Desde La Habana

‘Bondades’ de la autocracia cubana

Mientras en Sao Paulo y otras ciudades de Brasil los indignados se tiraban a las calles a protestar por la subida de precio del transporte, la corrupción galopante y los gastos públicos millonarios para el Mundial de Fútbol y Juegos Olímpicos, en Cuba, los hombres de verde olivo gobiernan a placer, apoyados en un recio caudillismo personal y una Constitución que prohíbe las huelgas y marchas antigubernamentales.

Por el aumento de 20 céntimos de real en el transporte urbano, los brasileños salieron disparados a las ‘rúas’. Es un mérito indiscutible de los Castro su capacidad de hacer piruetas ideológicas. Y maestros en vender un discurso de esfuerzo, honestidad y sacrificios, mientras viven como millonarios capitalistas.

El poder de una autocracia no se puede cuantificar. O sí. Un magnate como Bill Gates  puede ser un monopolista desalmado o evadir impuestos, pero no controla los hilos de la política exterior o con una llamada telefónica manda a prisión a un disidente.

Los autócratas cubanos tienen el verdadero poder. Controlan de manera absoluta el Estado gracias al entramado de servicios especiales, delatores y organizaciones de barrio que a una orden pueden montar un acto de repudio o provocarle una paliza a cualquier opositor.

Incluso en países ex comunistas, como la desaparecida Alemania del Este, Checoslovaquia o Hungría, hubo huelgas obreras y  manifestaciones multitudinarias, aplastadas por las esteras de los tanques rusos y las ráfagas de Kaláshnikov. En 54 años de régimen castrista no ha existido una huelga general en la isla.

Una de las pocas excepciones fue la rebelión del 5 de agosto de 1994, en las barriadas pobres y mayoritariamente negras de Cayo Hueso y San Leopoldo, en Centro Habana. El detonante de la protesta -conocida como el Maleconazo- fue el deseo de la gente de marcharse del país. No se pedían reivindicaciones políticas, mejoras salariales ni exigencias para que el gobierno efectuara elecciones libres.

Debido a la represión científica, muchos cubanos son taimados fingidores. Si se abre el portón de una embajada, como en abril de 1980, en la puerta dejan tirado el carnet rojo del partido.

De lo contrario se prestan al juego de espejos aprendido durante décadas. Y se parapetan tras el discurso patriótico, jergas revolucionarias, levantan la mano de forma unánime en una reunión del sindicato o asisten a una convocatoria de los servicios de inteligencia a gritarles improperios a las Damas de Blanco.

La mayoría de la población cubana es pacífica. Demasiado. Algunos prefieren tirarse en una balsa de goma y arriesgar su vida cruzando el peligroso Estrecho de La Florida, que asociarse   a un grupo opositor. Con palabras gruesas critican al gobierno en ómnibus y taxis particulares, o mientras beben un litro de ron infame con sus amigos o en la sala de sus casas. Hasta ahí.

Si nos comparamos con Brasil, es para que en Cuba hubiesen ocurridos varias huelgas y unas cuantas protestas masivas de indignados. El salario mínimo en Brasil es de 678 reales (326  dólares). El de Cuba es de 20 dólares.

Si necesitas comprar un electrodoméstico, debes tener pesos convertibles (cuc), una moneda que no recibes en tu salario o chequera de jubilado. Los productos que se venden en las tiendas por divisas están gravados entre un 240% al 300%.

Un pomo de mayonesa, fabricado en Cuba, cuesta un tercio del salario promedio. Un paquete de papas congeladas por el estilo. De 2003 a la fecha, numerosos artículos en el mercado por moneda dura se han elevado entre un 40 y 90%.

Cien dólares de 2003 representan 45 dólares en 2013, debido a un impuesto del 13% al dólar estadounidense decretado por Fidel Castro en 2005, y a la subida silenciosa de precios en artículos de primera necesidad.

Sin embargo, el salario apenas ha crecido en los últimos 20 años. Con el envío de remesas, los parientes al otro lado del charco son quienes sufragan las necesidades elementales de su familia en la isla.

Se vaticina que en 2013 el régimen ingrese más de 2 mil 600 millones de dólares por concepto de remesas. A la par que repiquetean alegres las cajas contadoras, se recortan los subsidios del Estado. El mensaje de los gobernantes es alto y claro. Arréglenselas como puedan, montando un chiringuito para rellenar fosforeras o remendar zapatos viejos.

El pasaje de ómnibus en Cuba, la génesis de las revueltas en Brasil, ha subido de 5 centavos en 1989 a 40 centavos en 2013. Pero ante la  tremenda escasez de monedas de 0,20 centavos, la gente está pagando un peso. Por viajar en ómnibus atestados y con un servicio pésimo.

Nadie ha salido a las calles a protestar. La venganza muda de los cubanos es trabajar poco y mal y robar cuanto puedan en sus puestos laborales. A Fidel Castro nunca le gustaron las democracias. Las huelgas, las protestas y las elecciones le producían alergia.

Una tarde de los años 90, según se cuenta, le sopló al oído un consejo al mandatario nicaragüense Daniel Ortega, tras caer derrotado en un plebiscito: no se hacen elecciones para perder. Ortega y los camaradas del PSUV en Venezuela tomaron nota.

Cuba, que económicamente hablando es un fracaso, ha demostrado que solo una autocracia puede mantener apagado el descontento popular.

Si quieren algún consejo de cómo gobernar sin disturbios, por favor pasen por La Habana.

Iván García

Foto: Tomada de Primavera Digital.

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