Desde La Habana

Adiós, querida Beba

Adiós, querida Beba

Adiós, querida Beba

El lunes 17 de febrero de 2020, en Miami fallecía Amada Alsar, una mujer a quien mi madre, mis dos hijos y yo tuvimos la dicha de conocer y tratar, cuando fue vecina nuestra en un viejo edificio de Romay entre Monte y Zequeira, situado en la barriada habanera de El Pilar, en el municipio Cerro.

Igualmente tuvimos la suerte de conocer a sus hijos, Juan Carlos Alsar y Jorge Luis Piloto, quienes aún se encuentran recuperándose de la pérdida de un ser extraordinario, que además de madre y padre, fue su consejera y confidente. Para ellos, para sus familiares, allegados y amigos, era simplemente Beba. Se llamaba Amada Isabel Alsar San Juan. Vino al mundo el 5 de octubre de 1928, en Minas de Matahambre, municipio de Pinar del Río, a 173 kilómetros al oeste de La Habana. Vital Alsar, su padre era español, de Santander, Cantabria, y su madre, María Dolores San Juan, cubana de Pinar del Río.

En la década de 1980, cuando fui reportera de la revista Bohemia, estuve en Minas de Matahambre. Entonces no sabía que allí había nacido Beba, pero me encantó aquella localidad, que debe su nombre a los grandes yacimientos de cobre descubiertos en la zona a principios del siglo XX, y que se convertiría en una importante fuente de empleo. Considerada una mina-escuela, por allí pasaron infinidad de mineros y geólogos cubanos y foráneos, hasta que cerró en 1997 y en el 2000 es declarada Monumento Nacional.

Desde que en 1912 un campesino encontró una piedra brillante en la falda de la Loma del Viento, al recién descubierto yacimiento minero llegarían oleadas de extranjeros procedentes de Estados Unidos, España, Rusia, Polonia, Checoslovaquia, Haití, Brasil, África, China y en particular de Japón, cuyos inmigrantes formaron una sólida comunidad, como cuenta Nelia María Páez Vives en una investigación sobre la presencia de japoneses en Minas de Matahambre.

En aquel ajíaco etnocultural, oyendo hablar disímiles lenguas, conociendo costumbres y tradiciones muy diferentes a las nuestras, creció Beba, quien pudo ver funcionando el ‘tranvía aéreo’ (funicular) construido en 1916, doce años antes de ella nacer. En 90 carros colgados en cables sostenidos por 72 torres de madera, transportaban el mineral hasta el muelle de Santa Lucía, distante a once kilómetros. Aunque ya no existe, el funicular es recordado por los más viejos gracias a fotos y recortes de prensa de la época.

A pesar del polvo y el barro, piedras y escombros, Minas de Matahambre se caracterizaba por la limpieza de sus calles, muchas sin aceras, casi todas con curvas, bajadas y subidas y que aún hoy le dan un toque pintoresco. Siempre me llamó la atención que Beba fuera tan independiente, con una visión propia de la vida, muy distinta a las mujeres de su generación. Creo que a esa personalidad suya, más identificada con la idiosincrasia europea que con la cubana, pudo haber contribuido su entorno familiar y social, al haber convivido en una población multinacional, con el denominador común de ser gente trabajadora, educada, humilde y positiva, cualidades que distinguieron a Beba.

Un buen día Beba se enamoró, se casó y se fue a vivir a Cárdenas, Matanzas, donde nacieron sus dos únicos hijos. El matrimonio fracasó y se mudó para La Habana con Juan Carlos y Jorge Luis, quienes de ella heredaron no solo su buena presencia, si no muchas de sus cualidades, por no decir todas. Después del divorcio, Beba inició su vida laboral. Antes, aprendió mecanografía, taquigrafía y redacción de cartas y documentos en español e inglés, asignaturas que una buena secretaria debe dominar. Eso fue en los años 60, cuando todavía en Cuba funcionaban academias particulares. En la capital, la más conocida era la Havana Business Academy (estudié en una que quedaba en Monte entre Romay y San Joaquín, al doblar de mi casa).

Un tiempo después, viviendo en La Habana, comienza a trabajar en Expedicuba, empresa que pertenecía al Ministerio de Comercio Exterior. Allí se desempeñó como secretaria del Departamento de Recursos Humanos. Cuando Expedicuba se reestructura y tras la purga típica de los regímenes autoritarios como el castrista, queda desempleada. Más tarde, consigue trabajar en la Empresa de Reparación de Enseres Menores, en el Paseo del Prado, no muy lejos del pequeño apartamento que le habían otorgado en Cuba y Chacón, Habana Vieja.

Fueron años muy duros para una madre sin apenas soporte económico ni familiar. Pero Beba, una persona generosa y sencilla, que a nadie menospreciaba ni miraba por encima del hombro y se relacionaba por igual con personas más ricas o más pobres, fueran blancos, mulatos o negros, en los momentos más difíciles pudo contar con el apoyo de allegados y vecinos serviciales como ella.

En abril de 1980, su hijo Jorge Luis, con parte de la familia de su esposa, se va del país por el Puerto del Mariel. Cinco años después, en 1985, Beba emigra a Venezuela y en 1986 pasa a los Estados Unidos. Recuerdo el día que Beba fue a nuestro apartamento en la barriada habanera de La Víbora, a despedirse de mi madre y de mí. En La Habana quedaría Juan Carlos, que demoraría varios años en volver a ver a su madre y a su hermano.

Beba llegó a Estados Unidos con 58 años, pero no aparentaba la edad. Debe haber sido por los genes heredados de sus padres o por haber nacido en un sitio tan especial y saludable de la geografía isleña. Era más alta y corpulenta que la mayoría de las mujeres y hombres cubanos. Su rostro, casi siempre risueño, resaltaba por el cabello corto y abundante que solía teñirse de castaño-cobrizo, como el color de su tierra natal.

En Miami comenzó a trabajar en la cadena Kmart y allí se retiró. De vacaciones estuvo en Nueva York, California, Nevada y Arizona. En Europa visitó Italia, Portugual y Turquía, gracias al viaje en un crucero que le regaló su hijo Jorge Luis, quien logró en Estados Unidos lo que no logró en Cuba: no solo hacer una carrera musical, si no convertirse en un famoso y premiado compositor. Beba, como también hizo mi padre cuando enfermó y murió en La Habana el 7 de octubre de 1966, fue guardando dinero para costear su funeral. Gastos que en el caso de Beba, incluyeron servicios fúnebres, flores, limosina y entierro.

Quiso el destino que Beba se nos fuera antes de que la pandemia del coronavirus azotara Estados Unidos y la Florida. Y tuvo la despedida que ella quiso y merecía, con la presencia de sus hijos, nietos, familiares y amigos, y fuera enterrada en un hermoso y cuidado cementerio donde en fechas señaladas no le faltarán flores.

Adiós, querida Beba. Mis hijos y yo nunca te olvidaremos!

Tania Quintero

Foto: Amada Isabel Alsar San Juan, Beba.

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