Viva Zapata

No sé qué dirán ahora los idólatras de los Castro, los incondicionales de la satrapía habanera, los tuertos de la mirada crítica, los que afirman, con razón, que Pinochet fue un criminal y, sin razón, que Fidel es un patriarca revolucionario.

Este modesto columnista sí dirá que la muerte del albañil y gasfitero Orlando Zapata Tamayo, muerte causada por una huelga de hambre de 85 días, es una vergüenza más para el estalinismo con palmeras que se instaló en Cuba a partir de los años 70.

Orlando Zapata Tamayo, de 42 años y miembro de la organización disidente Movimiento Alternativa Republicana  –que plantea, entre otras cosas, la difusión del democratizante Proyecto Varela-, fue enterrado a las 7 y 30 de la mañana del viernes 26 de febrero en Banes, provincia de Holguín, a unos 800 kilómetros al este de La Habana.

Hasta allí llegó la policía castrista con el cadáver de Zapata, un afrocubano que mantuvo su promesa de morir por la causa de la libertad desde que lo detuvieron, en el 2003, haciendo un ayuno público en contra del régimen.

No es que Zapata se haya suicidado, como dicen ahora los súbditos del castrismo. Zapata exigía ser tratado como un ser humano y denunció, más de una vez, las palizas de las que fue víctima por parte de los esbirros de la cárcel de Holguín.

Ha muerto convertido en puro hueso y pellejo después de una huelga de hambre que sólo al final, cuando ya era demasiado tarde, mereció atención médica en el hospital habanero Hermanos Almeijeiras. “Estuvo en los mejores hospitales, se hizo lo que se pudo”, llegó a decir Raúl Castro.

Este hombre valiente y martirizado sacó de quicio a los Castro –al fantasma que oficia de presidente y al caudillo tenaz que gobierna de verdad en las sombras- exigiendo dos cosas: 1) una cocina donde pudiera prepararse los alimentos –lo que lo eximiría de comer la bazofia que se reparte entre los acusados de delitos políticos-; y 2) la aceptación oficial de que se trataba –como de veras se trataba- de “un preso político”.

La cocina podían haberla negociado. Lo que el Ministerio del Interior jamás habría aceptado negociar era la naturaleza de su detención. Hoy, la canalla estalinista dice que Zapata también quería “un teléfono celular” (como si no supiéramos que en Cuba tener un celular es algo casi imposible aún para los que no están encarcelados) .

No, Zapata no quería un celular. Lo que exigió fue lo mismo que plantearon, en su tiempo, el comandante camagüeyano Huber Matos y el guerrillero Eloy Gutiérrez Menoyo, compañeros de la revolución antes de que ésta fuera secuestrada por los comunistas prosiberianos: ser tratados como lo que eran: disidentes en prisión, opositores activos que pagaban con la cárcel el mero hecho de discrepar.

Amnistía Internacional, que tanto ha hecho por denunciar a las dictaduras latinoamericanas de derecha, consideraba a Zapata Tamayo como “prisionero de conciencia”, algo que irritaba hasta la histeria a la Cuba de los Castro.

Pero Zapata era, sin duda, un prisionero de conciencia desde que, en el 2003 y en el marco de una represión brutal, fue por segunda vez detenido y condenado a tres años de prisión por oponerse abiertamente a la dictadura (la acusación formal implicó tres cargos: desacato, desorden público, desobediencia a la autoridad).

Lo que sucedió después pinta de cuerpo entero la barbarie castrista. Rebelde y harto, dispuesto a todos los desafíos, Zapata se fue ganando, desde diversas cárceles, nuevas y más severas condenas, las que llegaron a sumar 25 años y 6 meses de prisión.

De la cárcel de máxima seguridad de Guanajay, en La Habana, fue trasladado a uno de los más severos penales del régimen: la prisión de Taco Taco, en Pinar del Río. Fue allí donde empezó una de sus jornadas “irlandesas” de abstinencia alimentaria (es curioso que la cruel señora Thatcher se jactara, con la misma cara dura del castrismo, de jamás ceder “ante el chantaje”).

Tras la última de esas condenas, basadas en un Código Penal ideado por policías de la Seguridad del Estado, Zapata empezó la que sería su última temeridad. “Estaba desesperado, dispuesto a todo”, ha dicho uno de sus familiares. En plena huelga de hambre, debilitado al extremo, fue golpeado por la policía de la prisión, tal como lo denunció a comienzos de enero del 2010, desde la televisión madrileña, el famoso desafecto Oswaldo Payá.

