Desde La Habana

SOS para Baracoa, Maisí y Guantánamo

SOS para Baracoa, Maisí y Guantánamo

SOS para Baracoa, Maisí y Guantánamo

La calle posterior al estadio beisbolero Nguyen Van Troi, sede de los Indios del Guaso en la Serie Nacional, pide a gritos una capa de asfalto. Entre piedras y polvaredas, en una minúscula casa con techo a dos aguas, reside Rigoberto, jubilado de 84 años.

Cada mañana, el anciano se llega un puesto de venta ambulante en la Calle 4, a tomarse un café fuerte. “Y si tengo algún dinerito, me compro un pan con tortilla de tres pesos”, dice, sentado en un banco de granito del Parque José Martí, en el corazón de Guantánamo.

Nacido en la oriental ciudad, donde los minutos parecen horas y la gente mata el tiempo tramando el futuro fuera de su provincia, contando fábulas o charlando sobre deportes, varios ancianos aburridos hacen una pequeña cola frente a un quiosco para comprar el periódico Venceremos, gacetilla parecida al diario Granma, pero con más noticias de color.

Los amantes al béisbol están molestos porque su equipo no clasificó a la segunda ronda de la temporada nacional. “La tuvieron en la mano. Pero perdieron cuatros juegos al hilo. Otra decepción más. Como siempre. Ahora que no hay pelota, uno se entretiene hablando de los desastres que provocó el huracán en Baracoa y Maisí, de las novelas o tomando Planchao”, acota Rigoberto.

El Planchao, una cajita de cartón con vaso y medio de ron blanco, se vende como pan caliente en la ciudad de Guantánamo. Igual que las pizzas. En una calle transversal a la arteria principal, decenas de personas hacen cola para comprar pizzas y espaguetis.

El precio de las pizzas es caro para el bajo poder adquisitivo de los lugareños. Veinte pesos la de jamón y veinticinco las de jamón de pierna. “Son las mejores pizzas de Guantánamo. Es uno de los negocios particulares más exitosos”, señala Leandro, quien maneja un Lada de la era soviética que utiliza como taxi privado.

Los restaurantes en moneda dura están desiertos, a pesar que sus precios, en comparación con los de La Habana, son relativamente baratos. El lugar más chic de la ciudad es el lobby del Hotel Guantánamo.

De cuatro plantas, pintado de un amarillo que irrita la vista, el hotel tiene el estilo constructivo de las escuelas en el campo edificadas por la revolución de Fidel Castro. Allí acuden los bolsillos más boyantes de Guantánamo, a conectarse en el wifi del lobby mientras beben con calma cerveza nacional o importada, un diez por ciento más cara que en otros sitios.

En Guantánamo apenas hay turistas. En una cafetería a la entrada del pueblo, media docena de chicas jóvenes flirtean con los parroquianos para que les paguen una cerveza o una ración de pollo frito.

Pasada las once de las noche, en las calles guantanameras no se ve un alma. A pesar de la aparente tranquilidad, “hay una ola de robos. Lo mismo se roban una sábana que un short viejo tendido en el patio. Hace unos días, un ratero intentaba robar la turbina de mi edificio. Di la voz de alarma y por poco los vecinos linchan al ladrón”, cuenta Leandro.

A raíz del ciclón, las instituciones jurídicas están castigando con mano dura los actos delictivos. Un joven que trasegaba harina de una panadería fue sancionado a un año de prisión, informó el periódico Venceremos.

Pero donde la cosa está caliente es en los municipios alejados de la capital de provincia. Baracoa, donde el huracán destruyó el 90 por ciento de las casas y también los sembrados de coco, cacao y café, se ha convertido en el foco más mediático debido al secretismo estatal y la militarización en la Ciudad Primada.

Pero en Maisí el desastre fue mayor. De 600 casas, solo veinte quedan en pie. Y en La Llana, una zona apartada, de trece viviendas, solo sobrevivieron dos. Entre las que se perdieron está la de Dolores Matos, 87 años.

Luis Humberto, pariente de Matos, residente en la ciudad de Guantánamo, asegura que su tía “no tiene dinero para comprar los materiales de construcción ni a precios subsidiados. La comisión que reparte los materiales lo debe tener en cuenta. Hay miles de familias que no tienen ni donde caerse muertas. El Estado debiera sufragar los materiales de esas familias”.

A Fernando, hermano mayor de Rolando Rodríguez Lobaina, líder de la organización disidente Alianza Democrática Oriental, y director de Palenque Visión, una agencia que produce audiovisuales, la desgracia se ha cebado con su familia.

Recientemente, Fernando perdió una hija que residía en Madrid y enfermó de cáncer. A la semana de llegar a Baracoa, Matthew le arruinó su rancho. “He perdido por partida doble. Los daños del ciclón se pueden superar. La vida de mi hija jamás se va a recuperar”, dice con tristeza.

Considera que para volver a la normalidad en Baracoa se necesitan “diez o quince años, quizás más. Aquello está destrozado. No quedó una planta en pie. Los vecinos hacen cola para conseguir agua potable y la comida escasea o se vende a precios muy caros”, comenta Fernando, mientras recorre las tiendas de Guantánamo, para adquirir enseres básicos y levantar de nuevo su hogar.

Si algo positivo ha traído el huracán Matthew es una ola de solidaridad entre los cubanos. Todos los guantanameros consultados están de acuerdo que las zonas afectadas tienen máxima prioridad.

“Que todo el que pueda ayudar, que ayude. Que el gobierno y personas en el extranjero dejen de politizar las donaciones. Al final los que se joden son los que perdieron sus casas y sus cosas. Yo estoy dispuesto a donar de mi pensión, durante dos o tres meses, para ayudar a los damnificados”, indica el jubilado Rigoberto.
Como la mayoría de sus coterrános, él tiene muy poco que dar.

Iván García
Diario Las Américas, 17 de octubre de 2016.

Foto: Una de las muchas casas destruidas por el huracán Matthew en Baracoa, uno de los 10 municipios de la provincia Guantánamo, los otros son: Caimanera, El Salvador, Guantánamo (ciudad cabecera), Imías, Maisí, Manuel Tames, Niceto Pérez, San Antonio del Sur y Yateras.

Salir de la versión móvil