Si en el pueblo de Villar del Río, de aquel formidable filme de Luis García Berlanga, Bienvenido, Mister Marshall (1953), el alcalde, el cura y sus pueblerinos se quedaron esperando la visita de George Marshall, que en 1947 se desempeñaba como Secretario de Estado y se suponía traía en su maletín un cheque en blanco de su famoso Plan para la recuperación de la España del dictador Francisco Franco, el 14 de agosto de 2015 a las 8 y media de la mañana, en el aeropuerto José Martí de La Habana aterrizaba John Forbes Kerry, el hombre del equipo de Obama encargado de manejar la política exterior estadounidense.
Está por ver qué trae Kerry en su maleta. Es muy probable que no se dé una vuelta por La Habana solo para izar la bandera de las barras y las estrellas, tomar un par de mojitos y repetir discursos mecánicos y diplomáticos tan usuales en los políticos modernos.
Según algunas fuentes diplomáticas, Kerry cargará su escopeta verbal con sutiles reproches a las violaciones de derechos humanos y libertades políticas restringidas por la autocracia verde olivo de los hermanos Castro.
Por supuesto, también venderá promesas. Ilusiones que la economía de mercado y el capital traerá de vuelta dos comidas calientes al día y una mejor calidad de vida.
Se sospecha que Kerry desinfle aún más el embargo financiero y económico de Estados Unidos hacia Cuba con un grupo de nuevas propuestas. Para compensar el ninguneo a la disidencia y el periodismo independiente, por la tarde, de prisa, hará un sparring social con una decena de opositores.
La jugada dejó un mal sabor de boca en un segmento de la disidencia local. Obviamente, no esperaban que Mr. Kerry los tratara a cuerpo de rey. Su visita es de carácter gubernamental, y la oposición cubana, reprimida y acosada, es un manojo de asociaciones y partidos con escaso poder de convocatoria.
Pero tampoco que John charlara con ellos en la cocina. Algo de eso se olió Antonio Rodiles y Berta Soler, líder de las Damas de Blanco, cuando decidieron declinar su invitación.
“No creo que una mera conversación de cortesía pueda responder el debate serio y responsable que pedimos. Por eso Berta y yo decidimos declinar a la invitación de la Embajada de Estados Unidos”, señaló Rodiles en una conversación telefónica.
El resto de los invitados, entre ellos Manuel Cuesta Morúa y Miriam Leiva sí asistirán. Setenta años después que el Secretario de Estado Edward Stettinius, último ministro de Exteriores de Franklin Roosevelt, visitara La Habana en la primavera de 1945, un peso pesado de la política estadounidense se llega a la isla comunista.
Después del deshielo del 17 de diciembre, donde ambas naciones salieron de su trinchera cavada durante la Guerra Fría, algunos congresistas, senadores e integrantes de la jet set mediática estadounidense, se han dado una vuelta por La Habana.
La presencia de académicos, políticos y periodistas, interesados en analizar quién venció o perdió en el nuevo trato diplomático, o augurar si la novedosa fórmula de la doctrina de Obama puede instaurar la democracia en Cuba a golpe de inversiones, turismo y respeto mutuo, han relegado la voz de la calle.
Como siempre, los cubanos que desayunan café sin leche son los grandes perdedores del nuevo panorama. No por falta de intención de la Casa Blanca. La cautela política de gobierno de Raúl Castro, que ocho meses después todavía no ha implementado una estrategia política que pueda beneficiar a los emprendedores privados o aperturas económicas de calado, ha pasado de la expectación a la resignación.
El régimen sabe que camina por un pasadizo con paradero desconocido. Reinventar el socialismo marxista tras 56 años de naufragio económico y de administrar la nación como un cuartel militar, no es poca cosa.
Un paso en falso y el frágil castillo de naipes se derrumba. El gobierno del General lo sabe. Por eso juega el catenaccio defensivo y baja la persiana. Lo que está en juego es la continuidad del castrismo y su permanencia en el poder.
Para contener la erosión de cinco décadas y media de disparates económicos, necesitan los dólares y a la legión de empresarios gringos que en su equipaje puede traer el nuevo Marshall americano. Pero con moderación.
Por eso usted observa que los medios oficiales, parcos y grisáceos como de costumbre, apenas han difundido la histórica visita de John Kerry.
En la tarde del 13 de agosto, mientras la tele recordaba el 89 onomástico de Fidel Castro, en los alrededores de la embajada de Estados Unidos en La Habana se notaba el ajetreo de la prensa nacional e internacional y las medidas de seguridad se reforzaban.
Cierre de calles para los vehículos y varias banderas cubanas en algunos balcones matizaban la zona. Los negocios, privados en su mayoría, estaban cerrados.
“Estoy loco por que Kerry se vaya. Llevo tres días con las ventas por el piso”, dice Julián, dueño de un pequeño café en las inmediaciones de la embajada, cerrada desde el 3 al 18 de agosto.
El bullicioso parque triangular donde las personas solicitan sus visas USA estaba desierto. Solo había policías con uniformes azules y otros de paisano o en bicicleta. Algunos extranjeros intentaban pasar como turistas, pero su complexión física los delataba como personal del Servicio Secreto de Estados Unidos.
Alrededor de las 9 y 45 de la mañana del viernes 14, 54 años después, la Embajada de Estados Unidos en Cuba izaba nuevamente la bandera de franjas blancas y rojas salpicada de estrellas.
Después de la celebración, muchos habaneros hastiados y sin futuro, se preguntaron qué beneficios puede traer en sus vidas una mejor relación con Estados Unidos. Y del gobierno esperan más de lo mismo.
Romper el dique del inmovilismo y ganarse la confianza de un régimen que apuesta más por la política y el control social que por generar una potente clase media será una tarea formidable para la administración de Obama.
Mientras, los pueblerinos ven el cortejo pasar. Igual que en la película de Berlanga.
Iván García
Foto: Kerry paseando por La Habana en compañía de Eusebio Leal, historiador de la ciudad.
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