Desde La Habana

Mis raíces haitianas

Mis ojos se humedecen cada vez que leo en la prensa y veo esas imágenes estremecedoras sobre la situación en Haití. Tal vez sea por sensibilidad. Quizás sea por mis raíces haitianas.

Mi padre fue el tercero de 12 hijos de un hombre, que a principios del siglo veinte emigró de Haití hacia Cuba. Vicente Diversent, mi abuelo, enseñó a sus hijos a hablar su lengua. Lástima que no tuvo tiempo de enseñársela a sus nietos.

No hablo creole y aunque los idiomas no son una barrera para trasmitir mensajes, en estos momentos desearía hablar la lengua materna de mi abuelo. Para poder decirle a los haitianos que también estoy sufriendo su dolor. El mismo dolor que mi abuelo sentiría si estuviera vivo.

Me siento como una espectadora ante una película de horror. Quisiera hacer más. Consolar a quienes han perdido a sus seres queridos. Ayudar a quienes buscan a los suyos bajo los escombros. Proteger a los miles de niños desamparados que perdieron a sus padres y por cuya suerte se ocupan ya la Unicef y numerosas organizaciones internacionales.

La realidad y el espacio físico no me lo permiten. Poco puedo hacer desde Cuba. A no ser cerrar los ojos, y pedir clemencia a Dios y a todos los santos. Y que le devuelva la esperanza a la tierra donde nació mi abuelo. No soy religiosa, pero la fe es lo único a  que podemos aferrarnos cuando sucede una catástrofe de esa magnitud.

A los hombres de buena voluntad, de cualquier país, pido tender sus manos a las haitianas y haitianos de todas las edades, que despavoridos tratan de huir del horror que han vivido y del desastre que hoy es su patria. Pido comprensión con los que pierden la calma ante el hambre y el desamparo.

Pero sobre todo pido que se callen aquéllos que por disputas personales e ideológicas, aprovechan esta terrible situación, para hablar de intervenciones militares en un país dominado por el caos y la desesperación. Y aprovechan la oportunidad para debatir acerca de los culpables históricos por la pobreza en Haití. Ayuden en lo que puedan, pero háganlo en silencio. Y si no pueden ayudar como quisieran, cállense.

Dudo que mi padre, a sus 71 años, pueda ya conocer a sus parientes en Puerto Príncipe. A mí, al menos, me queda el consuelo de escribir.  Y desde La Habana, desde este blog, en nombre de mi abuelo y de la familia cubana de apellido Diversent, descendientes de haitianos, envío un mensaje de amor y solidaridad hacia una tierra y una gente a la que nos une una misma raza y un tronco común.

Laritza Diversent

Foto: Mujer haitiana fotografiada por Swiatoslaw Wojkowiak, Flickr.

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