Era blanco, medía un metro ochenta de estatura y pesaba 100 kilos. Había engordado después de unirse a Marisol, una rubia alta y hermosa que por su físico podía ser portada de alguna revista. Su belleza no estaba reñida con su inteligencia y se graduó en contabilidad. Según su jefe, un hombre muy exigente, Marisol es una mujer muy capaz y con ‘chispa’ (destreza).
Pero ahora Marisol se quedó sola porque su Alexander fue asesinado. Si, en esa Cuba que nos queiren presentar en la propaganda oficial, como un paraíso en la tierra, también se cometen asesinatos y esta vez le tocó al pobre Alexander.
Alexander trabajaba como jefe de un salón de ventas de una empresa que abastece piezas de repuesto automotores, artículos de ferreteria y similares a otras empresas estatales. Lo asesinaron en la furgoneta Citroen que utilizaba para transportar las mercancias hacia y desde los almacenes.
Hace dos semanas, un lunes en la mañana, el cuerpo de Alexander apareció entre unos matorrales en San Miguel del Padrón, municipo de alejado del centro de la ciudad. Tenía dos puñaladas en la espalda. De la furgoneta, ni rastro. Dicen que la encontraron después, en un lugar que no me precisaron. Totalmente desguasada, sin neumáticos, puertas, motor…
La policía busca a los culpables. Ojalá los encuentren.
La muerte de Alexander, a sus treinta y tantos años, viene a recordarnos que no estamos seguros, que la vida es un soplo de aire que nos puede ser arrebatado en cualqueir momento. Y también que las muertes violentas ocurren en todas partes, lo mismo en un mercado de Bagdad, en barrios marginales de Ciudad del Cabo o en La Habana.
Los medios cubanos callaron el asesinato de Alexander. Como siempre hacen ante todo aquello que pueda «empañar» la imagen de la revolución y afectar la entrada de dólares de los turistas, atraídos por la traquilidad del «paraíso socialista».
Manuel Suárez, especial para el blog Desde La Habana