En la inauguración del encuentro, con la participación de jóvenes de Ecuador, Nicaragua, Rusia, Perú y Venezuela, entre otros países, Alarcón exhortó a perseguir al Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, como una «maldición gitana» para que revisara la decisión de los tribunales y libere a los espías.
Leyendo estas palabras de Alarcón me preguntaba hasta dónde llega la abyección, el arrastrarse sumiso a los pies de una dictadura, para que un individuo como él, que vivió en Estados Unidos durante muchos años representando al gobierno cubano, y que conoce perfectamente cómo funciona el sistema judicial de ese país, pueda prestarse a hablar tanta tontería sin sentido.
El Sr. Alarcón sabe que tienen que exisitir razones de mucho peso, más allá de la gritería histérica de los funcionarios de un gobierno corrupto y auspiciador del terrorismo (catalogado así por las autoridades norteamericanas) para que el Presidente de Estados Unidos indulte a un reo, que en este caso son cinco.
Me pregunto a quién pretende envolver el Sr. Alarcón con sus maldiciones y su histeria. El cubano que día a día lucha por sobrevivir en ese medio hostil en que se ha convertido la sociedad cubana, escucha las noticias sobre los cinco espias como un mal inevitable que debe padecer cuando enciende el radio, el televisor o compra un periódico, pero no le hace ningún caso.
Son muchos los problemas que debemos enfrentar a diario para seguir los avatares de esa saga interminable de los cinco «héroes» como los califica la propaganda oficial. Además, a pesar de los esfuerzos del gobierno, ya se ha ido filtrando que esos cinco espías eran parte de una red mayor, que los otros cooperaron con las autoridades americanas cuando fueron apresados y que estos cinco fueron los principales responsables de los sucedido. No es tan inmaculada su historia.
También en la isla se rumora que una de las «abnegadas» esposas de los espías decidió terminar con la farsa, se divorció y reinició su vida. En un país tan lleno de necesidades, los cubanos vemos cómo los familiares de estos individuos viajan constantemente por el mundo, para hacer campaña en favor de la liberación de estos señores, con el gasto que todo este carnaval mediático supone.
Un amigo me contaba que en cierta ocasión pasaba frente a una boutique cercana al Cementerio de Colón, en el Vedado, cuando llegaron varios vehículos de los cuales se bajaron agentes de la Seguridad del Estado vestidos de civil, entraron en la tienda y desalojaron a los clientes que allí había, para que las madres y esposas de los «pobrecitos» presos compraran artículos de primera calidad por divisas.
Al igual que el encuentro celebrado en La Habana, desde el cual Alarcón envía sus maldiciones a Obama, todas estas compras, viajes y reuniones, salen del agotado presupuesto de un país cuyo gobierno ha sido incapaz de garantizarle a cada cubano un vaso de leche diario. En un país donde las casas se derrumban literalmente por falta de mantenimiento, donde cada vez son más los mendigos en las calles, donde crece la prostitución infantil, el éxodo hacia otras tierras, el hambre, el desempleo y las necesidades de todo tipo, alabarderos del régimen como el Sr. Alarcón, gritan a voz en cuello y gastan miles o millones en defender una causa a todas luces perdida.
En su momento, Fidel Castro lanzó esa campaña a favor del regreso de los «cinco héroes» para, como nos tiene acostumbrados desde hace más de medio siglo, tratar de nuclear a grupos de la población tras esas banderas. La alfabetización, la industrialización, la lucha contra el burocratismo y la corrupción, la zafra de los diez millones, el regreso del niño balsero Elián González, entre otras, han sido campañas salidas de su paranoica y retorcida mente y todas con el mismo objetivo: desviar la atención de los ciudadanos de los graves problemas padecidos durante años y años, y servir de justificación para exrtremismos, abusos y represiones de todo tipo.
Pero el tiempo ha ido pasando y cada vez son menos los que creen en propagandas concebidas para retrasados mentales. Es que también la dictadura le ha ido pisando con fuerza el callo a los cubanos, y los ha llevado a incorporarse a las filas del desencanto y el disgusto, cuando no a la oposición abierta.
Con todos los problemas que merecen la atención de un Parlamento que se supone deba reunirse y tomar medidas para solucionarlos, el Sr. Alarcón se desgañita gritando insultos al gobierno de Estados Unidos, que ya declaró no iba a entrar en ningún tipo de negociación que conduzca a la excarcelacion de estos cinco espías. En eso invierte su tiempo el Sr. Alarcón, quien como Presidente del Parlamento debía andar tratando de arreglar el desastre en que se ha convertido Cuba.
Que no venga después pidiendo clemencia cuando llegue la hora de rendir cuentas. Ese momento cada vez está más cerca y entonces no valdrán los arrepentimientos, las disculpas ni los mea culpa. Alarcón y los otros como él, pagarán caro el precio de tanta angustia y dolor que le han hecho pasar al pueblo en todos estos años.
Manuel Suárez, desde La Habana
Foto: European Pressphoto Agency.