Desde La Habana

A su manera, los cubanos celebran la Navidad

En La Habana usted no verá a hombres disfrazados de Santa Claus, vestidos de rojo, gordos y amables, repartiendo confituras a los niños a la entrada de centros comerciales. En el resto de la isla, tampoco encontrará un ambiente navideño especial.
Los hoteles para turistas y las tiendas o cafeterías por divisas sí exhiben árboles con bolas y guirnaldas. No así en los establecimientos por moneda nacional, donde han preferido desechar toda esa parafernalia. En esos centros de servicios, lúgubres y necesitados de pintura, por lo general cuelgan retratos de Fidel Castro y consignas de la revolución.

Si es una bodega de barrio, puede observar una lista escrita a mano y en ocasiones con faltas de ortografía, recordándole a los morosos que aún no han pagado los equipos electrodomésticos, cuatro años atrás otorgados por el Estado, para sustituir las  neveras americanas de los años 50 y los televisores en blanco y negro fabricados en la Unión Soviética.

A pesar de que la ciudad no tiene la pinta navideña de otros lares, los ciudadanos de a pie se aprestan a celebrar en casa la Nochebuena, el 24 de diciembre. Quien tiene familia en el extranjero o negocios rentables por debajo del tapete, se puede dar el lujo de comprar un cerdo y asarlo en el patio, mientras bebe cerveza de marca o un buen añejo.

A quienes en el 2010 las cosas no le fueron mal, a las 12 de la noche del 31 de diciembre, podrá comer turrones, manzanas y uvas, y brindar con sidra. Pero la mayoría gastará las suelas de sus zapatos, recorriendo los agromercados, en busca de carne de cerdo, frijoles negros, yuca, tomate, lechuga… A todo volumen escuchará música salsa o reguetón, mientras bebe cerveza a granel y ron de medio pelo.

A la Misa del Gallo suelen asistir aquéllos que viven cerca de una iglesia. A su manera, los cubanos festejan la Navidad. No siempre fue así. Cuando Fidel Castro llegó al poder en 1959, paulatinamente y con toda intención, echó a un lado una de las tradiciones más arraigadas en las familias cubanas.

La estocada final la dio en 1970, a raíz de la zafra azucarera de los 10 millones, donde con el pretexto de que los festejos interrumpían el trabajo en los cañaverales, eliminó el 25 de diciembre del calendario como día feriado. Por decreto, esos días de asueto desaparecieron en la isla.

Aunque al coincidir el triunfo de la revolución con el 1 de enero, el 1 y 2 de enero los declararon feriados. Menos mal. Si los barbudos  hubiesen tomado el poder en marzo o agosto, de seguro, no festejaríamos la llegada del nuevo año.

La ausencia de la Navidad en el calendario revolucionario duró 27 años. En 1997, en honor a la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, Castro volvió a instaurar el 25 de diciembre como feriado nacional. Es una efemérides oficial, pero las autoridades no se sienten motivadas en crearle un ambiente navideño a la población. En privado sí lo celebran.

Siendo un niño, fui con mi abuela y mi hermana a casa de Blas Roca, viejo comunista ya fallecido y pariente por línea materna. En ese tiempo, Roca era uno de los pesos pesados en la jerarquía política. Recuerdo cómo se me iban los ojos, cuando vi asando un puerco entero y una cantidad apreciable de otros manjares.

Eran años difíciles para casi todos los hogares, incluido el nuestro. Debido a una letal fiebre porcina, la carne de cerdo constituía un lujo. No sé ahora, pero entonces Castro a sus hombres de confianza, como Blas Roca, solía regalarle cestas inmensas con frutas, turrones, golosinas y botellas de vino español.

Una época en que la gente vestía con camisas de trabajo y calzaba zapatos plásticos. Carne de res, la justa, distribuida por la libreta de racionamiento. Y muy pocos se atrevían a celebrar la Nochebuena, tan prohibida como el jazz y los Beatles.

Décadas después, algo ha cambiado. Es cierto, los Castro siguen en el poder. La economía anda a la deriva. Ciertas libertades son negadas. Pero hoy no existe el temor de que alguien te haga un informe a “las instancias pertinentes” por festejar la Navidad.

Obvio, uno aspira más. Y mientras celebra con su familia, desea que en el año venidero sucedan cosas buenas. Todavía los cubanos no hemos perdido el optimismo. Por suerte.

Iván García

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