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No todo lo que brilla es oro

El martes 13 de julio, al día siguiente del apoteósico recibimiento que Madrid le dio a la selección de fútbol, ganadora del Mundial en Sudáfrica, en dos vuelos aterrizaban los primeros siete presos políticos excarcelados y deportados a España.

El miércoles 14 llegaban otros dos y en el transcurso de la semana, se espera la llegada del resto que ha aceptado la expatriación a «un país con un historial como receptor de refugiados políticos no precisamente ejemplar», según el exprisionero Pedro Pablo Álvarez Ramos, actualmente residiendo en Estados Unidos, luego de una estancia de dos años en Madrid.

Los presos y familiares que aceptaron viajar gratuitamente a la madre patria y, además, con la categoría de emigrante y no la de refugiado político, no imaginaban que estaban mudándose de una isla-cárcel a una península, donde sí, es verdad, hay democracia y libertad de expresión, pero con una grave crisis económica y un paro del 20%.

Todo eso lo sabe el canciller Moratinos y también, el general Raúl Castro y el Ministerio del Interior, artífices de esas movidas de fichas. Y por supuesto, el cardenal Jaime Ortega y la jerarquía católica.  Quienes no lo sabían, y exprofeso no se lo dijeron, eran los presos y sus familias.

Por eso todo lo han hecho de prisa, manteniéndolos aislados, impidiéndoles que puedan informarse y asesorarse con algunos de los abogados independientes que hay en la disidencia. O con Elizardo Sánchez Santacruz y su Comisión de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional.

El problema fundamental no es que los hayan llevado a un hostal en Vallecas, en las afueras de Madrid. El problema es la desinformación, que no les sentaron y dijeron la verdad. Ni las autoridades cubanas, militares o eclesiásticas, ni los diplomáticos españoles, presionados por cumplir al pie de la letra la hoja de ruta trazada por Moratinos.

Apenas han transcurrido 48 horas de la llegada del primer grupo a Madrid y en la prensa online se leen quejas de los cubanos sobre las condiciones en el hostal. Y comentarios de los lectores: «¡Hombre! Yo creo que están mejor que en una cárcel cubana. Además, deberían estar agradecidos. ¿Que quieren? ¿Una suite en el Ritz? No olviden que todo esto lo pagamos los españoles».

Una buena noticia ha sido que un funcionario del Ministerio del Interior los visitó en la tarde del miércoles 14, y les explicó que quienes así lo deseen, en lugar del status que ahora tienen de «inmigrantes con protección subsidiaria», pueden solicitar el de asilados políticos. Otra gestión que deben tratar de hacer lo antes posible, es solicitar atención médica para los que se encuentran peor, como Antonio Villarreal Acosta, cuyo estado de

salud física y mental es muy delicado.

Cuando en julio de 2003 la embajada suiza en La Habana me notificó el asilo político, el diplomático que me recibió no me doró la píldora. Me dijo que al principio, la estancia de mi hija, mi nieta y mía no iba a ser color de rosa. Y no lo fue.

Llegamos en invierno, el 26 de noviembre de 2003. Yo acababa de cumplir 61 años, mi hija 39 y mi nieta 9. Pasamos tres meses durísimos, en centros para solicitantes de asilo, conviviendo con africanos, árabes, musulmanes y exyugoslavos, entre otras nacionalidades. Cada familia tenía un cuarto, el baño y la cocina eran colectivos. Todos los días teníamos que limpiar las áreas asignadas, según una lista que hacían.

A cada una nos daban el equivalente a 23 francos suizos (17 euros al cambio actual) diarios, pago que hacían dos veces al mes. El dinero alcanzaba para comprar los alimentos que nosotras mismas teníamos que cocinar y artículos de aseo, porque en Suiza todo es más caro que en España. Pero no para comprar tarjetas para llamar a Cuba o irnos a tomar un chocolate caliente. En una tienda de Caritas nos dieron una muda de ropa y calzado invernal, el resto, regalada, de uso, que todavía mi hija y yo nos seguimos poniendo.

