En La Habana consigues jineteras a domicilio por 20 pesos convertibles. Antenas ilegales del ‘cable’ a 10 cuc mensuales. Conexiones piratas a internet por 2 cuc la hora. Y aumentan las copias clandestinas de culebrones, seriales y filmes, sobre todo de procedencia estadounidense, sin pagar copyright.
Existen casas donde los fines de semanas se montan espectaculares discotecas con pantallas gigantes y música tecno. Cobran en moneda nacional, a 10 pesos la entrada. Si te gusta el deporte, por 25 pesos, puedes llegarte a ciertos domicilios donde sus inquilinos convierten la sala de su casa en auténticos mini estadios. Y entre tragos de ron, miras distendido el derby Atlético-Real Madrid.
Ahora mismo, el sector local de los videojuegos también apunta al alza en Cuba. Por supuesto, no tienen el alcance y pujanza de las compañías foráneas, que solo en 2011, con más de 74 mil millones de dólares de ganancias a nivel mundial, dejaron sin aire las producciones cinematográficas.
Casi todo es ilegal. Pero los cubanos se las apañan con infraestructuras mínimas. Con accesos prehistóricos a internet y tecnologías obsoletas, han creado una incipiente industria del ocio. ¿Su objetivo? Distraer a familiares, vecinos y amigos, la mayor parte del tiempo estresados en conseguir comida.
Ya los discos pirateados con las últimas versiones de videojuegos se pueden comprar en tenderetes particulares que además ofertan CDs o DVDs de películas y musicales. Si deseas, puedes llamar por teléfono a un tipo con conocimientos informáticos.
El hombre llega a tu casa armado con un disco duro externo y una lista amplia de juegos en oferta. Los precios van desde un peso convertible hasta dos, los más recientes. En pocos minutos te instala en tu computadora los SIM 4 o FIFA Player 2012. También hay expertos en ‘craquear’ los Xbox, Wii de Nintendo y PlayStation de Sony para que lean discos quemados. En caso de rotura. no existe ningún taller estatal dedicado a reparar videojuegos. Pero sobran los particulares que realizan esa labor.
De no tener parientes al otro lado del charco que te pueda enviar un sofisticado videojuego, en La Habana lo puedes comprar en el mercado negro. Eso sí, prepara la billetera. Si es un PlayStation 2, nuevo en su caja, te lo pueden vender entre 100 y 120 pesos convertibles. De uso, quizás 40 pesos convertibles.
Los precios de las versiones recientes de PlayStation, Xbox o Nintendo oscilan entre los 300 a 400 pesos convertibles. En las tiendas por moneda dura no se ofertan videojuegos. Algunos propietarios los alquilan, a 20 pesos la hora. Y créanme, les sobran clientes. Todos los fiñes del barrio se agrupan en la sala para distraerse con juegos violentos donde abundan las balas y la sangre.
Muchos padres pagan con gusto ese dinero para tener a sus hijos adolescentes entretenidos en juegos virtuales, y no aburridos en la esquina del barrio, sinónimo de botella de ron o pastillas de Parkisonil.
A veces la familia en pleno se integra a la moda. Pasada las 7 de la tarde, el matrimonio González y sus dos hijos de 8 y 11 años enchufan el videojuego en un televisor de plasma de 32 pulgadas. Y hasta las 9 y media de la noche, hora del culebrón de turno, se la pasan jugando en grande.
“Hice esa inversión (comprar el videojuego) como una forma de estar juntos en esas horas muertas de la televisión cubana, donde por lo general trasmiten enlatados repetidos o las asfixiantes Mesas Redondas. Es verdad que no nos enteramos ni del parte del tiempo, pero esto de jugar es más interesante”, opina Roberto González.
Ante la falta de futuro y una vida dura que provoca oleadas de angustia y desesperanza, la gente prefiere refugiarse detrás de un ‘joystick’ (palanca de mando). Y no solo a los más jóvenes les encantan los videojuegos.
Pregúntenle a Juana, ama de casa de 68 años. Ella suele estar sentada hasta diez horas frente a la computadora y unas cuantas veces se le han quemado los frijoles, por estar absorta buscando detalles en un juego de detectives.
Iván García
Foto: Tomada del diario ecuatoriano Hoy. A los habaneros también les gusta ir al cine, sobre todo en diciembre, cuando desde hace 34 años la capital es sede del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.