A Félix B.Caignet (Santiago de Cuba 1892-La Habana 1976) se le considera padre del actual boom de culebrones que de un extremo a otro sacude el planeta. En el origen de esa telemanía está su radio novela El derecho de nacer, que en la década de 1940-50 se convirtió en un fenómeno de masas en Cuba y varios países latinoamericanos.
Mexicanos, brasileños y venezolanos, entre otros, disfrutaron con la versión televisiva de El derecho de nacer. Los cubanos no. Siguieron con su vieja afición de escuchar folletines radiales.
Con la llegada de los barbudos, varios escritores de «soap opera», nombre en inglés del género, se fueron de Cuba y se establecieron en Brasil, México y Venezuela, entre otros. Algunos todavía siguen triunfando con sus culebrones. Una de las que se quedó fue Iris Dávila, fallecida en enero de 2008, un año antes de que defenestraran a su hijo, Carlos Lage Dávila.
Después de 1959, la televisión revolucionaria continuó presentando melodramas, en formato de teatro y series, casi todos adaptaciones de obras nacionales y extranjeras. El vestuario y decorados no sobresalían demasiado, al verse en blanco y negro. Las interpretaciones eran de primera.
La situación cambió en 1983, cuando la televisión cubana estrenó la miniserie brasileña Malu Mulher, rebautizada «Una mujer llamada Malú». Su director, Daniel Filho, visitó La Habana en 1984. Entonces trabajaba en los servicios informativos de la televisión y lo entrevisté en su habitación del hotel Habana Riviera. Unos meses más tarde, viajaría a la isla su protagonista, Regina Duarte, a quien también conocí.
Después trasmitieron La Esclava, con Lucélia Santos y Rubens de Falco en los roles principales. Fue tal el impacto, que reuniones oficiales y eventos deportivos alteraban sus horarios para que no coincidieran con el de la telenovela.
No sólo la gente de a pie estaba enganchada, también los dirigentes. Como si fuesen jefas de estado, Fidel Castro recibió a las actrices Regina Duarte y Lucélia Santos. En Cuba también estuvo Maité Proença, la más bonitinha de las tres, famosa por su papel en Doña Beija. No recuerdo si Castro habló personalmente con ella.
A finales de los 80 y en la década de los 90, se estrenaron novelones de México y Colombia. Tuvieron éxito, pero nunca comparable al de los brasileños. A partir del 2000, la televisión decidió seguir apostando por novelas de Brasil.
Las copias piratas de novelas, traídas por viajeros o bajadas por la «antena» o tv ilegal por cable, han jugado también su papel. Y no muy favorable: en ocasiones son materiales mediocres.
Una de las mejores novelas brasileñas trasmitidas en Cuba ha sido Roque Santeiro, con las actuaciones de Lima Duarte y Regina Duarte, que no son hermanos y sí extraordinarios actores.
De Vale Tudo, los cubanos copiaron la palabra «paladar» y decidieron ponérsela a sus restaurantes privados. Ya había ocurrido algo similar con el folletín mexicano Gotita de Gente, que popularizó el apodo Dondita. Cuando el serial «Una mujer llamada Malú», a muchas niñas, perras, gatas, jicoteas y cotorras les pusieron Malú.
Como la adicción a los culebrones no tiene más de 50 años en el mundo, están por analizar sus efectos, beneficiosos o negativos, en mujeres y hombres, de diversas edades y naciones.
¿Vale la pena dedicar una o dos horas diarias, a ver cómo transcurren las vidas de otros ante un televisor? Vidas inventadas por cadenas como Televisa o la Rede Globo, que manufacturan mucho dinero con el pretexto de «entretener» a millones de personas, cómodamente sentadas en las salas de sus casas. O en el piso, como ocurre en países pobres del Tercer Mundo.
Tania Quintero