Desde La Habana

¡Bienvenidos a la isla del ron!

Beber alcohol es una de las pasiones del cubano promedio. Un verdadero deporte nacional. Junto al béisbol, el sexo, jugar dominó y emigrar.

Beber ron o cerveza se conoce en Cuba como «empinar el codo». O «chuparle el rabo a la jutía». Existen varios grupos de bebedores. Están los alcohólicos puros y duros. Los que sólo tienen en mente un litro de ron.

Bueno, decirle ron a lo que beben es un eufemismo. Por lo regular, ingieren queroseno destilado con miel de pulga y carbón en un mísero serpentín. Como Pedro Marín, 56, años, cuyo único objetivo en la vida es beber.

Cuando se levanta a la siete de la mañana, se enjuaga la boca con un buche amargo y fuerte de alcohol de 90 grados. Luego sale a cargar sacos de harina en una panadería, con un pomo plástico repleto de un ron casero de olor insoportable conocido como Superman.

“El tipo que se dé un trago de Superman sin hacer una arqueada es de los nuestros”, asegura Marín, negro de escasos dientes y ojos enrojecidos, que viste ropas viejas y remendadas.

Este tipo de “curdas” (bebedores) no leen la prensa ni les importa lo que pasa en Cuba o en el mundo. Tampoco les interesan sus mujeres o maridos, si los tienen, ni los hijos y la familia. Cada centavo que va a parar a sus bolsillos lo invierten en un litro de alcohol destilado.

Son hombres y mujeres enfermos. Rosa Aparicio, 65 años, es una anciana sucia que duerme en los portales de cualquier avenida y forma unas broncas tremendas cada vez que se pasa de trago.

La mayoría de estos borrachos consuetudinarios, no reciben atención médica especializada. Ni lo desean. En el interior del país, la situación es igual o peor que en la capital.

El periodista independiente Osmany Borroto, de Sancti Spiritus, reportó la muerte de Omar Ulloa, vecino de Jatibonico, luego de haber ingerido un licor rústico conocido como Caballo blanco, elaborado en el central Uruguay, muy consumido por su bajo costo.

Pero también hay en la isla bebedores sociales, que toman con asiduidad y no pierden la compostura. Suelen tener buenas entradas y compran cerveza importada o nacional de calidad. Y ron o whisky vendido por pesos convertibles.

Pero son los menos. La mayoría de la gente bebe para alejar las inquietudes cotidianas. Que ya se sabe cuáles son: la falta de futuro y el gran problema nacional, llevar dos platos de comida caliente a la mesa cada día.

También beben para tratar espantar fantasmas y miedos. No saben cómo van a conseguir dinero para llevar a pasear a sus hijos durante las vacaciones. O comprarles ropa, zapatos y una mochila para el próximo curso escolar.

La acumulación de problemas los hace irse por el camino más fácil. Empinar el codo. “El dinero no me alcanza para reparar la casa, comprarme un auto o celebrarle los quince a mi hija. Entonces no me rompo la cabeza, y cuando puedo, me tomo cuatro tragos”, confiesa Mario Echemendía, 40 años.

«Cuatro tragos» en Cuba significa sentarse con los amigos en una esquina del barrio o en un bar de mala de muerte, a tomar ron de segunda o cerveza dispensada (a granel).

El gobierno aporta lo suyo a la pasión del cubano por las bebidas alcohólicas. Cualquier acto culmina con una pipa (camión cisterna) de cerveza y una tarima para vender ron barato.

La filosofía del borracho cubano se puede leer en carteles colgados en tabernas marginales: «El que bebe, se emborracha. El que se emborracha, se duerme. El que se duerme, no peca. El que no peca, va al cielo. Si quieres ir al cielo… BEBE!

En la isla pueden faltar muchas cosas, pero siempre habrá a mano un trago de ron o un vaso de cerveza. Si usted es un tipo solvente, beberá de primera. Y si se llama Pedro Marín, ingerirá mejunjes diabólicos. Es el último peldaño de un alcohólico. Un verdadero infierno.

Iván García

Salir de la versión móvil