Concluyeron los tiempos de votaciones masivas en apoyo a la autocracia verde olivo instaurada por Fidel Castro. La gente de a pie se cansó del manicomio económico que impacta en su calidad de vida.
Pregúntele a Ileana, 56 años, residente en La Cuevita, municipio San Miguel de Padrón, al sureste de La Habana, por qué no fue a votar el pasado domingo. Su respuesta es brusca y directa: “No aguanto una mentira más. ¿Qué resuelve un delegado del Poder Popular?”, se cuestiona en tono lacónico. Y ella misma responde: “Nada. No resuelve nada. Es un lleva y trae”.
Ileana vive de lo que se cae del camión. Lo mismo vende ropas importadas de la zona franca en Panamá, que leche en polvo hurtada la noche anterior en el complejo lácteo del Cotorro, municipio colindante.
“El delegado de mi barrio es un corrupto. Gana dinero vendiendo turnos para comprar pollo y materiales de la construcción por la izquierda. La Cuevita es una selva. Un sálvese quien pueda. Los que no viven del invento se mueren de hambre. Hasta los chivatos hacen bisnes. Ya la gente se cansó de vivir en una pocilga con goteras en el techo, comiendo cualquier mierda y sin ningún futuro. No funcionan los servicios básicos. Y la paciencia tiene un límite. Entre otras muchas cosas, las personas no fueron a votar porque ni el Poder Popular ni el Consejo de Ministros, todos unos barrigones sinvergüenzas, van mejorar nuestras precarias condiciones de vidas”, afirma Ileana.
Carlos, sociólogo, opina que el ocaso del modelo castrista de ordeno y mando es un proceso irreversible. “Es un sistema improductivo que tiene de lastre un colosal aparato burocrático que acabará por hundir lo poco que queda de la cacareada revolución cubana. El agotamiento es en todos los sectores, sea n políticos, sociales o económicos. La narrativa de justicia social y progresismo ha estallado por los aires con el apoyo del gobierno a la invasión de Putin en Ucrania y con la venta de alimentos en divisas a la población, que ha acentuado las diferencias y devaluado el salario estatal».
«El gobierno pudo gestionar los servicios básicos mientras recibió subsidios millonarios de la antigua URSS y luego de Venezuela. Pero ese grifo se cerró. Las empresas militares controlan el 90 por ciento de los negocios que generan divisas. Nadie sabe cómo utilizan esas ganancias. No se revierten en proyectos sociales. Solo se construyen hoteles. Y los planes para reactivar la economía han fracasado Las estructuras del poder en Cuba son insostenibles. El Poder Popular es un esquema que no funciona. Otra de las tantas instituciones parásitas que tienen sede en todos los municipios y provincias y consumen recursos, pero no cumple ningún objetivo”.
“El mastodóntico aparato burocrático es un freno incluso para las tímidas reformas económicas que intenta introducir el gobierno. Son casi dos millones de personas, entre militares y el sector institucional, que no generan riqueza y gastan los escasos recursos del país sin obtener beneficios. Pero esa lealtad tiene un elevado costo. Teléfonos móviles pagados por el gobierno, combustible, viviendas, hospitales y villas de recreos exclusivos para funcionarios del partido, oficiales del MININT y la FAR. La burocracia va a terminar por sepultar al sistema”, asegura el sociólogo.
Le pregunté a Manuel Cuesta Morua, vicepresidente del opositor Consejo para la Transición Democrática en Cuba, por qué cree que, para los términos del modelo castrista, fue tan alta la abstención en Cuba y si piensa que la campaña en redes sociales de diversos sectores disidentes pudo haber influido en el resultado.
“La cesta de razones para la altísima elección está llena. La primera para mí es el palmario rechazo al gobierno y el partido comunista. En dos procesos distintos tenemos casi los mismos resultados: el referendo del Código de las Familias, el 25 de septiembre, y las elecciones municipales, el 27 de noviembre. Índice de que el voto está siendo utilizado para dejarle claro el divorcio de la ciudadanía con el régimen”.
