Hace más de un año, el diario El Mundo me pidió una crónica sobre las Damas de Blanco. Con sus protestas callejeras, las mujeres que encabezaba Laura Pollán, gladiolos en mano, estaban arrinconando al régimen.
En febrero de 2010, tras una huelga de hambre de 86 días, había fallecido el preso político Orlando Zapata Tamayo. La calle estaba caliente. Cada semana, las Damas de Blanco comenzaron a caminar por diferentes barrios de La Habana. Sus caminatas generalmente culminaban en una misa dentro de una iglesia al grito de Zapata Vive.
Aquel día de marzo, pasada las 4 de la tarde llegué a casa de Laura Pollán, en la calle Neptuno número 963, en pleno centro de la capital. Pollán era la esposa del preso de conciencia Héctor Maseda, uno de los 75 disidentes pacíficos encarcelados por el gobierno de Fidel Castro en la primavera del 2003 y excarcelado en febrero de este año.
La pequeña y calurosa sala de Laura estaba repleta. “Hoy tenemos preparado una marcha”, en voz baja me dijo Laura. ¿Dónde?, le pregunté. “El destino siempre lo informo mientras vamos marchando”, me respondió.
Ésa era la única medida de seguridad que solían tomar para que la policía política no abortara las caminatas previstas. “Sabemos que tienen controlados los teléfonos, y es probable que tengan algún agente cerca del grupo, es una regla de protección que solemos usar y ha funcionado”, me confesaba Pollán en pleno ajetreo en la reducida cocina, mientras preparaba té y café para las damas que parloteaban y reían distendidas, esperando la hora cero.
Laura era la portavoz y líder de las Damas de Blanco, Premio Sajarov del Parlamento Europeo en 2005. Aquella tarde, más de 70 mujeres, entre parientes de los presos y un grupo de mujeres de apoyo, se aprestaban a marchar bajo el fuego graneado de los insultos y los golpes de karate de ‘supuestos indignados’ leales a los Castro.
Ninguna de estas señoras tenían antecedentes de actividades antigubernamentales. Casi ninguna era disidente. Algunas trabajaban en una oficina, taller o fábrica y a la vez eran amas de casa. Y como todas las mujeres cubanas, su principal dolor de cabeza, era llevar cada día dos platos calientes a la mesa y atender a su familia.
Si alguien las empujó por el camino de las protestas públicas fue el régimen de los hermanos Castro. Y no lo lamentaban. Tras las rejas tenían a hijos, padres, hermanos, esposos… “No vamos a detenernos hasta que liberen a todos los presos políticos”, me contaba Laura Pollán, una rubia algo pasada de peso, de baja estatura y hablar pausado.
En la casa, antes de salir, el espía que vino de Isla de Pinos, Carlos Serpa Maceira, hacía entrevistas, tiraba fotos y pretendía llamar la atención con declaraciones fuera de lugar.
Entonces, Maceira era el “reportero” que cubría las actividades de las Damas de Blanco. Los servicios especiales tenían controlada a Pollán a toda hora. Con agentes al estilo de Maceira, escuchas telefónicas o cámaras indiscretas de ángulo ancho colocadas frente a su vivienda.
No más salir las mujeres a la calle, recuerdo que oficiales de la Seguridad del Estado vestidos de civil, en un santiamén convocaron a trabajadores de un centro laboral aledaño y en dos ómnibus del transporte público trasladaron a casi un centenar de policías.
La supuesta ‘espontaneidad’ del pueblo ofendido por las marchas de las Damas de Blanco no era tal. A los militantes de la Juventud y el Partido Comunista, de las tiendas y comercios cercanos a casa de Pollán los movilizaban de inmediato. También a empleados de ETECSA, en Águila y Dragones. Y por supuesto, no podían faltar, los abuelos iracundos de las asociaciones de combatientes.
Los linchamientos verbales y las golpizas están documentados con fotos y videos en innumerables sitios de internet. La parte triste de estos acosos programados es la festinada campaña de intimidación de ciertos periodistas y blogueros oficiales.
Días antes del sábado 24 de septiembre, uno de ellos lanzó en Twitter la etiqueta #hoynosalen. Esa mañana, se llegó al extremo de incitar al asesinato colectivo con cánticos como, “al machete que son pocas” o “apunten, preparen fuego”.
En la pachanga revolucionaria participaron estudiantes de Derecho de la Universidad de La Habana. Jóvenes que no se detuvieron a pensar que varias de estas mujeres tenían la edad de sus abuelas, como Laura, de 63 años.
Veinte días después del brutal acoso, Laura Pollán murió en un hospital habanero. Soy de los que piensa que en su organismo debió influir el contínuo estrés y los vejámenes a los que durante ocho años estuvo sometida esta valerosa mujer.
Cuando estaban en la cárcel, Laura gritaba Libertad en nombre de los presos políticos. Pero también gritaba Libertad en nombre de muchos cubanos que no tenemos el valor de salir a la calle a reclamar los derechos que el gobierno nos niega.
Si les queda algo de humanismo y dignidad, sus acosadores le deben una disculpa pública a la familia de Laura Pollán Toledo. De lo contrario, misión cumplida.
Iván García
Foto: AFP. A la fuerza, Laura Pollán es cargada para subirla a un ómnibus, el 17 de marzo de 2010. Ese día, ella y numerosas Damas de Blanco que caminaban por una calle de la barriada habanera de Párraga, con motivo del séptimo aniversario de la Primavera Negra, fueron violentamente agredidas por fuerzas policiales y paramilitares.
Leer también: Laura Pollán, la mujer más temida por el castrismo; Sin medias tintas y a lengua completa; Entrevista a Berta Soler; Laura sigue marchando con Cuba y Laura, la rebelión de los gladiolos.
Un comentario
Pingback: alquiler casas rurales en conil