Ahora mismo, es más fácil llegar a Miami que a Santiago de Cuba. Para visitar la segunda ciudad más grande de la Isla, existen dos vuelos diarios que rara vez son puntuales, se debe viajar en tren alrededor de veinte horas o comprar un boleto para viajar en ómnibus, toda una aventura donde se mezcla sátira, drama y, por supuesto, ofrecer billetes de cinco o diez pesos convertibles por debajo de la mesa.
Si alguien conoce de penurias son los cubanos que viven en las regiones orientales. Al residir lejos de las costas de la Florida, sedes diplomáticas y focos mediáticos, el primer paso migratorio es escapar hacia La Habana.
Una ciudad donde para su desdicha, no existe Ley de Ajuste. Mucho antes de que Donald Trump intentara llegar a la Casa Blanca, con su aislacionismo primitivo y estupideces a granel, Fidel Castro se le adelantó en el proyecto de levantar un muro jurídico, el Decreto 217 o Ley de Regulaciones Migratorias Internas, que desde el 22 de abril de 1997 restringe a los nacidos en el oriente de la Isla radicarse en la capital que, supuestamente, pertenece a todos los cubanos.
Los orientales son los que peor la pasan en Cuba. Normas, leyes para frenar su migración interna, expuestos a sismos, sequías y desde 2012 con el ciclón Sandy, y ahora, con el inminente paso del huracán Matthew, sufren más devastación causada por fenómenos naturales que las provincias centrales y occidentales.
Por su manera de hablar cantando, manía extendida de beber ron a pulso y vivir en condiciones infrahumanas, son motivos de burlas con tintes racistas y xenófobos de los habaneros que les llaman ‘palestinos’.
Si usted visita cualquiera del centenar de barrios ilegales levantados con la complicidad de la noche y construido con materiales reciclables en diferentes sitios de La Habana, verá que la mayoría de sus residentes son orientales que huyen de la miseria en busca de mejores salarios.
Néstor es de uno de ellos. Desde hace siete años reside en una choza de ladrillos mal dispuestos y con techos de tejas, en un terreno fétido y lúgubre a tiro de piedra del vertedero de la Calle 100, en el municipio de Marianao.
Vive de la basura. Gana dinero recolectando materias primas y reciclando cosas que aparentemente terminaron su vida útil, como zapatos, electrodomésticos y relojes despertadores, que luego de un proceso de reparación, se venden a bajos precios en los timbiriches ambulantes que se arman en los portales habaneros.
“Aquello (el oriente cubano) está en candela. No hay dinero ni comida. Yo trabajaba de custodio en una escuela y ganaba 225 pesos al mes -alrededor de ocho dólares-, y cuando iba a una tienda a comprarme un par de zapato, su costo era de 500 o 600 pesos. La Habana está sucia, muchas casas se sostienen de milagro, pero se puede luchar el dinero”, señala Néstor.
Luis, santiaguero radicado hace diez años en Santos Suárez, un barrio al sur de la capital, vende tamales. Mientras conduce su triciclo con un remolque, va pregonando sus tamales calientes, acabados de hacer.
“Nagüe, ni la naturaleza está a favor de los santiagueros. Temblores de tierra, sequía y ahora también amenazada por ese poderoso huracán. Allá la gente se está da cabezazos contra la pared a ver cómo inventa plata. La recreación es bailar reguetón y tomar ron casero. Las cosas en Cuba están malas, pero en oriente todo es mucho peor”, apunta Luis.
Con el próximo arribo del huracán Matthew, miles de orientales afincados en La Habana se preocupan por el futuro de sus parientes. “Todas las tardes llamo a mi madre y mis hermanos y rezo para que el ciclón no les lleve su casita. Nosotros somos de San Pedrito -barrio de Santiago de Cuba- y pasamos más dificultades que un esclavo trabajando bajo el sol. Aquello da pena. Desde que se levanta, la gente se pega a tomar alcohol y chismear de los vecinos”, cuenta Lucila, trabajadora de un agromercado en El Cerro.
El disgusto de muchos capitalinos hacia los orientales es provocado un poco por el mito y por el grosero desempeño policial hacia la ciudadanía, compuesto en su mayoría por oriundos de aquellas regiones.
“Los orientales tienen fama de chivatos, vagos y alcohólicos. Me da igual que el ciclón pase por Oriente y si pasa por allí, que se jodan los orientales”, dice con mala leche Octavio, un habanero que mata el tiempo hablando sandeces en las esquinas.
Carlos, sociólogo, considera que es real la molestia de mucha gente hacia los nacidos en el oriente de Cuba. “A los habaneros les molesta el pésimo trato del cuerpo policial. Su incultura, malos modales y complejo de inferioridad. Es probable que no les agrade que la mayoría de los funcionarios estatales, encabezado por Fidel y Raúl, provengan de las provincias orientales. Existe la falsa creencia de que las jineteras baratas y los buscavidas llegan en tren desde Oriente para crear más problema en la capital. El Estado, con el Decreto- Ley 217, abrió las puertas a sentimientos xenófobos que siempre han subyacido en un segmento de la población nacida en La Habana. No creo que sea un problema grave. Pero se debe brindar mayor atención a las actitudes francamente peyorativas hacia los orientales”, indica el sociólogo.
Al igual que una franja de cubanos, para los orientales La Habana es solo una primera escala. El próximo viaje, si reúnen el dinero suficiente o son reclamados por sus parientes al otro lado del charco, es aterrizar en Miami.
Iván García
Hispanopost, 3 de octubre de 2016.
Foto: Dos hombres del poblado Paraguay, en Guantánamo, se trasladan con sus maletas hacia un lugar más seguro antes de la llegada del huracán Matthew. Tomada de The Daily Times.