Desde La Habana

«Todas las noches oraba al Señor»

La doctora Oleyvis García, 38 años, está  convencida que Dios escuchó sus repetidas plegarias. “Todas las noches oraba al Señor, pidiéndole que liberara a mi esposo”, dice García, vestida con un short desteñido de mezclilla color azul cielo y una camiseta de la selección española de fútbol.

Oleyvis reside en un caserío polvoriento de calles a medio asfaltar. Su morada es en la parte alta de un consultorio médico. Nada del otro mundo. Muebles de madera barata en una sala estrecha y pintada de un color blanco opaco.

Hasta el 19 de marzo del 2003, allí también vivió su esposo, Pablo Pacheco Ávila, 40 años, periodista independiente. Ese día, once carros de patrullas de la policía y media docena de autos de la Seguridad del Estado allanaron su casa y detuvieron a Pacheco.

Hasta el sol de hoy. Pablo Pacheco lleva 7 años y 4 meses tras las rejas. Su delito, escribir sin mandato lo que él consideraba debía ser el futuro de Cuba. Ahora todo eso es historia antigua.

La presión internacional, la muerte de Orlando Zapata, las marchas de las Damas de Blanco, la huelga de hambre de Guillermo Fariñas y la mediación del canciller español Miguel Ángel Moratinos, la iglesia católica cubana y la buena voluntad del gobierno del General Raúl Castro, ha permitido que los 52 presos de la primavera negra sean puestos en libertad.

Pablo Pacheco será  de los primeros. Una tarde de sol rabioso y sin agua para bañarse en su galera, las autoridades del penal lo llamaron a una pequeña estancia. Tenía una llamada telefónica.

Al otro lado de la línea, con su voz neutra y cordial, estaba el cardenal Jaime Ortega. En pocos minutos, el Cardenal le dijo que si deseaba, podía marcharse con destino a España. Sin condiciones y con su familia.

Según Pacheco, la máxima figura de la iglesia en la isla, dejó bien claro que en cualquier caso podría regresar a su patria cuando así lo estimase. Pacheco estuvo de acuerdo en abandonar su país.

Ante todo pensaba en el futuro de su hijo Jimmy, de 12 años. Fue precisamente su hijo el que más había sufrido su injusto encierro. Oleyvis, la madre, siempre intentó ocultarle la verdad.

“Le decía que su padre estaba estudiando y trabajando, que pronto regresaría a casa”, cuenta Oleyvis. La mentira tiene piernas cortas. El chico intuyó que algo no andaba bien.

Cada tres meses cargaba junto a su madre una jaba inmensa de tela de saco, con provisiones que pesaban 10 kilos, para emprender un viaje de 350 kilómetros a la prisión de Agüica, en la provincia de Matanzas, donde al principio estuvo recluido Pacheco.

Una mañana, mirándole con sus ojos color café con leche, Jimmy le preguntó a su padre: «¿Papá, porque siempre estás rodeado de hombres vestidos de verde olivo?

Tenía 7 años. Pacheco supo que no debía mentirle. “Jimmy, tu padre está en prisión por querer un futuro mejor para todos los cubanos. Mi hijo, la cárcel no es una deshonra cuando se está preso por un motivo justo”, le dijo Pablo, mientras le ponía ejemplos de patriotas insignes que estuvieron encarcelados, como José Martí.

“Si es así, Papá, yo estoy orgulloso de ti”, le respondió con voz firme. Jimmy creció sin los consejos de su padre. Deseaba contarle que la chica del último pupitre de su clase le sacaba los colores de la cara. Cuánto extrañaba no poder ir a la playa con él. Charlar de béisbol y fútbol, sus deportes favoritos. Subirse juntos a una mata de mango o ir a cazar codornices.

En estos siete largos años, Oleyvis fue madre y padre. En Cuba a la familia también le pasa factura la prisión de sus seres queridos. Los extensos viajes a la cárcel, la falta de dinero, la soledad y la tensión permanente sobre su futuro, ha envejecido prematuramente a la doctora García.

En el lado izquierdo de su cama hace tiempo hay un espacio vacío. Con los ojos húmedos, Oleyvis cree que Madrid será un buen lugar para rehacer su vida matrimonial y familiar.

Antes de despedirnos, nos pide que no dejemos de agradecer, en su nombre, a todas las personas que hicieron posible la excarcelación de su esposo. A los amigos y vecinos que siempre le dieron aliento y apoyo. Y a Dios, que escuchó sus plegarias.

Iván García y Lali Kazás

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