Desde La Habana

¿Por qué la disidencia no es un referente para el cubano de a pie?

Mis vecinos piensan exactamente igual que muchos opositores. Están tan molestos con el gobierno de los hermanos Castro como cualquier disidente. No son pocas las noches que debo escuchar quejas y críticas subidas de tono hacia el régimen del General Raúl Castro.

Las causas de los disgustos son disímiles. Desde lo costoso de llevar comida a la mesa, salarios bajos, una absurda doble moneda, hasta precios por las nubes de productos básicos y corrupción en todos los niveles.

Por menos que eso, en Brasil la gente se tiró a la calle a protestar. En Cuba, la válvula de escape de las personas es la sala de su casa. No se cansan de murmurar y lamentar su mala suerte.

Cuando a trabajadores se les pregunta por qué no se sindicalizan de forma independiente o junto a las amas de casa salen a la calle a sonar cacerolas y quejarse así por la carestía de la vida, ponen caras de tontos y la respuesta invariablemente suele ser, “no soy un héroe” o “si otros lo hacen, yo me sumaría”.

«¿Por qué no se asocian a un grupo opositor?», pregunto. Ninguno confiesa tener miedo, prefieren decir que no desean poner en riesgo a su familia. Otros alegan que no confían en la disidencia. O que a ellos ningún opositor se les ha acercado con una propuesta.

Ése es un punto interesante. Es raro que en un barrio de La Habana -menciono la capital por ser donde resido- no viva un disidente. La mayoría de los opositores sufren las mismas carencias que los ciudadanos comunes. Incluso más, pues por lo general son acosados por los servicios especiales.

Mi apreciación es que la oposición no ha sabido aprovechar el evidente descontento popular para sumar adeptos. Viven enclaustrados en su propio mundo. El de las charlas, reuniones y debates entre ellos mismos y ahora, viajes al extranjero. Sus proyectos no son conocidos dentro de Cuba. El cubano de a pie ni siquiera se entera de qué va la disidencia.

Mientras, la gente sigue disgustada  por el ineficiente servicio del transporte público. A diario se queja de la mala calidad del pan. Ve como los contenedores se desbordan de basura sin que pasen los camiones a recogerla. Y cada noche observa cómo las calles de su municipio se convierten en ríos, por los salideros de agua.

No creo que los periodistas oficiales defensores a ultranza del régimen, desconozcan que sus vecinos están irritados por el retroceso cualitativo de la educación pública. O la poca profesionalidad de muchos médicos.

Ocho de cada diez personas con las que hablo  en la calle no apoya al régimen de Castro. La oposición nunca ha sabido capitalizar ese enojo. Está más preocupada en dar a conocer sus propuestas fuera de las fronteras de la isla.

Debido al acoso, los agentes secretos infiltrados  y su misión de dividir, la Seguridad del Estado les dificulta su labor. Los medios del régimen nunca le han dado espacio a la disidencia para que den  a conocer sus puntos de vista. Y no lo harán. Por tanto, ese espacio hay que ganárselo a pulso.

La labor de un partido opositor es captar miembros. Creo que no es demasiado difícil encontrar en calles y parques, en las colas y paradas de ómnibus, a hombres y mujeres dispuestos a escucharlos. La disidencia debiera hacer trabajo comunitario, enfocarse más en los problemas de su barrio, de sus vecinos, aliados naturales.

Cierto que alistar a gente escéptica con la política no es tarea fácil. Los políticos no están de moda. Y muchos indignados ven también a la oposición como una ‘banda de vividores y oportunistas’.

Es el mensaje que el gobierno lleva años enviando. Desmontarlo no es simple. Y el comportamiento de ciertos disidentes tampoco ayuda. Algunos se enrolan en la oposición para  ganarse el estatus de refugiado político y marcharse a Estados Unidos.

Existe una disidencia golondrina. Y no falta quienes combaten con sus ideas al régimen y son narcisistas de libro. Los proyectos políticos son válidos si parten de grupos, no de personas.

En determinados disidentes se nota una tendencia preocupante: los proyectos de los otros no cuentan. O sí. Para descalificarlos. Usan  las mismas armas que el gobierno: conmigo todo, fuera de mí, nada.

Las calumnias y descalificaciones entre ellos son frecuentes. Cuando alguien no comparte sus opiniones, lo primero que sueltan es “fulano es agente de la seguridad”. Sin aportar pruebas.

Es la manera más rápida de etiquetar a un adversario de criterios. Por esa vía no se sacará nada en limpio. Es el régimen quien gana puntos teniendo todo el tiempo a los disidentes peleando entre sí.

La oposición se asemeja a una pasarela de vanidades. Y siento decirlo. Pero cada vez que acudo a un evento o converso con algunos opositores, me dejan un mal sabor de boca.

Si hasta el momento no han sido un referente válido entre los cubanos de a pie, en parte, es culpa suya. Por encima de egos y protagonismos está el futuro de Cuba. Se debiera cambiar de táctica. La autocracia criolla, mientras tanto, hace lo suyo. Y traza sus estrategias intentando colonizar a la disidencia.

Mis vecinos quieren un cambio de gobierno y de sistema. Han crecido en un manicomio ideológico que no es capaz de producir un vaso de leche para el desayuno o elaborar con calidad un par de zapatos. No confían en los hermanos Castro.

Tampoco en los disidentes. La oposición cubana ha hecho muy poco para ganárselos.

Iván García

Foto: Una de las tantas colas que cada día hacen los cubanos.Tomada del blog de Tania Quintero.

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