Banes, el pueblito donde nació y donde ha sido enterrado, estuvo tomado por la policía política de Castro 48 horas antes. Hubo unas 30 detenciones previas, según denunció el presidente de la Comisión de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, Elizardo Sánchez, y los corresponsales extranjeros fueron advertidos por el gobierno de que “mejor desistieran de viajar a Banes”, tal como apunta el representante del diario El País en la isla, Mauricio Vicent.

Zapata ha muerto mientras en la isla se paseaba y firmaba acuerdos el presidente brasileño Luis Ignacio Lula da Silva.

Lula ha alcanzado a lamentar la muerte de Zapata. Raúl Castro, que estaba a su costado, ha llegado a lo más hondo de su propia miseria moral y ha afirmado lo siguiente: “Lamentablemente, en esta confrontación que tenemos con Estados Unidos hemos perdido a miles de cubanos. El día que los Estados Unidos decidan convivir en paz con nosotros se van a acabar todos esos problemas…”

Antes de dejar el cuerpo de su hijo en el cementerio de La Güira, la señora Reina Luisa Tamayo Danger, fuera de sí y arriesgando futuras represalias dijo:

“No le admito a Raúl Castro mensajes para esta madre porque ellos asesinaron premeditadamente a Orlando Zapata Tamayo… Mi hijo lleva impregnado en su cuerpo los golpes, las torturas, las tonfas y lo negro de la golpiza efectuada en Holguín… Esta madre dice: Raúl, Fidel: no me digan nada. Quisiera hablar de frente con ellos para decirles: cínicos, descarados, me mataron a mi hijo…”

La Cuba de Batista era un casino sórdido financiado por los Estados Unidos.

La Cuba de los Castro ya no es el lagarto verde con ojos de piedra y agua de Nicolás Guillén: es una gran prisión.

La Cuba de Martí era una Cuba libre.

Me quedo con la Cuba de Martí. Seguiré luchando por ella.

César Hildebrandt

Diario La Primera, Perú

Foto: Laritza Diversent

Sobre admin

Periodista oficial primero (1974-94) e independiente a partir de 1995. Desde noviembre de 2003 vive en Lucerna, Suiza. Todos los días, a primera hora, lee la prensa online. No se pierde los telediarios ni las grandes coberturas informativas por TVE, CNN International y BBC World. Se mantiene al tanto de la actualidad suiza a través de Swissinfo, el canal SF-1 y la Radio Svizzera, que trasmite en italiano las 24 horas. Le gusta escuchar música cubana, brasileña y americana. Lo último leído han sido los dos libros de Barack Obama. Email: taniaquintero3@hotmail.com

Un comentario

  1. Señor César: me había prometido no volver a cometar ningún glog, por unas razones que callo («esa es otra historia», como decía Jack Lemmon en Irma la dulce) pero su artículo ha podido más que mi intención. Le aplaudo,a pesar de no compartir la totalidad de la información. Le aplaudo por el tono, el estilo, la viveza y riqueza de su expresión. No comprenderé jamás por qué
    blogs de categoría literaria e intelectual -caso del suyo- apenas son comentados, mientras que
    otros (bueno: habría que decir «otro», en singular,reciben miles de comentarios).Tengo mi opinión al respecto… No desespero, debe ser que «los caminos de Dios son inexcrutables». Seguiré leyendo blogs como este,tanto de Tania, como de las personas a las que ella brinda la posibilidad de expresarse.Un cordial saludo y espero poder leerle en breve.
    .

Comentar

Su dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos necesarios están marcados *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

x

Check Also

Los cien días de Díaz-Canel

Los cien días de Díaz-Canel

Tras alentar la salida de la isla hacia Estados Unidos en cualquier tipo de embarcación imaginable para aplacar los disturbios del verano caliente de 1994 que desembocaron en el llamado “Maleconazo” de La Habana, Fidel Castro ordenó de inmediato mejorar en lo posible la vida de los residentes del barrio de Cayo Hueso, en pleno Centro Habana, que habían engrosado por centenares las filas de las protestas populares, inéditas hasta entonces, contra su poder absoluto.