Un gato enclenque blanco con vetas pardas reposa en la terraza bajo el sol tibio del mediodía. En una tendedera cuelgan una camisa gastada y un pantalón zurcido en el trasero. Eulogio, 81 años, jubilado, prende la hornilla de gas. Con una pinza sube la llama para recalentar un caldo aguado que trajo del comedor social. Luego vierte el caldo sobre un poco de arroz, que junto con dos croquetas y un trozo de boniato hervido será lo que almorzará, sentado en un taburete en la terraza.
El gato alza la cabeza y maúlla. También tiene hambre. Eulogio le dice al felino: “Aquí uno de los dos sobra, ya te he dicho que no tengo comida que darte”. El animal salta a su regazo. El anciano decide darle una croqueta. Mientras almuerza, Eulogio cuenta que a veces un vecino le daba sobras de comida y él se las daba a su gato.
“Pero hace rato no me da nada. Ya la gente no deja ni sobras. Un amigo mío que está en un asilo me contó que hace cinco años los viejos dejaban la mitad de la comida debido a su mala elaboración. El cocinero hizo un negocio: le vendía las sobras a un tipo que compraba ‘sancocho’ para alimentar a su cerdo. Ahora los viejos dejan las bandejas limpias. No hay ni que fregarlas”. Eulogio sonríe, pero enseguida se pone serio. Le levanta y revisa si el pantalón y la camisa ya están secos.
“Este es el único pantalón que me queda de salir. Bueno, ya a mi edad las únicas salidas son para velar a un pariente o un amigo en la funeraria”. Eulogio puede estar conversando muchas horas. Es un lector voraz. “De cualquier cosa. Libros, periódicos, revistas, folletos. Un vecino, todos los jueves, me imprime la edición semanal de un periódico de Miami. Ahí me actualizo con lo que pasa de verdad en Cuba y el mundo”.
El viejo enciende un cigarro. Asegura que vive gracias a la indulgencia de algunos vecinos. “A veces me dan un poco de comida o ropa que ya no usan. Cuando creía en Fidel Castro era una persona intransigente. Pertenecí a la Asociación de Combatientes y el gobierno me utilizaba para vigilar o que le informara de la vida de un disidente dque vivía por la zona. Hace tiempo me di cuenta que fui un comemierda, que me usaban según su conveniencia”, confiesa Eulogio y añade:
“Si volviera a nacer hubiese hecho las cosas de una manera diferente. Es doloroso darte cuenta durante más de seis décadas te manipularon y te engañaron. Los mejores años de mi juventud se los di a la revolución. Estuve en Playa Girón, combatí a los alzados en el Escambray y fui como reservista a Angola. No lo hice por tener algo material a cambio. Creía en el proceso y punto. Pero duele que al final de tu vida el gobierno te pague una pensión miserable de 1,528 pesos (61 dólares al cambio oficial y 15 en el mercado informal) que no me alcanza ni para comprar mis medicinas”.
Su esposa falleció el año pasado y desconoce el paradero de su único hijo. “Me pasó como a muchos otros, prioricé a Fidel Castro y su revolución antes que a mi familia. Mi hijo estaba en contra del sistema. Enfermó de Sida y debido a las diferencias políticas se marchó de la casa. Quiero creer que está bien en otro país. Ojala disculpe mi intolerancia”, dice Eulogio con voz entrecortada. Él es un número más del millón 600 mil jubilados que hay en Cuba.
El ex ministro de economía José Luis Rodríguez, declaró a la prensa estatal que más de la mitad de los jubilados cobran la pensión mínima de 1,528 pesos. Otros cobran menos. Es el caso de Rosario, 69 años, que recibe de la asistencia social una chequera de 1,250 pesos (52 dólares al cambio oficial y 12 en el mercado informal). Su existencia es un calvario. “Mi hijo, además de discapacitado y tener retraso mental, es hipertenso y diabético. Su padre nos abandonó hace años. No me ayuda en su mantención. He tenido que cuidarlo yo sola, a pulmón. Durante un tiempo trabajé en un matadero de reses y le pagaba a una enfermera jubilada para que me lo cuidara. Pero sufrí un accidente laboral, me tuvieron que amputar dos dedos de una mano y en el matadero me retiraron. Todavía estoy en el papeleo para que me paguen la jubilación. Lo que me da la asistencia social solo alcanza para sacar los mandados de la bodega, pagar luz, gas y agua y comprar unas libras de viandas”.
Ha vendido todo lo que se puede vender para sobrevivir en las duras condiciones del socialismo castrista. “Ya no me queda nada por vender”-y señala para la sala desierta de su casa. “hH pensado vender el refrigerador, porque el televisor es lo único que mantiene sedado a mi hijo. La vida en Cuba es dura para todos, pero es mucho más dura cuando se es una mujer negra, vieja, pobre, divorciada y con un hijo discapacitado”, expresa Rosario.
En abril de 2021, fuentes oficiales reportaban que más de 145 mil 600 núcleos familiares estaban protegidos en Cuba por el sistema de asistencia social, de los cuales unos 132 mil 300 recibían prestaciones monetarias.
Aunque Eulogio es jubilado y recibe 278 pesos mensuales más que Rosario, «de pascuas a san juan, la asistencia social me da una autorización para comprar comida a precios módicos en un establecimiento estatal o te da dos jabones de lavar o una colchoneta»
Cuando su esposa aún no había fallecido, Eulogio pidio un crédito para comprar cemento y materiales de la construcción. «Quería reparar el apartamento. Han pasado once años y sigo esperando. Por si fuera poco, hace ocho meses no recibo la leche en polvo que me toca por dieta médica. El país está colapsado. En la televisión no solo adornan las noticias, también dicen mentiras, que la revolución no va a dejar a nadie desamparado, que le prestará ayuda a las personas que necesiten reparar sus casas, bla, bla, bla… Todo es muela barata. El gobierno en pleno debería renunciar”.
Sandra, trabajadora social, reconoce que “en la década de 1980 la asistencia social tenía un presupuesto mayor, funcionaba mejor y permitía ayudar a que las personas de pocos recursos vivieran con cierto decoro. Pero cada año las prestaciones sociales han ido disminuyendo. La chequera de mil y pico de pesos es insuficiente en medio de la actual crisis económica y la tremenda inflación. El gobierno habla de subsidiar a los más necesitados, pero esa ayuda no alcanza. Es una gota de agua en el océano. Lo peor es que no ve mejora a mediano plazo. Se ha planteado que además de aumentar jubilaciones y pensiones, se les entreguen bolsas con comida gratis. También venderle a plazos, a precios subsidiados, electrodomésticos y otros enseres. Cuba es uno de los países más envejecidos de Latinoamérica. Para 2030, el 30 por ciento de la población tendrá más de 60 años. Mujeres y hombres de la tercera que apoyaron a la revolución y ahora se sienten estafados”. Si lo dudan, pregúntenle a Eulogio o a Rosario.
Iván García
Foto: En una calle de La Habana, un anciano sobrevive dándole brillo a tiznados calderos de hierro. Imagen de Ana León tomada de CubaNet.