Viste como una gitana. Falda ancha, pañuelo de colores chillones. Mientras le tira las cartas a sus clientes, fuma un mocho de tabaco barato. Se llama Luisa y aunque dice tener 52 años, sus ojos tristes, dientes careados y rostro arrugado le dan la apariencia de una anciana que acaba de cumplir los cien.
Es una de las tantas adivinadoras que en La Habana se ganan la vida presagiando el futuro mediante cartas españolas o mirando detenidamente las líneas de las manos a sus clientes.
En cinco minutos, con voz pausada te dice qué va pasar con tu vida en la próxima década. Augura desgracias, viajes al extranjero, dinero o infidelidades conyugales.
A ratos, cuando el mazo de naipes envía un mensaje adverso, suelta un lagrimón. Luisa es una artista en su labor. Si un ‘muerto’ le susurra al oído el futuro de quien en ese momento está consultando, cambia la voz como un ventrílocuo.
Esta habanera genuina nació una noche lluviosa de 1959 en el barrio pobre de Carraguao, en el municipio del Cerro. Antes de descubrir su habilidad para diagnosticar un cáncer o un golpe de suerte con sólo mirar los ojos a una persona, laboró en una textilera en las afueras de La Habana.
Su existencia da para una novela ácida y realista. A lo Pedro Juan Gutiérrez. Fue obrera y miliciana. Y también puta. Siempre se buscó los pesos que le permitían alimentar a sus hijos.
En pleno período especial -esa crisis económica, material y de valores que ya cumplió 22 años- su hija mayor, conociendo las capacidades de su madre para ‘ver cosas’, le propuso se tomara en serio la cartomancia y la quiromancia.
Se leyó diez o doces libros viejos sobre esos temas. A través de la ilegal antena por cable, observó la forma de actuar de Walter Mercado, el rey de los horóscopos y las predicciones astrales en el sur de Estados Unidos.
Una amiga santera le enseñó a tirar caracoles y algunos trucos para sacarle información a la gente. Cuando se sintió preparada, comenzó a profetizar el destino a transeúntes, en diversas calles de la ciudad. En Cuba, donde el futuro es mañana y los planes más inmediatos se hacen para el fin de semana, personas como ella, capaz de avizorar el porvenir, siempre tendrán el éxito asegurado.
Hay días que trabaja diez horas. Después de escuchar los vaticinios, unos salen riendo, otros llorando. Pero Luisa siempre llega a su habitación en una derruida cuartería, con los bolsillos de su amplia saya repletos de billetes de 5 pesos, el precio que cobra por cada consulta callejera.
“A diario me busco entre 100 y 200 pesos (5 a 10 dólares). Regreso a la casa muy cansada. Caigo en la cama como una piedra. A las personas que les he pronosticado un viaje al extranjero y se les da, me localizan y luego de regalarme dinero o ropa, me dicen: ‘Señora, no se equivocó, hoy vivo en tal país’. Me están agradecidos”, cuenta Luisa.
Desde febrero de 2011, tiene licencia como trabajadora por cuenta propia. Paga 65 pesos al mes. Según ella, su fuerte es predecir la muerte.
“De cada diez casos que la profetizo, nueve fallecen. A veces por piedad no lo digo. Hace dos meses, a un vecino le anuncié que moriría en dos semanas. Unos días después, vino a verme: ‘Luisa, te equivocaste, sigo vivo’. Le miré a los ojos y supe que tenía las horas contadas, preferí callar. A la mañana siguiente murió de un infarto. Lo malo de una cartomántica es que no puede predecir su propio futuro”.
Iván García
Foto: Una de las ‘futurólogas’ que por la Habana Vieja tiran las cartas a turistas, aunque en este caso la que aparece es una de las tantas muchachas que escogen personajes folclóricos para sus fotos de 15 años.