Desde La Habana

«Sólo quería huir de toda esa mierda»

Es el primer día de Mayra en la calle. Toda la familia está en casa. Alegres por su regreso. El ambiente es muy diferente al que ella dejó antes de ir a prisión. Ya sus padres no se inmutan cuando su hijo, de 11 años, intenta hacerlos reír con cuentos burlándose del comandante.

Su madre, de espalda, ríe el chiste del niño. Mayra está asombrada. Antes, sus padres vigilaban constantemente su vocabulario. Bajo ningún concepto, a ella le permitían hablar mal del comandante ni de la revolución. Molestos, le explicaban por qué debía estar eternamente agradecida: “Gracias a la revolución, tienes casa, estudias, no tienes que pagar cuando te enfermas”.

Sentada en el patio, respira aire fresco. Cierra los ojos y regresa nuevamente a su celda, ventanas tapiadas, aire húmedo y con un fuerte olor a excremento. Parpadea. Siente alivio. Sí, las cosas han cambiado en su hogar.

Sus padres ahora se quejan, de «lo mala que está la cosa». Uno a uno, cuentan los ‘chavitos’ (centavitos) en pesos cubanos convertibles, para ver si les alcanza para comprar una libra de aceite.

Mami ya cumplió 65 años. Está más gorda, desborda la silla que tiene frente a la máquina de coser. Se dedica a remendar y zurcir ropas para el vecindario. Papi está huesudo y con diez centímetros menos que hace cinco años. Le faltan dos días para cumplir 70 años. Es retirado de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Tiene una ‘chequera’ (jubilación) de 320 pesos (unos 13 dólares). Además, trabaja como sereno en una empresa cerca del domicilio. De vez en cuando, limpia patios de los vecinos y hace más dinero extra.

A Mayra le cuesta imaginar que una vez eufóricos fueron a la Plaza, en apoyo de la Revolución de Fidel Castro. Soñaban entonces con un paraíso donde no existirían las desigualdades sociales, ni la explotación del hombre por el hombre. Creían en la Constitución, y la obligaron a aprenderse de memoria el pensamiento de José Martí mencionado en el Preámbulo: «Yo quiero que la ley primera de nuestra Repúblicaa sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre».

Pero cuando en los 90 llegó el ‘período especial’,  fanáticos como sus padres perdieron los bríos. Fue cuando empezaron a decirle que hablara bajito, cuando ella se cagaba en la madre del que programaba esos apagones de hasta 12 horas, y a veces también en la madre del máximo líder. Ahora se hacen los sordomudos cuando su hijo les dice que su sueño es ser pelotero, para poder viajar, quedarse afuera y ganar mucho dinero.

Sueños como ése a ella la llevaron a “Doña Delicia”, un correccional para mujeres. Y a su mente vienen imágenes de cuando salía a ‘jinetear’ (prostituirse) a la Quinta Avenida, en Miramar. De policías, actas de advertencia, peligrosidad social y cinco años en prisión. Todo sucedió tan rápido, ¡por estúpida!

«Yo no mantengo a ningún machango”, le decía a los policías. Si les hubiese dado lo que ellos le pedían, por hacerse los de la vista gorda, no hubiera ido a la cárcel. «Pero no me dejé chantajear y me embarqué. ¿Quién iba a imaginar que me complicaría de esa manera? Por culpa de esa policía hija de puta, que a la fuerza intentó besarme, la muy asquerosa. No, no me arrepiento, si me volviera a suceder haría exactamente lo mismo. Total, la vida es una ruleta rusa».

A Mayra le parece estar viendo la cara de su padre en el juicio, la misma que ponía cuando su madre le rogaba que hiciera las paces con su otro hijo, su hermano, un ‘marielito’, como llaman a los más de cien mil cubanos que en 1980 se fueron de Cuba por el puerto del Mariel. «Nos estábamos muriendo de hambre, pero mi padre ni a palos perdía su orgullo. Hasta que Mami se enfermó de neuritis óptica y casi se muere. Ahora, con gusto, él recibe remesas de Miami, ‘el nido de los gusanos’. ¡Qué gracioso! Cuando entré en prisión, era el presidente del CDR, hace unos días renunció. Le llegó una carta de invitación, para visitar a su familia en las entrañas del monstruo», rememora en voz alta.

La vida gira y gira y Mayra se pregunta qué hubiese sido de ella si no se hubiese metido a ‘jinetera’. Tal vez fuese una borracha de cantina. De todas formas, aprendió que no importa el camino que tomes, si vas en busca de sueños poco probables. «Yo sólo quería huir de toda esta mierda. Por eso entiendo a mis padres, su silencio, su tristeza».

Para ellos, no fue fácil reconocer, después de tantos sacrificios, zafra de diez millones, trabajos voluntarios, guardias obreras, actos, reuniones, marchas combatientes, consignas e informes sobre la vida de otros, que los cubanos están peor que en 1959, cuando se inició todo. No es fácil aceptar que después de 51 años de socialismo, la promesa de que tendríamos un país perfecto para criar a nuestros hijos, haya sido una mentira.

Todavía en el patio, Mayra cierra los ojos. Sus cabellos sueltos bailan con el viento. Pasa suavemente su mano por la nuca, por el sol que tiene tatuado en su cuello. Suspira, mira a su alrededor. Y con un pañuelo seca sus lágrimas. Se levanta y regresa al interior de su casa. Es la anfitriona, tiene que estar con los suyos.

Laritza Diversent

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