A los autócratas y caudillos modernos les gusta el cine. Fidel Castro intentó convencer al director estadounidense Roger Donaldson para interpretarse a sí mismo en el filme 13 Días, sobre la crisis de los misiles de 1962.
Según los escoltas de Castro que han desertado a la Florida, en su propiedad de más de 40 residencias, conocida por Zona 0, al oeste de La Habana, el comandante único además de hectáreas de tierra donde ensayaba con nuevas variedades de frijoles y hortalizas, tenía una fábrica de helado, otra de queso y una sala privada de cine.
Aunque no llegó a tanto como su homólogo norcoreano Kim Jong-il, quien en 1978 dio la orden de secuestrar al director de cine sudcoreano Shin Sang-ok para intentar establecer una industria cinematográfica que reflejara una visión artística del manicomio comunista y los valores de la ideología Juche.
El dictador de Pyongyang atesoraba un archivo con más de 5 mil filmes. Y en los créditos de siete películas aparece como director ejecutivo. Ya se sabe que el arte en los países de ordeno y mando es propiedad exclusiva del Estado.
Lo que significa que el líder supremo puede censurar una obra, aprobar el presupuesto para una producción que alabe al régimen o enviar a chirona a un intelectual disidente.
Cuando muchos cinéfilos en Cuba daban por cerrado el capítulo gris del realismo socialista, donde en cartelera solo se anunciaban filmes soviéticos y de Europa del este, por estos días en La Habana se exhiben cintas norcoreanas.
Y es que en la isla, desde hace dos décadas, el 80% de las películas que se pasan por la televisión y las salas de cine, viene de Estados Unidos. Es la parte ‘positiva’ del embargo gringo. Tanto el ICAIC como el ICRT piratean abiertamente seriales, filmes y documentales estadounidenses sin pagar un centavo por derecho de autor.
Para la nueva generación de cubanos, es un enigma lo que ruedan en Pyongyang. Del 10 al 13 de septiembre, el cine Infanta, en Centro Habana, fue sede de una muestra fílmica de Corea del Norte. No es la primera en la isla. Allá por los años 60 y 70 se presentaron bodrios del país asiático.
El primer día no pude entrar, era por invitación. Pero alcancé a ver un enjambre de funcionarios y diplomáticos, vestidos en tonos grises y diminutos sellos de Kim Il-Sung en la solapa de sus camisas, atendiendo a los invitados.
Que no eran muchos. Medio centenar de periodistas oficiales e ideólogos del partido comunista que por protocolo acudían a la premier de un filme de corte bélico de escaso vuelo artístico.
Al día siguiente la entrada era libre. En La Habana llovía a intervalos. A la 5 de la tarde se anunciaba la proyección de una película sobre artes marciales. A las 8 otra, de guerra, el tema favorito del cine norcoreano.
A pesar de que el ticket solo costaba 3 pesos (0.15 centavos de dólar), la gente no se entusiasmaba. Miraban de soslayo el cartel y preguntaban de cuál Corea era la película. Cuando se enteraban que era la del norte seguían su camino.
En la puerta, un grupo de aburridos jubilados esperaba el comienzo de la función. Dos vendedores ambulantes de maní y rositas de maíz se marcharon a otro sitio, debido a las escasas ventas.
La mujer que vendía los tickets me observó de arriba abajo cuando compré dos. Le dije que pensaba ver las dos películas exhibidas ese día. “No creo que tengas tripa para verlas completas las dos”, auguró.
He visto decenas de filmes soporíferos de la ex Unión Soviética y los antiguos países de Europa del Este. Pero la cinematografía norcoreana encabeza el ranking: es un genocidio al arte.
A mi lado se sentó un escuálido diplomático norcoreano que olvidó utilizar el desodorante. Al parecer, su misión era comprobar la aceptación de la muestra entre el público habanero.
El hombre miraba asombrado cómo la gente se marchaba a mitad de película. Yo entre ellos.
Iván García
Foto: Escena de La isla de Wolmi (Wolmi Island), filme bélico proyectado en la premier de la muestra de cine norcoreano en La Habana. Rodado en 1982 y con 92 minutos, en Corea del Norte está prohibido para menores de 16 años. Se basa en hechos acaecidos en la isla Wolmi en septiembre de 1950. Para responder el contraataque general del ejército popular de Corea, el ejército de Estados Unidos intenta desembarcar en la playa de Inchon, en el Mar Amarillo. Los soldados de la isla Wolmi resisten durante tres días frente a los 50 mil soldados y 500 buques liderados por el General MacArthur. Muestra también el papel de las mujeres coreanas en la guerra. Es la película-estrella del régimen de Pyongyang y a pesar de haber sido rodada hace 31 años, figura en las semanas de cine norcoreano en el exterior, como en 2010, en Londres. Tomada de la web Internet Movie Firearms Database.
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