El empleado de una elegante dulcería ubicada en la avenida 23, frente a la heladería Coppelia, en el Vedado habanero, intenta espantar a una mujer con dos hijos que suele merodear por los alrededores, pidiendo dinero o recogiendo sobras que dejan los clientes.
“Voy a llamar a la policía si no se van de aquí”, dice el mesero y amenaza con golpear a la mujer. “¿Por qué no puedo estar aquí? La calle no es tuya. Mis hijos no han comido. Tenemos hambre”, ella responde. Algunos transeúntes miran a los pordioseros con cierta repulsión.
La escena es observada por los pasajeros de un taxi particular que durante unos minutos se ha detenido en el lugar. “Cada vez no parecemos más a Puerto Príncipe. Las calles sucias, oscuras y una pila de mendigos que piden dinero o recogen cosas de la basura. Ni el Vedado se salva de esta plaga”, comenta el taxista. “Ojalá que usted no se vea en esa situación”, le dice al chofer una señora que viaja en el taxi.
“Mi pura, no soy Dios para ayudar a los indigentes. ¿Quién tiene la culpa de tanta miseria? El gobierno. Que vayan al Comité Central del Partido a reclamar comida”, espeta el conductor. Dentro del taxi se abre un debate. Un señor opina que “la mayoría de los que viven en la calle son drogadictos o alcohólicos. Muchos eran chivatones. Si fueran buenas personas algún familiar o un amigo los ayudarían”.
Otro viajero cuenta que “con esa gentuza hay que tener cuidado. A veces se prestan para asaltarte y quitarte el dinero. Hace unos días, un deambulante (mendigo) le arrebató una jaba de panes a una anciana. El gobierno es el que debe encargarse de esas personas. ¿Fidel no hizo una revolución para que no hubiera pobres en Cuba? Entonces, que los ayude el Estado”.
Mientras activistas de organizaciones de la sociedad civil independiente, grupos comunitarios y religiosos se ocupan de los menesterosos en las calles, un segmento de cubanos se ha vuelto insolidario y egoísta. Son indiferentes a los problemas ajenos, aunque sean de su propia familia.
Para Eduardo, 57 años, cuentapropista, Cuba es una jungla. “Si te mareas (preocupas) pierdes. A veces siento lástima por esas personas que pasan hambre y necesidades económicas. Pero si les da un salve (ayuda) te queman (molestan) todos los días, pidiéndote comida o dinero. El país está al borde del caos. Ya ni siquiera hay pan. Los que escapan (resuelven) es o porque son pinchos (dirigentes), tienen un bisne (negocio) o reciben dólares. Yo solo ayudo a mi familia. El resto que se joda”, apunta con crudeza.
Carlos, sociólogo, considera que en los países con largas crisis económicas, políticas y sociales, en amplios sectores de la población surgen comportamientos mezquinos. “Es el caso de Cuba. La ‘coyuntura’ como la llama el gobierno a la crisis, no comenzó hace cinco años. Es la extensión de aquella crisis que comenzó en 1989 con la caída del Muro de Berlín y se agudizó con la desaparición de la URSS en 1991. El modelo cubano nunca fue sustentable. Funcionaba en modo sanguijuela gracias al subsidio de Moscú y posteriormente de Venezuela. El tejido productivo ha colapsado. Los valores cívicos también. En un porcentaje alarmante de ciudadanos impera la marginalidad, la falta de decoro y las actitudes groseras” .
“Desde el mismo año 1959, el gobierno fomentó el odio popular contra los que pensaban diferente. Se polarizó la sociedad. Fidel Castro diseñó un modelo donde el Estado lo controlaba todo, desde la alimentación hasta la venta de un televisor. Cuando los subsidios extranjeros dejaron de fluir, el régimen, para sobrevivir, diseñó un esquema cuyo objetivo era recaudar los dólares que enviaban los denominados ‘gusanos’ a sus parientes”.
“El entramado económico y político del gobierno está montado en el relato de justicia social y la propiedad colectiva. Una retórica hueca. La élite militar y la burocracia institucional se apropian de la plusvalía generados por el sector productivo y por las exportaciones de servicios médicos. En Cuba funciona un frankestein ideológico. Se escudan en el marxismo, pero practican un capitalismo de Estado. Esas sinergias crearon una nueva clase: la burguesía verde olivo. Por su parte, la burocracia partidista engendró un tipo simulador, mentiroso y divorciado de la realidad. Esas castas dominantes viven del dinero público, el que les paga sus comidas y privilegios. No quieren aceptar que son la clase explotadora y empobrecedora de la sociedad. El ‘paquetazo económico’ es una estrategia para modernizar el aparato de control y recaudación del régimen. El gobierno no subsidia al pueblo, es el pueblo el que subsidia al Estado”, concluye el sociólogo.
Sergio, economista, está convencido de que “las nuevas medidas van aumentar la pobreza extrema. Según algunos estudios, más del 80% de la población en la isla es pobre: devengan un salario mensual entre 7 y 30 dólares mensuales. Con la subida de los precios del combustible se disparará la inflación. El dólar ya roza los 320 pesos. Y seguirá subiendo. La respuesta del gobierno para atajar el déficit fiscal y la inflación es elevar precios, impuestos y reforzar los controles administrativos de los negocios privados. Desde mi punto de vista es contraproducente. Para atacar la inflación y el déficit de dinero debieran recortar ministerios y reducir el gigantesco aparato burocrático y militar”.
Diana, trabajadora social, reconoce que los grandes perdedores de la crisis económica son los ancianos. “Cuando se habla de vulnerables en Cuba nos estamos refiriendo a casi toda la población. Pero las personas de la tercera edad son las más afectadas. Sus pensiones no se actualizaron acorde a la inflación actual. De más de un millón 600 mil jubilados, el 55% cobra una chequera de 1,528 a 2,000 pesos, lo que equivale de 5 a 7 dólares en el mercado informal. La asistencia social está desbordada, atiende a más de 800 mil personas en todo el país. Y es insuficiente, porque dado el deterioro acelerado de la situación, creo que en estos momentos, dos o tres millones de cubanos necesitan ayudas financieras y materiales para superar la pobreza. Pero las autoridades dicen que no hay dinero”.
Niurka, enfermera en un asilo de ancianos, señala que “la mayoría de los asilos están en pésimo estado constructivo. Debido a los bajos salarios no tienen personal para atender a los viejitos. La higiene, alimentación y condiciones de vida son lamentables”. La emigración, que se calcula entre el 7 y 8 por ciento de la población en los últimos diez años, ha contribuido a que muchos ancianos se encuentren sin amparo filial.
«Existen ancianos que autorizan a sus familiares a vender la vivienda y con el dinero puedan sufragarse el viaje a otro país. Pero a veces los familiares venden la casa sin contar con ellos y los dejan en la calle. También ocurre que familias con un buen estatus económico abandonan a sus padres y pagan para que los ingresen en un asilo, sabiendo que son auténticos antros”, confiesa la enfermera Niurka.
Las carencias en Cuba afectan por igual a un profesional que a un obrero. Cada vez que el peso, la moneda nacional, se devalúa, millones de cubanos rozan la pobreza extrema.
Iván García
Foto: Mujer cargando agua en El Fanguito, barriada marginal habanera. Tomada del New York Times.