Desde La Habana

Los relojes rotos

Existen en el mundo unos políticos que, aunque viven y progresan en sociedades democráticas, sienten admiración por los dictadores de cualquier signo y, en general, por aquellos personajes que se adueñan del poder y se niegan a bajarse del taburete. Es un deslumbramiento que se esconde, pero que, como es un instinto más que un vicio, se deja traicionar por sobresaltos.

La base de esas inclinaciones no tiene que ver con el colorido que le hayan dado los biógrafos asalariados a los personajes. La razón es que se les envidia, minuto por minuto, al tiempo que se mantienen vivos con todos los atributos de la fuerza. Con una flexibilidad en la mano que les permite encarcelar a un hombre hoy y beber mañana una copa vino con el presidente de un país que puede ser un emblema de la libertad.

Es una fascinación perversa por el manejo que hacen de los días y los años los dictadores y los totalitarios. Esa patología no discrimina. Contagia a personas de todos los registros, aunque encuentra sectores más propensos que otros.

En esencia, se trata de vivir el sueño de que se pueden instalar en la tierra otros almanaques y otros relojes para que le marquen el paso a quienes no obedezcan y no aplaudan, mientras que los elegidos disfrutan de los ciclos normales del sol y de la luna.

Este viernes, cuando se cumplen ocho años de la ola de condenas de la Primavera Negra (2003) en Cuba, el diplomático sueco Christian Leffler, director para América en el Servicio Europeo de Acción Exterior, se reunirá con un grupo de presos desterrados a España.

Todavía quedan en la cárcel dos de los 75 prisioneros iniciales, José Daniel Ferrer y Félix Navarro. Dos murieron: Orlando Zapata Tamayo, después de una huelga de 85 días, y Miguel Valdés Tamayo, a los pocos meses de ser liberado con un grave problema en el corazón.

En febrero pasado, la baronesa Catherine Ashton, jefa de la diplomacia comunitaria, recibió en Bruselas al canciller cubano Bruno Rodríguez. Ella tiene, desde octubre de 2010, un mandato de la Unión Europea para estudiar un acercamiento con el país caribeño.

Hasta este momento no se ha dicho ni una palabra sobre las leyes -vigentes ahora mismo- que permitieron (permiten) condenar a penas de hasta 28 años de cárcel a bibliotecarios, periodistas y activistas de derechos humanos. Los hombres del poder y los funcionarios saben cuál es ritmo de las cosas de palacio.
Y los presos, el valor de una hora de soledad en una celda de castigo.

Raúl Rivero

Foto: Cuadro de Salvador Dalí.

Salir de la versión móvil