Digámosle Augusto. Un campesino de barriga prominente y amante de las rancheras mexicanas. Es dueño de una finca en la provincia Artemisa, 60 kilómetros al oeste de La Habana, donde siembra cebollas, ajos y hortalizas. Después de la comida, juega dominó y bebe ron añejo con sus tres hijos y un par de amigos. Esperan que caiga la noche para robar varios sacos de cebollas y hortalizas de su propia cosecha. ¿Y es negocio robarse a sí mismo?, le pregunto. “Acopio (empresa estatal perteneciente al Ministerio de la Agricultura) te aprieta tanto con los ridículos precios de compra que los ...
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