“En los dos casos, el voto ha ocupado el lugar de las protestas pacíficas y servido para mostrar el mismo sentimiento y desafío: un hartazgo articulado como respuesta civil a un Estado de incompetencia incremental. De hecho, lo que estamos viendo es la conversión del pueblo en ciudadanos. Un cambio fundamental. El papel de la sociedad civil y la oposición organizada ha sido importante».
«Visibilizar la protesta como hizo el Movimiento San Isidro y se manifestara después el 27 de noviembre de 2020 frente al Ministerio de Cultura, junto a otras iniciativas y propuestas, entre ellas las del Consejo para la Transición, caben destacarse. Las campañas gestadas, llegan a las redes sociales donde los cubanos son muy activos y eso crea una red de mensajes compartidos y un clima de acción colectiva. Sin embargo, me parece más exacto decir que la influencia de la disidencia ha sido más por un proceso de acumulación de autoconciencia ciudadana en el tiempo, que es lo que provoca los auténticos cambios de mentalidad que ahora se expresan».
«No me gusta exagerar el papel de la oposición por dos razones: la primera es que justamente es lo que quiere el gobierno para argumentar que todo es fruto de campañas de manipulación para confundir al pueblo orquestadas desde afuera. Un diseño de perpetua infantilización de los cubanos que justifica términos como el de ‘confundidos’. La segunda es que si bien la sociedad está más abierta al cambio, nos falta todavía mayor articulación con los ciudadanos, lo que posibilita influencia sistemática. Hacía ahí se dirige el Consejo para la Transición con relativo éxito”, concluye Manuel Cuesta Morúa.
El último remedo de elecciones fue un batacazo para el régimen. Desde que en 1976 comenzará la pantomima electoral, ya sea para elegir delegados de barrio o para ratificar los candidatos a la monocorde Asamblea Nacional, la participación popular jamás había sido inferior de un 95%. El año 2017 fue un parteaguas, cuando votó el 82,05% con una abstención del 14%. En el referéndum constitucional de febrero de 2019, la participación bajó al 84%. Y en septiembre de 2022, cuando el Código de las Familias, descendió al 76%. En ese referéndum, la suma de la abstención y anulación de boletas fue superior a más del 50 por ciento.
Ahora en estas elecciones para elegir delegados municipales, la participación fue del 68.58% y la abstención del 31,5%. Si añadimos el 5,22% de votos en blanco y el 5,07% de boletas anuladas, el porcentaje entre abstención y votos nulos alcanzó el 42,39.
3 millones 246 895 mil cubanos optaron por el voto de castigo al régimen. Un ex funcionario del partido comunista en el municipio Diez de Octubre, comentó que “La Habana fue la provincia más ‘contrarrevolucionaria’ de todas. Habrá que tomar nota, pues en las próximas elecciones el voto en contra puede que sea mayoritario”.
En la capital estaban inscriptos para votar 1.677.456 personas. Pero solo acudieron a las urnas 916.128, lo que representa el 55% del total. Según cifras ofrecidas al periódico oficial Tribuna de La Habana por Maydelys Dupuy Zapata, presidenta del Consejo Electoral Provincial, de ese total, el 88% de los votos resultaron válidos, pero el resto, un 12%, fue descartado. Por lo que entre abstención y votos nulos La Habana sumó el 57%.
El domingo 27 de noviembre, Ileana, vecina de La Cuevita, prefirió ver un culebrón turco y ablandar los frijoles negros antes que ir a votar en unas elecciones municipales que le parecen intrascendentes. Para un segmento amplio de cubanos el cheque en blanco al régimen ya caducó.
Iván García
Foto: Un hombre con su perro votando en las elecciones municipales celebradas en Cuba el 27 de noviembre. Imagen de Reuters tomada de Radio Televisión Martí.