Desde La Habana

Wifredo Lam saluda la libertad

Wifredo Lam saluda la libertad

Wifredo Lam saluda la libertad

Era un tipo extraño que nació en una ciudad del Caribe, en 1902, con España, China y África a los pies de la cama, en el mantel zurcido de la cocina y en las historias que le contaban su padre, el cantonés Lam-Yam y su madre, una mulata llamada Ana Serafina Castilla. Lo bautizaron en la Iglesia Católica con el nombre de Wifredo, sin ele, y después se buscó las contraseñas de caramelos y aguardiente para comunicarse con Orula y todas las deidades de la santería.

Así es que Wifredo Lam vivió hasta los 14 años en el mismo lugar en el que llegó al planeta Tierra, Sagua la Grande, en el norte de la Isla de Cuba, en la provincia central de Las Villas, y después se mudó para La Habana donde la pobreza permitía mayores disimulos y ya funcionaba la Academia Nacional de Bellas Artes de San Alejandro. Y allí fue que, de verdad, comenzó todo.

En 1924 viajó a España y cuatro años más tarde hizo su primera exposición individual en Madrid. Pintor, grabador, ceramista, escultor y dibujante, el cubano se convirtió en una figura universal por el poder de su talento para mezclar los trazos de las culturas que heredó y la experiencia de una vida compleja, intensa y comprometida con el arte y con su tiempo. Vivió casi toda su vida fuera del país donde nació, pero allá, sus amigos y la gente que lo quería en La Habana y en el territorio de su provincia natal, siempre lo estaban esperando.

Le querían contar los últimos cuentos de los bares y las barberías de Sagua la Grande, aunque ya Lam no conociera a los protagonistas ni le interesaran los chismes del pueblo, las traiciones amorosas y las broncas entre guajiros. Lo esperaba como cosa buena su compadre, el poeta Samuel Feijóo, que guardaba unas hojas blancas especiales para que Lam le pintara unos pájaros que salieran volando del papel y se fueran por las ventanas. Quería ver las aves volando hacia el campo donde las colonias de chinos llegaron a Sagua la Grande a cortar caña en el siglo XIX, y sembraron sus hortalizas y levantaron sus casas con cobijas de guano.

Se dice que mientras el pintor triunfaba en el mundo y su nombre crecía y se hacía universal y almorzaba con Pablo Picasso o cenaba con André Bretón, sus viejos compañeros provincianos hablaban de él como un vecino cercano que extrañaba su barrio y se volvía loco por regresar a escuchar las historias o a ponerse a pintar sobre un lienzo que tuviera de fondo un paisaje de lechugas, berros y zanahorias. Era mentira, pero ellos pensaban que así lo tenían cerca y no dejaban que se fuera definitivamente.

La realidad es que el Wifredo Lam que España podrá volver a ver y a tocar en una exposición especial en el Museo Reina Sofía de Madrid, es otro. Al menos, para el poeta de Martinica Aimé Césaire, el cubano fue el primer artista de las Antillas que supo saludar la libertad. «De ese modo, libre de todo escrúpulo estético, libre también de todo realismo y toda preocupación documental. Lam sostiene, magnífico, la cita grande y terrible con el bosque, con el pantano, con el monstruo, con la noche y las semillas voladoras, con la lluvia, la liana, el epifito, con la serpiente y el miedo, con el salto a la vida», escribió Césaire.

Raúl Rivero
El Mundo, 5 de abril de 2016.

Fotomontaje tomado de Diario las Américas. La exposición, organizada por el Centre Pompidou de París, pudo verse del 30 de septiembre de 2015 al 15 de febrero de 2016 en la capital francesa. En el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid estará del 5 de abril hasta el 15 de agosto. Posteriormente viajará a la Tate Modern de Londres, donde permanecerá del 14 de septiembre de 2016 al 8 de enero de 2017.

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