Desde La Habana

Pagadores de promesas

Ya vienen llegando y se hacen notar. Cae la tarde en Santiago de las Vegas, un poblado al sur de La Habana, con casas bajas y callejuelas polvorientas.  Seguidores de San Lázaro se arrastran por el asfalto, vestidos con ropas confeccionadas de sacos de yute y arrastrando piedras enormes.

Les antecede una persona con un ramo de hojas secas, haciendo un gesto como si limpiase la vía. En una carretilla de madera tosca, una imagen de buen tamaño del santo de los leprosos. Y una hucha para que los curiosos depositen alguna calderilla.

Son los pagadores de promesas. Gente que sienten le deben su vida o felicidad al santo milagroso. Sobran anécdotas. Una señora gorda hace un acto en el camino. Viene arrastrándose desde una barriada de Marianao hasta el Rincón, donde radica la iglesia dedicada a rendir culto a San Lázaro.

La mujer recorrió más de 15 kilometros. Según cuenta, estaba condenada a morir a consecuencia de un cáncer. Se encomendó “al viejo Lázaro”-como se le conoce en Cuba- y el cáncer se esfumó.

Desde ese momento, prometió que todos los 16 de diciembre iría de rodillas a ofrecer su tributo al santo. Y hoy es el día. Hace un frío que pela.

Durante la semana en esa zona, el termométro descendió a 7 grados. Una temperatura inusual en Cuba. Si usted le suma la elevada humedad, la una sensación térmica es de 1 grado o menos. Pero a los pagadores de promesa no los detiene ni el frío ni las distancias. Ubaldo viene desde Bayamo, localidad a más de 800 kilómetros de La Habana.

Al llegar junto con unos parientes a la terminal de trenes, en la parte vieja de la ciudad, armó una gran carreta de cuatro ruedas. Encima colocó una efigie deslumbrante del santo. Se puso un short de saco y sin camisa, a riesgo de pescar una neumonía, empezó arrastrarse hasta el Rincón.

A ratos se detiene y toma un trago amplio de ron barato. La gente lo anima. Uno de sus hijos dice que el viejo había sufrido una parálisis en sus piernas. Los médicos le aseguraron que no volvería a caminar. Ubaldo fue a la parroquia de la Virgen de La Caridad, en el Cobre, Santiago de Cuba. Allí, mientras hacía sus súplicas, un beato lo encomendó a San Lázaro. «A los pocos meses mi padre corría».

Desde entonces, todos los años hace el peregrinaje desde Bayamo hasta el Rincón. En el camino de San Lázaro usted siempre escuchará historias milagrosas. Los ateos, que van por snobismo o curiosidad, no se tragan todas las leyendas escuchadas en el recorrido. Es de admirar ver a tantas personas, muchos de ellos ancianos, haciendo un notable esfuerzo físico para cumplir sus promesas.

Miles de cubanos acuden de forma espontánea a la cita con San Lázaro. Llegan a Santiago de Las Vegas, y por una angosta calzada oscura por algo más de un kilómetro, se dirigen a pie hasta el templo. Por el camino venden caldosa, un caldo confeccionado a base de hortalizas y cabeza de cerdo. También tamales de maíz en hoja, pan con lechón y chocolate caliente.

El gobierno no se inmiscuye. Tampoco la alienta. Los medios oficiales no le dan publicidad. Ni invitan a los seguidores a que concurran a la parroquia. Aunque intenta aparentar lo contrario, el Estado no comulga con la iglesia. Eso sí, refuerza el transporte público y habilita un tren a las tres de la madrugada, para facilitar el regreso a casa.

No siempre fue así. Romelio lleva treinta años acudiendo al Rincón. “En aquella época, teníamos que agenciárnosla como pudiéramos. La policía estaba siempre en alerta y nos miraba con cara de perro”, dice sentado en el asfalto, después de haber caminado de rodillas un largo tramo.

Como manda la tradición, los pagadores de promesas se apuran para llegar antes de las 12 de la noche al santuario, depositar sus contribuciones y escuchar la misa del párroco. Afuera, una concentración de peregrinos canta y se calienta con buches de ron de un pomo plástico que se pasan entre sí. Cada vez que llega alguien arrastrándose, le abren una senda, le gritan y los aplauden como un maratonista al llegar a la meta.

Sudorosos a pesar del frío, los pagadores de promesas se tiran bocarriba casi sin aliento. No es para menos. Ya cumplieron con San Lázaro.

Iván García

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