “En pleno período especial, el número de casamientos en La Habana fue espectacular. Las razones eran simples. La gente se casaba porque tenían derecho a comprar 3 cajas de cervezas y pasar tres días en un hotel donde no se iba la luz y podían desayunar, almorzar y cenar. La mayoría de las uniones duran dos años como promedio. Otros se separan y ni siquiera pasan por el juzgado”, afirma el notario.
Se da el caso de chicas que se casan por extravagancia. «Me casé por la iglesia. Vestirse de blanco, con tiara y velo; tirarse fotos y hacerse un video se ha vuelto una moda», cuenta Delia, artista plástica.
Otros lo hacen para imitar a sus padres. “No puedo entender cómo los viejos han podido durar 45 años juntos. Yo lo intenté. Pero fue un fracaso”, confiesa Rolando, estudiante universitario.
Una escritora que pidió el anonimato confiesa que “entre mis amigas es normal que nos acostemos con el esposo de la otra, con su consentimiento. Incluso hacemos el amor entre nosotras. A ratos le digo a mi marido que se vaya, que esa noche necesito alguien diferente en mi alcoba».
El sociólogo Carlos se pregunta: ¿Para qué entonces se casan? La respuesta se la puede dar Ana, maestra de primaria: “Para huir de la familia y ser independientes”.
Sus razones tendrán las parejas cuando deciden ir ante un notario al altar. La realidad es que hay una tendencia alarmante en La Habana, a casarse a la primera. Y luego se ven horrores. Como el de la joven escritora que manda a su esposo a pasear, mientras ella se gasta una orgía con amigos.
Iván García
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