Desde hace 20 años, el béisbol en la isla está dando marcha atrás. Aparte de los más de 300 peloteros que han desertado para jugar como profesionales en diferentes circuitos del Caribe y las Grandes Ligas, las autoridades deportivas han propiciado un declive notorio en la calidad del béisbol cubano.
Cuando en 1991 el lanzador derecho del pueblo de Regla, René Arocha, abandonó la concentración del equipo nacional que entrenaba en Estados Unidos y al poco tiempo jugaba en la gran carpa, fue el inició de un goteo incesante de peloteros que brincan el charco con la ilusión de ganar sueldos de seis ceros.
En Cuba, un beisbolista gana un salario de obrero a pesar de jugar todo el año como cualquier profesional. La ausencia de muchos de los mejores talentos ha acentuado la crisis que vive el pasatiempo nacional.
También los disparates a granel dictados por los directivos. A mediados de los años 90, obligaron a más de 100 grandes peloteros con desempeño notable en la temporada nacional a que se acogieran al retiro.
Ese retiro ‘voluntario’ continuó en la primera década del siglo 21. Supuestamente, era abrirle paso a nuevas promesas del béisbol. En Cuba suele verse a un pelotero de 35 años como un adefesio inservible.
Las estadísticas en cualquier liga que se respete demuestran que es precisamente a partir de los 30 años cuando un beisbolista madura y tiene un rendimiento estable. Otro fenómeno que ha rebajado el nivel de la pelota local es que en las filas juveniles y de cadetes, muchos prospectos saltan la cerca y se marchan a Estados Unidos.
A día de hoy, lo preocupante no es lo que estamos viendo en la actual temporada cubana. Que es horroroso. Si no lo que nos depara el futuro próximo. Mire usted, si en la década del 80 el clásico nacional se catalogó con un nivel de Triple A, en este invierno sutil de 2011, la campaña nacional nos muestra números de espantos que ponen en evidencia una crisis severa.
Tomen nota. En la llamada ‘Serie de Oro’, la número 50 después que Castro tomara el poder, la ofensiva colectiva de los 16 equipos participantes es de 293. El pitcheo supera las 5 carreras limpias por juego y nóminas como Metropolitanos y Las Tunas rondan las 7 anotaciones por encuentro.
A este pitcheo nefasto, súmele una defensa de campo de nivel escolar. Los guantes están descosidos. Se fildea para 972. En una liga decente, se suele batear para 260, los pitchers trabajan para 4 carreras por partido y se fildea para 980. Estos números confirman que el béisbol que se juega hoy en Cuba es de manigua.
José Dariel Abreu, un toletero del equipo Cienfuegos, de 1 metro 90 y 118 kilos de peso, con pinta de big leaguer, promedia un jonrón cada 5,75 turnos al bate. Joan Carlos Pedroso, un moreno inicialista de la novena Las Tunas que suele enviar con asiduidad la esférica a más de 500 pies, conecta un vuelacerca cada 7 veces al bate.
Ni Babe Ruth tenía tal frecuencia. Pero el peor renglón dentro del beisbol cubano es el pitcheo. Es de risa. Se pueden contar con los dedos de las manos -y quizás sobren dedos- los lanzadores de nivel.
Como promedio, las rectas de los actuales pitchers cubanos no supera las 85 millas. El reportorio se completa con una slider mediocre. Y para de contar. A esto agréguele el descontrol alarmante. En la pelota cubana un lanzador suele dar 5 bases por bola por juego.
Entonces, por supuesto, que lo bateadores están de fiesta. Cuando restan 22 partidos para que concluya la etapa regular de 90 juegos, 5 novenas batean colectivamente por encima de 300.
Los marcadores habituales de un encuentro beisbolero es de 10 carreras por 7,15 por 11 y cosas así. Parecen partidos de polo acuático. La solución de los jerarcas que rigen la pelota isleña es apostar porque adiestradores japoneses impartan cursos acelerados a los técnicos del patio.
Otro gazapo más. El béisbol nipón, de calidad indudable, poco tiene que ver con la idiosincrasia del pelotero latino. No me imagino a un pitcher cubano corriendo 30 kilómetros y lanzando 100 pelotas todos los días en su preparación, como es habitual en el béisbol asiático.
Por lo general, un lanzador de esa parte del mundo tiene una vida deportiva de siete a ocho años. El béisbol que debemos mirar está cerca. A 90 millas al norte. Con métodos científicos de entrenamiento, una vasta bibliografía técnica y una esmerada estadística que recoge todos los acápites de los juegos.
Pero los hermanos Castro no quieren abrir la puerta para que jóvenes estrellas compitan en las Mayores. Mientras sigan con su política errada, los peloteros criollos se marcharán en cualquier objeto que flote con el objetivo de intentar jugar en la mejor liga del planeta.
Y la afición local dejará de ir a los estadios. Preferirán ver un encuentro de fútbol europeo. Es lo que está aconteciendo.
Iván García