Desde La Habana

Negocios privados y recelos florecen en Cuba

Ya se ven cientos de tenderetes vendiendo discos compactos de audios y videos. Señoras bondadosas y calmadas que ofertan una amplia gama de artículos religiosos y, en cualquier portal habanero, de un día para otro, surge una cafetería de alimentos ligeros.

Cuando en octubre de 2010 se autorización la ampliación del trabajo por cuenta propia, la gente se tomó su tiempo.

Existían -y existen- dudas, por los típicos vaivenes de las políticas ortodoxas del gobierno de los hermanos Castro, que cuando tienen la soga apretándoles el cuello abren la mano, pero al respirar un poco de oxígeno político y económico, persiguen con rigor a las personas que hacen negocios privados.

No es historia antigua. En 1994, Fidel Castro autorizó a regañadientes el trabajo por cuenta propia, siguiendo algunos consejos que discretamente al oído le sopló el consejero español Carlos Solchaga, enviado con premura por Felipe González para detener la caída meteórica de una economía que había perdido un 35% de su producto interno bruto. Entonces en la isla surgieron miles de pequeños negocios particulares.

Fue la tabla de salvación para que Cuba no entrase de golpe en la edad de las cavernas. Baste recordar que en los años 90, los apagones eran de 12 horas diarias. Debido a la desnutrición afloraron enfermedades exóticas como la neuropatía óptica y el beriberi.

Por esa fecha, un dólar se cambiaba por 120 pesos. Una cajetilla de cigarros costaba 100 pesos. Una libra de arroz 80 pesos o más. Un aguacate llegó a costar 120. Y 150 una botella de ron infame, para emborracharte y olvidar las penurias, 150 pesos.

Eran años duros, de hambre real, donde mucha gente perdió una buena cantidad de kilos y hasta los dientes. Para detener la inminente hambruna, junto a estrategas militares, el Estado diseñó la opción cero. Gigantesca ollas, donde camiones con guardias armados repartirían raciones por cada cuadra.

La sangre no llegó al río. Gracias, entre otros factores, a la estampida de 120 mil personas que se tiraron al mar en 1994, después de haber provocado el 5 de agosto una sonada protesta popular para que se autorizara el éxodo, lo cual permitió quitarle presión a una olla a punto de explotar.

El otro factor fue la apertura del trabajo por cuenta propia. Gradualmente, desde 1994 hasta el año 2000, casi 200 mil trabajadores sacaron licencias y brotaron negocios de todo tipo. Desde abrir una ‘paladar’ (restaurante privado) de calibre como La Guarida, donde en 1999 cenó Doña Sofía, la reina de España, hasta rescatar oficios menores y necesarios como coger ponches, reparar calzado o alquilar trajes para fiestas de quince y bodas.

También fue determinante el surgimiento de más de 200 negocios con capital mixto. Esos bolsones de capitalismo permitieron la llegada de nuevas tecnologías y métodos novedosos de contabilidad y administración de empresas.

Lo más significativo, que permitió ese florecimiento, fue la legalización de dólar estadounidense, en julio de 1993. Cada año, por concepto de remesas el gobierno ingresa a sus arcas más de mil millones de dólares, convirtiéndose en la primera industria del país en términos de beneficios. Las remesas, junto con el impulso del turismo, permitieron a Fidel Castro salir a flote.

Otra tabla de salvación fue la aparición de un personaje importante para Cuba: Hugo Chávez. El comandante bolivariano se convirtió en una bendición para Castro. Por concepto de trueque, petróleo por médicos o entrenadores deportivos, a precio de saldo vendió oro negro a la isla.

Eso permitió al viejo guerrillero volver a fantasear con la revolución latinoamericana y la caída del ‘imperio yanqui’. A la orquesta roja se sumaron Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega y, a una distancia prudencial, Lula da Silva. Ya para esa fecha, Castro no necesitaba de tipos emprendedores que hicieran plata por su cuenta.

Vivir sin la tutela del Estado crea un espíritu de libertad política y económica muy preocupante en las esferas del poder. Cientos de controles, sanciones y aumento desmedido de impuestos fueron establecidos para desalentar el trabajo por cuenta propia.

Y se logró. Para 2008, el número de cuentapropistas había disminuído a 50 mil. Castro I cometió un  error de cálculo. Antes de ceder el poder a su hermano, en 2006, no supo discernir que a pesar del petróleo venezolano y la entente con sus compañeros revolucionarios de América Latina, la crisis económica cubana aún no había salido del pantano debido a un sistema que apenas funciona.

Encima, los números de los expertos no eran confiables. En apariencia, la economía cubana crecía por año como un tigre asiático. Y Castro pensó que había ganado la batalla. Mandó de vuelta a casa a un grupo de inversores extranjeros e intentó recuperar el poder monolítico que siempre le ha gustado ejercer.

Pero las cifras mentían. Cuba naufragaba y la crisis mundial que hizo su aparición en 2009 lo puso en evidencia. Ahora el general Raúl Castro debe hacer  de bombero y a la vez intentar establecer nuevas reglas de juego. Enamorar a los capitalistas desconfiados, con unas leyes para inversiones atrasadas que no ofrecen suficientes garantías. Perder dinero no es grato en tiempos de aprietos.

Volver a abrir el puño y permitir que la gente se las agenciara como pudiera era una necesidad para amortiguar el mazazo de más de un millón de trabajadores enviados al paro. Muchos cubanos de a pie estaban recelosos. En un principio midieron sus pasos. Ante la necesidad perentoria de hacer caja e intentar vivir mejor, se han lanzado al ruedo.

Los dueños de paladares, los que rentan habitaciones y los choferes particulares, entre otros, se quejan de los abusivos impuestos. Pero saben que siempre será mejor progresar por su cuenta que trabajarle al gobierno por un salario ridículo.

Al auxilio del trabajo particular han venido los parientes en el exterior, sobre todo en Estados Unidos. La mayor parte de los dueños de las nuevas paladares han recibido ayuda monetaria de sus familias en otros países para poder abrir un negocio que requiere una inversión mínima de 5 mil dólares.

En este invierno tenue de 2011 en Cuba, los que invierten en pequeñas empresas particulares siguen teniendo dudas y temores de cómo reaccionará el gobierno cuando ellos comiencen a hacer dinero.

Esperan que Raúl Castro sea diferente al hermano.

De no serlo, rezan para recuperar la plata invertida antes de que el General se decida a cambiar de política. Es como un ratón esquivando al gato.

Iván García

Foto: EFE. Un cubano vende copias «quemadas» (piratas) de CD y DVD en una calle de La Habana.

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