Según se cuenta, a mediados de los años 50 del siglo pasado, Nikolai Leonov, un viejo zorro de la KGB soviética contactó en Ciudad México con un pichón de comunista, joven y lampiño llamado Raúl Castro. De esa plática Leonov envió un informe a sus superiores en el que hace constar que el mayor talento de Raúl es ser un conspirador a tiempo completo.
Fue un buen diagnóstico. Años después, en 1967, Raúl dirigió las investigaciones contra viejos comunistas acusados de sectarismo, conocido como «proceso contra la microfracción». Un golpe de mano que permitió al comandante único apartar del poder a un grupo más fiel a Moscú que a las ideas de los hermanos de Birán.
En 1989, detrás del caso del general Ochoa y la unificación del Ministerio del Interior y las Fuerzas Armadas Revolucionarias, estaba la contrainteligencia militar de Castro II.
Esas cualidades para la intriga le vienen de perilla ahora que tiene todos los hilos del poder concentrado en sus manos. A punto de cumplir 80 años, el General será severo y no vacilará con cualquiera que se interponga en el camino de sus reformas económicas y las transformaciones del partido comunista.
Sea quien sea. Sin importar la historia o méritos acumulados. Al que no baile al son de los nuevos acordes, lo bajan del barco. Castro II jugará fuerte. A ese bando dentro del seno del partido que la pérdida de poder los tiene rumiando, les podría aplicar castigos ejemplarizantes, algo típico en la forma de actuar de él y su hermano.
La vendetta contra los enemigos de las reformas podría tener un año de tregua, para que la interioricen y ver de qué lado se van a poner. La Conferencia Nacional del Partido, en enero del 2012, tiene más pinta de ser un juicio político contra los talibanes ideológicos que una reunión fraternal entre camaradas.
Castro II sabe, y abiertamente lo ha repetido en sus discursos, que se trata de un tupido y monolítico bloque de burócratas que han vivido de panza, corrompiendo, traficando influencias y bienes materiales. Para él, ellos son los grandes culpables de que las directrices emanadas de su hermano Fidel y de los cinco congresos anteriores del partido sean papel mojado.
Será una guerra silenciosa e interesante. Como para ver desde una platea. El bando triunfador será el que imponga las futuras reglas de juego político. Claro, Castro II tiene todas las de ganar. Ha creado una plutocracia de generales leales que controlan las claves económicas del país. Y quien tiene la llave del dinero tiene el as de triunfo.
Sabe el General que el tiempo es un adversario formidable. Y va moviendo sus fichas políticas. Ya colocó en el Buró Político a hombres de toda su confianza, como el zar de las reformas Marino Murillo Jorge, un remedo de Antonio Pérez Herrero, defenestrado en la década de los 80 por Castro I; al recién nombrado ministro de Economía, Adel Izquierdo Rodríguez, ingeniero de 65 años y quien en las fuerzas armadas dirigiera la jefatura de Planificación y Economía, y al delfín, Miguel Díaz Canel, de 49 años, también ingeniero y con experiencia militar.
Sacó de la sombra a su yerno Luis Alberto Rpdríguez López- Callejas, una especie de Rasputín y genio de las finanzas, y lo fichó para el Comité Central. Ojo con Callejas. En un diseño de futuro en Cuba, este hombre inteligente y pragmático pudiera ser decisivo.
Veamos cuatro escenarios posibles. El primero y para mí el menos probable, que el General pierda en su pulso político con las fuerzas contrarias dentro del partido. Se recogerían las velas de las reformas y el propio Castro II tendría que dejar el sillón presidencial en el Congreso a efectuarse en 2016.
El segundo. Un pacto podría ser más lógico. Tú me apoyas y yo te dejo hacer. Pero me huelo que el General, viejo conspirador, sabe que una alianza con esa tropa corrupta es condenar a muerte a la revolución. Y no parece que lo necesite. Por eso le quitó al partido la capacidad de ordenar en cuestiones económicas.
El tercero. Todos sus hombres de confianza, entiéndase empresarios de verde olivo, controlan los puestos estratégicos como el turismo, telecomunicaciones, minería, bancos, aviación civil y el proyecto conjunto con Brasil en el puerto del Mariel, una zona franca que en los próximos años promete inundarse de talleres y fábricas. El General, además, tiene de su lado a las fuerzas armadas y los servicios de inteligencia.
En una hipótetica cuarta opción, Castro II preferiría dialogar primero con un sector de la disidencia, antes de pactar con los duros talibanes. Algunos analistas piensan que estos talibanes y los burócratas son sus rivales más peligrosos.
A todas luces, la tercera opción es la que en mi opinión tiene más probabilidades de prevalecer. Raúl Castro sale adelante con sus reformas controladas y garantiza la continuidad de la revolución. Tiene puntos a favor para que eso suceda.
La situación económica interna es tan difícil que, en caso de fracasar, peor no vamos a estar. Pero si la gente ve comida en su despensa, libertad en su vida económica y una prosperidad relativa, le dará lo mismo quien sea el presidente.
Por tanto, si al café del desayuno le acompaña leche de vaca, Castro II podría salirse con la suya. Será una misión difícil para reactivar un sistema social que nunca ha funcionado.
Es aquí donde debe aparecer la oposición. Seria y madura. Con luz larga y mostrando un proyecto viable. No necesariamente debe ser un grupo unido. Podrían hacer énfasis en las coincidencias, no en las discrepancias.
La disidencia puede y debe reformarse también. De lo contrario, en 2059 algún periodista independiente cubano firmará desde La Habana una crónica sobre los festejos del centenario de la revolución.
Iván García
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