Un grupo de obreros con overoles azules y enguatadas empercudidas colocan vallas a cada costado de la escalinata universitaria. para poner a punto la Marcha de las Antorchas que pasada las 9 de la noche del lunes 28 de enero comenzará su recorrido hasta la Fragua Martiana en conmemoración del 166 aniversario del natalicio del Apóstol.
Daniel, mecánico automotriz, que hace cola frente a la Universidad para abordar el ómnibus P-6 rumbo al barrio de La Víbora, dice: “De tranca está gente (el régimen). La Habana se derrumba y ellos armando actos políticos. Debieran posponer esa marcha, por respeto a los cuatro cubanos que fallecieron por culpa del tornado”.
Las personas que esperan el ómnibus cuando escuchan sus palabras, comienzan a hablar sobre el fenómeno meteorológico que acaba de azotar los municipios habaneros de Diez de Octubre, San Miguel del Padrón y Regla.
“Yo estaba ayudando a mi hijo a tirar una placa para hacer una barbacoa en el interior de su casa. Estábamos tirando mezcla y tomando ron a las dos manos. Cuando terminamos, pasada las ocho de la noche, siento un viento feroz, soplaba más fuerte que un ciclón categoría cinco. Me asomé a la calle y el cielo estaba teñido de color naranja. El aullido del viento aumentaba, parecía un avión cogiendo pista para despegar. Duró cuatro o cinco minutos, al menos eso me pareció. Las tejas de los techos volaban y se desplomaron varias casas y balcones allá en Luyanó, donde vivo. La cruz de la iglesia de Jesús del Monte fue a parar al Vaticano”, cuenta un señor de mediana edad.
El domingo 27 de febrero parecía un domingo igual que otro cualquiera. El cielo encapotado y una llovizna constante anunciaba un frente frío. En el noticiero estelar de la televisión cubana, de lunes a viernes a las ocho de la noche, la meteoróloga llamó a prestar atención a la depresión tropical que llegaba desde el Golfo de México. Pero jamás vaticinó que iba pasar un tornado. “No tenemos la tecnología adecuada que advierta del paso de un tornado. Son fenómenos naturales que se forman en espacios reducidos”, señalaba una meteoróloga en la Revista Buenos Días.
El tornado tomó por sorpresa a todos. A las autoridades, defensa civil y a los habaneros. Celia, residente en la barriada Santos Suárez, confiesa que lo primero que le pasó por la cabeza era que estaban bombardeando La Habana. «El rugido del viento era infernal. Una cosa dramática. Mi primera reacción fue meterme debajo de la cama con mi nieta. Parecía que el mundo se iba acabar. En mi casa el único daño fue que se rompieron los cristales, pero la de un vecino se partió en dos como si la hubiera cortado una sierra. La cristalería de la farmacia de la calle General Lee salió volando como si fuera un papalote”.
Cuando usted camina por las calles de Santos Suárez y Luyanó observará arbustos dañados, a punto de caerse, regueros de ramas en las calles, árboles centenarios quebrados y semáforos y señalizaciones de tránsito dobladas.
Numerosas viviendas en mal estado se desplomaron y la mayoría de las que tenían techos de tejas volaron y quedaron a cielo descubierto. La fuerza brutal de los vientos, que alcanzó más de 100 kilómetros por hora, fue capaz de volcar automóviles parqueados en la vía pública.
Ignacio, dueño de un Lada de la era soviética, no para de quejarse. “Ese Lada me costó 15 mil dólares. Lo estaba reparando y ya le había tirado encima tres mil cañas (cuc) más. Del carajo, llega un tornado y te lo convierte en chatarra. ¿Ahora quién me paga eso?”.
Oriol, dependiente de una cafetería estatal, asegura que la casa de su madre se vino abajo. “Si no meto a la vieja en mi casa, donde vivimos apretados mi esposa, mis tres hijos y yo, el Estado se demora un siglo en darle una casa o apartamento nuevo. Hay gente que perdió su vivienda por causa de un ciclón y llevan veinticinco años parando en un albergue. De truco, sin comida, media Habana cayéndose a pedazos y para rematar un tornado”.
En casi toda la ciudad hubo apagones desde las nueve de la noche hasta pasada las dos de la madrugada. En el hospital materno-infantil Hijas de Galicia, el poderoso tornado F-4 derribó secciones del inmueble. “Parecía que el edificio se hundía. Han habido cuatro muertos y 195 heridos, algunos graves. Un milagro, porque al ser domingo y a esa hora, el tornado sorprendió a mucha gente en la calle. Con el deterioro existente en La Habana era para que el tornado hubiera causado más víctimas mortales”, comenta Yolanda, quien acompañaba a su hija ingresada en el hospital.
El presidente designado Miguel Díaz-Canel y otras autoridades del partido recorrieron las zonas afectadas. “Como siempre. Prometen mucho y cumplen poco. Habrá que ver si reponen los electrodomésticos, televisores y muebles comprados con mil sacrificios. Por lo general, después de un desastre natural, el gobierno solo te da un colchón, un par de sábanas y una arrocera. Y no gratuitamente, tienes que pagarla a plazo”, señala un vecino de Luyanó.
Especialistas en metereología explicaron que este fenómeno se produjo debido a una baja extratropical que descendió del sudeste del Golfo de México y entró por el oeste de la Isla. Según el Instituto Cubano de Metereología, el paso de torno no es un fenómeno cotidiano, ni en la capital ni el resto del país. Desde que se tienen registros, el más recordado es el del 26 de diciembre de 1940 que impactó en Bejucal, localidad hoy perteneciente a la provincia de Mayabeque.
Con categoría F-4 , como el que acaba de azotar La Habana, se presentó de manera imprevista a las 6 de la tarde de ese día, unas horas después de finalizadas las Charangas de Bejucal. Causó 13 muertos en un recorrido de siete kilómetros y con un ancho aproximado de 500 metros y dirección de sur a norte. El hogar de ancianos y numerosas viviendas y resultaron seriamente daños. Un obelisco remememora a las víctimas del tornado de Bejucal, hace 78 años.
Luego del paso del tornado, en la Calzada de Diez de Octubre, muchas personas comenzaron a hacer cola en una pescadería cercana a la Esquina de Toyo, a ver si podían comprar paquetes de cinco croquetas a cinco pesos. “Las croquetas y el huevo, que está desaparecido, es la comida de los más pobres”, dice una señora mientras espera su turno. En las panaderías donde se vende pan liberado, las colas eran de media cuadra.
Un tipo pasado de tragos, bebiendo ron de una caja de cartón, en voz alta bromea: “Ya lo dice el chiste, 2019 es el año del bollo triste, pues no hay ni pinga. Nadie quiere creerlo, pero un nuevo período especial viene en camino”.
Las personas en la cola asienten con la cabeza y le creen al borracho. Y es que en Cuba, después de 60 años, infinidad de de cubanos perdieron hasta la esperanza.
Iván García
Foto: Pareja observa los destrozos causados en su vecindario, en el municipio habanero de Regla. Tomada de La Vanguardia.