En tres meses estuvimos en tres centros: Kreuzlingen, una especie de cárcel, por su cercanía a la frontera con Alemania (allí no había inodoros, eran agujeros turcos, había que ducharse en un horario, varias mujeres a la vez, sin privacidad); Sonnenberg, vieja mansión, en las afueras de Lucerna, y Ritahaus, edificio que una vez fue de las monjas y durante un tiempo acogió a mujeres con niños procedentes de Angola, Congo, Camerún, Somalia, Etiopía, Eritrea, Turquía, Irak…

Para mí como periodista fue una gran experiencia. También para mi hija y mi nieta. Ellas, como yo, aprendimos que las personas pueden tener costumbres muy distintas, pero que no hay nada más parecido a un ser humano que otro ser humano. Aunque se profese otra religión, se vista diferente, se coma con las manos o se hablen dialectos.

Calefacción adentro, todo cubierto de nieve afuera. Sin celular ni internet y dependiendo de que algún amigo suizo nos hiciera el favor de telefonear o hacernos llegar una carta a La Habana. Viendo sólo canales de televisión en alemán, francés e italiano, los tres idiomas oficiales, en un gran salón.

Suiza ha tenido refugiados muy famosos, como Albert Einstein. Y ninguno, incluido el creador de la Teoria de la Relatividad, vivió un «exilio dorado».

Puedo imaginar lo que están pasando estos compatriotas y sus familias, porque lo pasé y sé cuán duro es. Mucho más en sus casos, que prácticamente salieron de la cárcel para el destierro. Pero deben sobreponerse y tratar de ver más allá de las dificultades iniciales, que suelen ser muy difíciles para todos los recién llegados a un país extraño.

En España tienen la ventaja del idioma. Nosotras tuvimos que aprender alemán, el idioma de Lucerna, el cantón a donde nos destinaron. Han llegado en verano, en invierno todo hubiera sido más complicado. Pueden ponerse en contacto con la prensa e informar de sus situaciones.

Las leyes suizas de asilo son más estrictas que las españolas. Por ello no pude hablar con periodistas hasta después del 20 de enero de 2004, cuando recibí la carta de la Oficina Federal de Refugiados, en Berna, confirmando el asilo político. La primera entrevista apareció en el Luzerner Zeitung, el 13 de febrero de 2004, bajo el título Flucht vor Fidels Terror (Escapando del terror de Fidel).

Los que decidan quedarse a vivir en España, deben tratar de integrarse, matricular a los niños en la escuela, asistir a los cursos que sean necesarios y aceptar el primer empleo que se les presente. Y quienes finalmente opten por viajar a Estados Unidos u otro país, empezar ya las gestiones.

Sea en España o en la nación que elijan, estar conscientes de que la crisis económica no es propaganda del Granma, es real. Y los avales de lucha por la libertad se tienen en cuenta para premios, actos, conferencias. No para el día a día.

A no ser los menores y los ancianos, uno

tiene que estar dispuesto a ‘morder el cordobán’.

El capitalismo no es sólo luces, autos y tiendas llenas de comida, tenis, perfumes y el último grito de la tecnología. Hay de todo, por la libre. Sin libreta de racionamiento. Pero para conseguirlo, tienes que trabajar mucho, esforzarte, sacrificarte, ahorrar…

Y no esa imagen que algunos tienen en Cuba: que das una patada y de un árbol te cae dinero.

Tania Quintero

Foto: Copia de entrevista publicada en el Luzerner Zeitung, el 13 de febrero de 2004.

Sobre admin

Periodista oficial primero (1974-94) e independiente a partir de 1995. Desde noviembre de 2003 vive en Lucerna, Suiza. Todos los días, a primera hora, lee la prensa online. No se pierde los telediarios ni las grandes coberturas informativas por TVE, CNN International y BBC World. Se mantiene al tanto de la actualidad suiza a través de Swissinfo, el canal SF-1 y la Radio Svizzera, que trasmite en italiano las 24 horas. Le gusta escuchar música cubana, brasileña y americana. Lo último leído han sido los dos libros de Barack Obama. Email: taniaquintero3@hotmail.com

Un comentario

  1. Todo lo opuesto es en EEUU,aqui los cubanos nos sentimos como en casa,se progresa con relativa facilidad, no son los paises lo que determina el grado de superacion, son las leyes que rigen,y aqui se levanta hasta el gato, hagas lo que hagas, eso si ,hay que trabajar y mucho.

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