Su amistad es una versión patética (por su trasfondo político y su entorno machista-leninista) de aquellos grandes amores prohibidos por familias, grupos sociales o religiosos. El acercamiento tiene el signo de los amantes que sufren y se ven obligados a comunicarse con esquelas urgentes y ardorosas que se dejan en los bancos de los parques o debajo de enormes flamboyanes.
Y es que la trayectoria escandalosa de Chávez y su cercanía con Humala mandó al peruano al garete en las elecciones de 2006, y le dio el triunfo a su adversario Alan García. Era otro momento en el mundo y en el continente. El ex comandante, golpista frustrado como el venezolano, tuvo que irse a vestuarios, a maquillaje, para regresar al proceso electoral de 2011 con una sonrisa Colgate y con la promesa de que no le entregará el país a su viejo compañero de armas y espejismos.
Muchos peruanos no le han creído. Otros han hecho como que le creen para poder dormir unas horas la noche del día que le den su voto. Y un grupo de técnicos y expertos -muy alerta e informados- han dejado de percibir las cananas cruzadas en el pecho de Humala y se disponen a colocarle un poco más de gomina en el pelo y esmalte en las uñas para corregir cualquier defecto del disfraz.
El hombre que recibe esquelas de Chávez y otros envíos secretos menos espirituales que le ayudan a sufragar su campaña electoral se muestra hoy cepillado y moderno, como alternativa a Keiko Fujimori, en el otro extremo y heredera de una dictadura con cementerio privado.
Comienzan a aparecer las corrientes de odio, las posiciones radicales. Algunos ejecutivos de medios periodísticos, atemorizados porque Humala pueda instalar un régimen totalitario, han actuado como totalitarios al expulsar a profesionales honestos negados a aplaudir a la señora Fujimori. Todo esto sin que se le haya ladeado aún la careta al candidato.
La telenovela sobre los tormentos de la distancia entre Humala y Hugo Chávez tiene escrito ya el capítulo del reencuentro.
Raúl Rivero, El Mundo